26° Capítulo:

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La mañana siguiente a mi sinceramiento, en el paseo con Anna, está gobernada por una densa niebla. Ningún rayo de sol se atreve a hacer asomo, aunque más bien es la espesa y extensa nube la que no les permite revelarse y saludarnos, para entregarnos el nuevo día. El espeso aire y el agrisado que pinta nuestro entorno, sumado al ya establecido frío de temporada, sólo da aires de tristeza. Más mi buen humor parece haber despertado implacable, ideal para contradecir al solemne clima y no permitirá dejarse opacar por las sensaciones que evoca.

Un pensamiento, fijo entre ceja y ceja desde que desperté, me mueve con fervor. No he visto a Hans desde la reunión, y en ese momento apenas le vi desde la distancia, por lo que amanecí con la determinación de encontrarle y hablar. De nada en especial, simplemente hablar; me he encontrado, más de una vez, ante la realización de que mantener conversaciones sin sentido con él se ha vuelto uno de mis mayores anhelos.

Ni bien hube salido de mi dormitorio me había dirigido al suyo, para invitarle a tomar el desayuno juntos, más me encontré con la sorpresa de que ninguno de los guardias resguardaba su entrada. Y, por ende, esto indicaba que él ya no se encontraba en sus aposentos, a pesar de ser de por sí bastante temprano. Había preguntado constantemente si alguien le había visto, pero todos y cada uno respondían de manera negativa. Uno diría que, siendo él todavía alguien a quien vigilar, todos tendrían alguna idea de dónde se encontraría o por lo menos confirmarían haberse cruzado con él en algún pasillo y, sin embargo, no sucedía de esa manera. O por lo menos no en el día de hoy.


La verdad es que había terminado por rendirme, decidiendo que iría a verificar los preparativos para el inminente viaje, por mientras tanto. Y de no haber sido por ésta decisión, probablemente habría pasado el resto del día sin saber del paradero del príncipe desheredado. Más en el camino había cruzado e intercambiado conversación con otros guardias, quienes habían confirmado ver a Hans en el puerto.

Y hacía allí iba, con renovada determinación, luego de las infructíferas búsquedas de más temprano. Al llegar a las cercanías del puerto, lo primero que vislumbre fue el asta y las velas del barco al que abordaría en apenas una semana, si todo seguía según lo planeado. Por un breve momento consideré si primero debería echar un vistazo a los preparativos, preguntar al capitán cómo se sentía respecto a la inminente zarpada. Idea que considere apropiada, si Hans había pasado toda la mañana en algún lugar del puerto, probablemente se quedaría allí por bastante rato más.


Luego de decidido que el hablar con él podría posponerse apenas unos momentos más, sin problema alguno, me encaminé directamente hacia el navío. Más, a mitad de camino, una figura solitaria sentada al borde del puerto, observando las quietas aguas, me llamó la atención. Hans descansaba sin compañía, aparentemente observando la falta de oleaje pero era fácil reconocer que su mente no observaba lo mismo que sus ojos, más bien se volvía hacía dentro de si mismo. Algo, nuevamente, carcomía su pensar.

Y parece que sus pensamientos son sumamente inmersivos, ya que ni siquiera nota mi presencia cuando me acerco. Cuando levanta su mirada espero que me note en su cercanía, pero no lo hace, simplemente clava sus ojos en la lejana línea del horizonte. Haciéndome entender que sólo romperé el encantamiento de su inmersión al hablarle.


-¿Cómo lograste zafarte de los guardias? –digo, mientras doy los últimos pasos que nos separan.


Él no se inmuta ante mi interrupción, lo que me hace poner en duda si realmente ignoraba, de manera involuntaria, mi presencia. Sin dirigirme la mirada, con ésta aún clavada en el horizonte, señala con su mano en dirección a su espalda. Cuando dirijo la mirada hacia donde él señala me encuentro con sus guardias, a una moderada distancia. Quienes, al notar que los observo, hacen su saludo de manera inmediata.

Frozen & BurnedWhere stories live. Discover now