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Caminar por los pasillos de la escuela mientras la mayoría de las chicas soltaban suspiros al verlo y se acercaban a él con alguna que otra insinuación que un día cualquiera aceptaría en ese momento le era más indiferente que cualquier otro día que recordara. Desde lo sucedido en casa de la caca de perro no había podido dejar de pensar en sus labios, en aquellos rosados, suaves y sexies labios, mucho menos en el espléndido cuerpo que se cargaba la condenada bajo toda esa ropa holgada. Lo había descubierto por experiencia propia, y aquello le fascinaba, al mismo tiempo que lo intimidaba.

Sí, se sentía intimidado por María José, por la chica marginada, aquella que considera una mentira de pies a cabeza. El sólo hecho de que se estuviera infiltrando en su cabeza y al mismo tiempo bajo su piel sin tener oportunidad alguna de detenerla lo estaba volviendo loco. Ella era muy diferente a lo que en algún momento imaginó.

El primer día que la vió supo que sería su payaso personal. No negaba que de alguna u otra forma retorcida le divertía molestar a otros, más a aquellos que luchaban por no resaltar, pero jamás se había metido con su autoestima de esa forma. Sabía que había sido muy cruel, idiota e inmaduro con Majo, probablemente aún lo fuera, pero no podía evitarlo. De un momento a otro comenzó a tener una aún insaciable curiosidad por ella. No sabía desde cuándo. Tal vez empezó en aquel parque en el que aún bajo la lluvia se mantenía firme y orgullosa, o al descubrir  sus extrañas mentiras, incluso pudo haber sido desde la primera nota enviada, no lo sabía. De lo que sí estaba seguro es que le atraía como abeja a la miel por razones que aún desconocía y de que aún cuando ella lo evitara a toda costa, simple y llanamente no se quedaría con las ganas, porque sí, todo lo que quería lo conseguía.

María José Donovan sería suya, en todo el sentido de la palabra.

No te quiero nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora