6.8

19 2 0
                                    

Adam se dedicó durante el resto de la semana a idear un plan lo suficientemente bueno como para lograr que María José cayera a sus pies. La sola idea de llegar a tenerla entre sus brazos lo llenaba de regocijo, cosa que aunque intentaba ocultarse a sí mismo, lo asustaba. Sabía que con ella no quería algo precisamente pasajero, en verdad lo sabía, pero se negaba rotundamente a aceptarlo, su orgullo, cobardía o tal vez el mismo deseo se lo impedía, aunque no estaba seguro durante cuánto tiempo.

Majo llegó aquel lunes a la escuela algo tarde, en los últimos días no había sido capaz de pegar ojo por dos razones: Adam y su secreto. Ambas cosas estaban haciendo tanta mella en su cabeza que se sentía asfixiada a tal punto de no ser capaz de conciliar el sueño, al menos no teniendo en cuenta todo lo que solía dormir. Tocó la puerta y sin esperar respuesta entró, saludó con la cabeza al profesor y se sentó. Lo había pensado y lo mejor sería acabar con aquella mentira, si lo pensaba bien ya no tenía razón alguna para continuar con ella, en realidad nunca la había tenido, sin embargo, lo haría poco a poco. Mostrar su verdadera personalidad era el primer paso.

Al terminar la clase se dirigió a su casillero, aunque en verdad no le gustaba esa caja metálica, desde que Adam le empezó a enviar sus graciosas notas se le había hecho costumbre pasarse por allá cada vez que podía, aunque ahora no encontrara nota alguna. Sin embargo, ese lunes fue la excepción. Luego de algún tiempo, el cual no recordaba con exactitud, de haberse encontrado con Adam aquél día en el parque, las notas desaparecieron.

Tomó la nota con cierta expectativa de que fuera la persona de siempre, pero no, eso parecía escrito por otra persona.

María José,

Te ves hermosa el día de hoy
tu sonrisa ilumina mis ojos
y tus ojos mi sonrisa,
eres una extraña perla
que día a día ansío verla.

Tu guapo Adam.

PD: Una rosa, para otra rosa.

Con su rostro color tomate tomó la rosa en sus manos y la acercó a su nariz. Olía delicioso, o tal vez sólo era su impresión, no importaba, el hecho aquí es que ya no se sentía cansada.

Sip. En definitiva ambos habían enloquecido.

No te quiero nadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora