Expulsados del Olimpo

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Había una niebla densa por lo que habían hecho. En poco tiempo el ruido de un motor se hizo presente. Era como el de un coche, pero sin duda era un motor más potente. Esto le daba mala espina a Percy que estaba un poco más atrás de Thalia.

En un abrir y cerrar de ojo, de la nada apareció un taxi típico de Nueva York, cambiando unas letras por letras griegas. Era el carro de la perdición de las tres moiras. Tras aparecer una ventanilla de la parte delantera del taxi se abrió y una voz se hizo notar.

- ¿A dónde? - Dijo esa voz a través de la ventanilla. Parecía el típico tono de voz de una amable abuelita de película, pero, por alguna extraña razón, un terrible escalofrío subió por la espalda de los tres aventureros.

- queremos llegar a donde esté Apolo en este instante. - Dijo Luke después de dudar un poco de si hablar. - Pero tenemos pocos dracmas, por lo que tenemos que llegar rápido.

- Muy bien, subid. - Dijo la voz en una risa mientras se abrían las puertas de la parte trasera del coche.

Los chicos dieron un gran suspiro de alivio al ver que aceptaron su propuesta, peor no sabían en lo que se habían metido al hacer su petición. Con calma se sentaron en los asientos que estaban habilitados para ellos según este orden, Luke entró primero, luego el Benefactor X y por último Thalia.

Tras un breve recordatorio de que debían abrocharse los cinturones de seguridad, las tres moiras comenzaron su carrera. Los chicos no habían pensado mucho el hecho de que se llamase "El carro de la perdición" y lo descubrieron al poco rato.

El único que se lo estaba pasando bien, de cierta manera, era Luke. El cual se partía la caja cada vez que el taxi tomaba un curva, mientras que Percy, por primera vez en su vida sentía miedo, por lo que buscó protección en los brazos de Thalia, la cual también estaba asustada. Desde dentro todo parecía extraño, quiero decir que  parecía un vieja un poco movido, pero... Desde fuera, era algo completamente distinto. Si los mortales pudiesen tener visión clara verían como un taxi corría por las carreteras de la ciudad como si estuviese conduciendo en el París-Dakar mientras esquivaba a todos los demás conductores con derrapes y maniobras de formula 1. 

- Lo siento si asustamos al niño pequeño, pero es que su amigo nos ha pedido ir rápido. - Dijo una de las ancianas que estaba sentada delante.

- Puede que sea un niño, pero soy muy inteligente. - Se intentó defender Benefactor X. - ¿Quién tiene el ojo?

- Yo. - Dijo una de las señoras que estaba sentada delante, la cual no estaba conduciendo. - Hoy me tocaba a mi.

- ¡Pues que la lleve la que conduce! - Gritó el niño.

Hubo un pequeño espacio de tiempo en el que nadie dijo nada.

- El niño es un puto genio. - Dijo la de en medio. - Así no tendríamos que arreglar tantas veces el taxi.

En ese momento, las tres moiras comenzaron a hablar hasta que la que estaba en el asiento de copiloto se sacó el ojo de la cueca para dárselo a la que conducía. Pero eso no hizo que la conducción fuese menos temeraria, es más, fueron incluso más deprisa y esquivaban los obstáculos como si fuese una película de "Fast and furius".

Tras una hora de conducción temeraria y con más de una bolsa para vómitos llena legaron a la ciudad de Manhattan. Los niños no sabían porqué estaban otra vez en su ciudad de origen, pero cuando las moiras se fueron antes nada más recibir el pago del hijo de Hermes y no dieron ninguna explicación del porqué estaban ahí.

Además, no los habían dejado en una zona fácil de localizar, para nada. Las moiras los habían dejado en un callejón de la zona residencial del la ciudad. Ese callejón le sonaba mucho a Percy, tanto que cuando salieron de este supo localizarse enseguida.

El rey de los mestizosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora