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— ¿Estás cómodo así?

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— ¿Estás cómodo así?

— Sí, ¡ahora ponte a mi lado papá!

— Claro, está bien. Dale un espacio para tu padre.

— Okey.

Un pecoso de doce años se acomodó entre las sábanas blancas de su cama, mirando con adoración a su padre. Ante sus ojos era el hombre más grande y fuerte del mundo, no importaba cuanto creciera, siempre lo admiraba y pensaba que su papá podría superar cualquier obstáculo y seguir siendo el padre más tierno en la faz de la tierra.

Observa con poca paciencia en como se toma su tiempo en colocarse a un lado de él, con cuidado de no sacarle mucho espacio. Sonríe animado al verlo ya quieto.

— Papá, puedes cubrirte con mis mantas si quieres.— Habló, tratando de que su progenitor se tomara la molestia de hacerlo.

— No, está bien Haru, solamente me quedaré unos minutos.— Contestó entre un contagioso bostezo.

Inevitablemente, aquella frase le causó un pequeño dolor en su pequeño corazón.

Pensó que fue algo infantil de su parte en pedir que el mayor se quedara con él esa noche, pero lo necesitaba. En lo que pasaba de ese año—junto con lo que acarreaba de los anteriores—sentía que ya no podía más. Injustamente había sido el hazmerreír de sus compañeros de su escuela, y todo por sus pecas. Sabía que debía ignorarlos y centrarse en lo importante, pero él siendo una persona bastante sensible lo perjudicaba. Aquellas burlas duraron tanto tiempo y que al paso de los años se incrementaban, lo cansaba inmensamente, y por consecuencia unas horribles ojeras se hacían visibles debajo de sus dorados ojos por culpa de sus pesadillas y deprimentes pensamientos.

En vez de dormir y recuperar energías para la mañana siguiente, lloraba todo lo que no podía hacerlo durante el día.

Sabía que su actitud últimamente preocupaba a sus padres, estaba consciente de que para ellos en que llevara un cubrebocas todo el tiempo era extraño, y más cuando poco a poco empezaba a vestirse de tal manera en que mostrara lo menos posible su piel blanquecina, para que así no se dara a relucir las manchas que estaban esparcidas en todo su ser.

Pero, de manera inevitable, lo que menos quería era molestarlos, después de todo su padre había conseguido un empleo nuevo que lo traía a casa más cansado de lo habitual, y entretanto su madre se veía menos animada y habladora que antes. Pensó, que tal vez si se quedara callado y lo aguantara solo por unos años más, no les iba a causar más problemas.

Observa sus pies, los mueve de un lado a otro para contemplar como las sábanas que lo cubría se movía acorde a sus lentos desplazamientos. Luego de ese acto solamente puede comparar su anatomía con la de su padre, y lo único que puede pensar es que quería ser igual que él.

© Constelaciones [ Saiki K ] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora