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El resto del lunes se fue tal cual recibió la nota: inesperada e irreversiblemente.

¿Qué demonios sucedía con Adam? ¿Por qué tan repentinamente actúa menos idiota? ¿Se habrá golpeado la cabeza? ¿Estará a punto de morir?

Muchas preguntas pasaban por su cabeza, pero ninguna respuesta era capaz de sacarla de su estupefacción incluso en un nuevo día. Ahora además de hacerla recordar el día que actuaron como dos adolescentes hormonales y bien cachondos, la hacía pensar en su aún más extraño comportamiento.

Lo que sucedió en su casa en cierto modo lo comprendía, aún cuando su aspecto no es el más agraciado comprende que la extraña tensión que se presenta entre ambos, aunque no es debida a sentimientos románticos, sí a un hormonal deseo. No sabía con exactitud cómo se sentía Adam hacia ella, pero Majo sí tenía claro lo que estaba sintiendo:

Un insoportable y curioso deseo.

Se sentía tan patéticamente atraída a Adam que se estaba haciendo difícil controlarlo. Estaba segura que era algo meramente carnal, eso en cierto modo la tranquilizaba, pero no el hecho de que quisiera acostarse precisamente con el imbécil y acosador de Adam.

Hoy nuevamente iba tarde, pero más que por no dormir, por estar pensando demasiado en el camino hacia la escuela.

Entró al edificio y al igual que el día anterior los pasillos es encontraban desérticos, aún así no se preocupó en correr. De haber podido se habría quedado en casa, pero la bronca que le darían sus padres sí la descubrían era mejor evitarla, aún recordaba a su tía abuela Marilyn —un escalofrío le recorrió el cuerpo— así que decidió faltar por lo menos a esa primera clase. Necesitaba relajarse.

Se sentó bajo un árbol y sacó su cuaderno de dibujos. Era buena dibujando, le ayudaba a despejar su mente.

—Majo— levantó su mirada de inmediato, no daba crédito a quien se encontraba frente a ella.

—Adam.

—El mismo que baila y canta.

—¿Bailas y cantas?

—No, para nada.

La estaba incomodando su enorme sonrisa, incluso podría decir que sus ojos brillaban, pero talvés fuera el sol.

—¿Qué quieres?

—¿Acaso no puedo saludarte e intentar dar inicio a una conversación normal de amigos?

—No, tú y yo no tenemos ese tipo de relación.

—¿Entonces qué tipo de relación tenemos?

Cierto. ¿Cómo qué podían referirse el uno al otro? ¿Compañeros? ¿Enemigos? ¿Rivales?

—Simplemente somos un par de desconocidos que han coincidido por mera mala suerte una que otra vez. De resto somos un cero a la izquierda para el otro.

Levantó una ceja y aún con su inquietante sonrisa se sentó.

—Comprendo.

No te quiero nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora