⇢Capítulo 28.

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El frío cortaba su piel de una forma dolorosa mientras caminaba abrazándose a si mismo, la tela delgada por el uso de su abrigo no estaba protegiendo su cuerpo cansado de la nieve, la lluvia y el viento, sus labios partidos y ardiendo, mejillas rojas y nariz helada. Era un desastre.

Parecía ser una de las noches más heladas del año, todos corrieron en busca de refugio antes de que la nieve hiciera su aparición, las malditas luces de navidad colgaban de las casas y noviembre apenas había terminado. Caminó sin rumbo por unos ¿minutos? En realidad, fueron horas, sus pies cansados lo llevaron a un lugar lejos del centro de la ciudad, cruzó la línea férrea y encontró un lugar donde no había luces de navidad ni personas caminando en la calle. Eran solo él y su voz interna pidiéndole que se detuviera en algún lugar, pero no podía, si lo hacía iba a terminar muriendo, así que mientras caminaba su cuerpo se mantenía caliente.

Pero hubo un momento de luz, literalmente una luz se veía a lo lejos, así que caminó más rápido hasta que notó el único bar abierto esa noche, le alcanzaba para beber algo de té o pedir solo agua caliente.

El olor a alcohol invadió sus fosas nasales apenas cruzó la puerta de madera algo maltratada, pasó desapercibido para los clientes así que hizo su camino hasta la barra, donde un muchacho cansado estaba atendiendo.

—¿A quién buscas?

Michael lo miró con el ceño fruncido en confusión.

—No busco a nadie. —Respondio cuando vio como el chico estaba perdiendo la paciencia.

—Pensé que eras otros de los niños bonitos de- olvídalo ¿qué vas a beber?

—Café, por favor.

Puso una taza frente a él, luego un tarro y el azucarero. Sus manos no respondían bien, pero se sirvió lo más rápido que pudo par poder calentar su cuerpo. El lugar ya estaba algo tibio cuando entró, pero apestaba así que debía salir en cuanto recuperara fuerzas.

—Así que eres nuevo. Llámame Will.

Sus ojos verdes se levantaron de su taza, el mismo chico malhumorado que lo atendió estaba hablándole y su malhumor desapareció.

—Si. Trabajo en el centro, pero no tenía donde quedarme hoy.

—Conozco un lugar donde puedes pasar la noche.

—No tengo mucho dinero. —Aclaró enseguida.

—¿Y quieres morir congelado? Hay facilidades de pago.

Nuevamente su ceño se frunció, la gente era extraña en ese lugar. No se dio cuenta hasta que miró a su alrededor, hombres riendo y jugando cartas, apostando y bebiendo, acompañados de mujeres hermosas y chicos como él.

—¿Dónde estoy?

Will sonrió pero no dijo nada porque las puertas se abrieron, dejando ver a un hombre, su cabello negro y largo perfectamente peinado hacia atrás, ojos cafés y su mandíbula apretada mientras saludaba a la gente con un asentimiento, luego pasó a la barra quedando a unos tres taburetes de distancia.

—¿Quién es tu amigo? —Escuchó preguntar.

Sus manos temblaron y bebió lo último que quedaba en su taza antes de dejar el dinero y salir. Pero estaba tan cansado que se apoyó sobre un árbol a unos metros del lugar, ni siquiera las lágrimas querían salir a pesar de que las ganas de llorar lo estaban matando.

Las luces de un automóvil lo iluminaron, pensó en lo patético que se veía apoyado contra un árbol llorando sin lágrimas y golpeando sus piernas.

⇢Café Pendiente ☓Muke Clemmings☓Where stories live. Discover now