53° Capítulo:

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Desde muy pequeña que perdí la cuenta sobre la cantidad de veces que escuché la historia de mi nacimiento. Durante mis primeros años de vida se hablaba mucho del tema, incluso luego de nacida mi hermana, yo seguía siendo la bebé milagro. Los sirvientes y trabajadores del castillo lo contaban para inspirar, nuestra nana nos lo recordaba cuando relataba los hechos más importantes de nuestro reino, en distintas celebraciones de Arendelle se me hacía una pequeña conmemoración; y por último, pero no menos importante, nuestra madre contaba la historia para calmarnos o para ayudarnos a dormir.

El primer embarazo de Iduna se había visto envuelto de complicaciones, así que cuando nací saludable y reaccionando desde el primer momento, todos lo consideraron un acto a conmemorar. Siempre me pareció demasiado, pero a nuestra gente le tranquilizaba y le hacía feliz saber que la heredera al trono había nacido sin problemas. Y no sólo eso había sido lo particular conmigo, era fácil de identificar mi aspecto particular. La bebé que tardó toda una noche en nacer, que surgió al mismo momento que los primeros rayos de sol del amanecer, cuyo cabello parecía reflejar el beso de la luna y el sol. O al menos así lo solían describir.


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Por más que siempre me había sentido demasiado llamativa respecto a esto, y sin tener en cuenta las habilidades que luego no tardé en desarrollar que me harían destacar aún más, me gustaba escuchar la historia desde la perspectiva de mi madre. Y Anna también adoraba la historia, lo bueno de ella, y con gran diferencia a los demás, es que nos lo contaba sin dejar entrever ningún tipo de preferencia. Nos amaba a ambas por igual, y nos hacía sentir especiales de la misma manera. Sólo que la llenaba de orgullo y tranquilidad recordar ese día.

Como decía, recordaba decenas de ocasiones en donde ella nos había contado la historia, pero había una en particular que se había quedado en mi mente por siempre. Ese mismo día en que, siendo unas niñas jugando, herí a mi hermana con un poco de mi magia. Luego de que los trolls deshicieron lo hecho, no había podido pegar ojo durante varias noches. Ese día mi miedo se había comenzado a adueñar de mí y trataba de evitar cruzarme o tener contacto con Anna.

Fue uno de esos días en que mi madre, queriendo interceder en lo que estaba ocurriendo, llegó a mi dormitorio para darme las buenas noches. Allí, luego de yo sufrir un mini ataque de pánico, ella volvió a contarme la tan conocida historia. Con la diferencia de que al final me había recordado que lo especial en mí iba mucho más allá de lo que yo ya conocía; que el ser la heredera al trono, la princesa con el cabello como nieve recién caída, la bebé milagro no eran más que nombres, descripciones. Eso no me definía, al contrario, debería empoderarme. Pero aparte de eso, lo más importante para ella es que era su hija, y que nada, ningún error sin malicia ni nada similar, iba a cambiar el hecho de que yo era su hija.  


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Frozen & BurnedWhere stories live. Discover now