- Ya está. – tiro la caja al río. Ella me mira curiosa y luego vuelve a bajar la mirada. Arrastra su pantalón y se lo pone encima. Yo suelto una pequeña risa. Me pongo en pie.

- ¿Dé que te ríes?

- De nada. – carcajeo. Ella me mira seria. Se intenta tapar aún más. Cojo un trozo de planta y comienzo a deshojarla mientras la miro desde arriba.

- ¿Te importaría virarte?

- ¿Para qué? ¿Me vas a clavar el cuchillo por detrás?

- No idiota, aunque ganas no me faltan.

- Entonces no me giro.

- Me voy a poner los pantalones. ¿Serias tan amable de girarte? Gracias. – simula una sonrisa irónica. Yo niego riendo. Ella frunce el ceño y bufa con fuerza.

- Nada que no haya visto. Tranquila.

- Estás insoportable. Gírate.

- No me voy a girar nena. Además, no puedes ponerte eso sola. – vuelvo a carcajear. Ella eleva una ceja e intenta ponerse los vaqueros sentada. Lo consigue hasta un poquito más debajo de las rodillas. Justo donde tiene la herida.

- Vale, me rindo. Ayúdame.

Tiro la planta al suelo y doy una carcajada. La ayudo a levantar y poco a poco le subo los pantalones. Rozar su piel me hace estremecerme. Y a ella también pues siento su escalofrío. Después de vernos ayer pensé que me moría. Cada vez que nos quedábamos callados y me mirabas, ni siquiera podía aguantarte la mirada sin que la emoción me subiese desde el pecho y los ojos comenzasen a nublarse. Me alejo unos centímetros y ella se abrocha el botón sin dejar de mirarme. Rompo esos centímetros de nuevo. Diablos, acojona la velocidad a la cual va mi corazón cuando la tengo cerca. Me acerco un poco más. Le llevo un mechón de pelo tras de la oreja. El corazón comienza a latirle con fuerza. Siento unos escalofríos extraños por todo el cuerpo como si nunca la hubiese besado o como si fuera nuestro primer beso. ¡PUM! Disparo de sonrisas. Disparo de miradas. Disparo de suspiros. Disparo de caricias. Disparo de susurros. Disparo de palabras. Disparo de pasión. La agarro de la cintura. Hace ademán de alejarse, pero sólo consigue que la estreche más hacia mí y la tenga a menos de cinco centímetros.

- Ay Arizaga, Arizaga. Soy un cabrón, un animal. Pero sientes…e incluso te dejarías besar ahora mismo.

Ella me da un puñetazo y trato de protegerme mientras río. La sostengo de la mano esta vez con algo más de dulzura y la atraigo hacia mí. Se vuelve a resistir. La miro a los ojos y me muerdo el labio inferior. Tiene el pelo suelto, largo, libre. Le acaricio el hombro y vuelvo a mirarla a los ojos. Sus ojos son intensos y hoy están más claros que nunca. Me inclino lentamente estrechándola contra mí. Le paso una mano por el pelo, apartándolo, dejando su cara al descubierto. Me inclinó poco a poco hasta que nuestros labios se juntan. Me comienza a corresponder el beso y ahora siento su mano agarrando con fuerza mi blusa. Creo que es relativamente imposible expresar lo que uno siente cuando está enamorado, creedme. Salvo el hecho de decir que te estremeces cada vez que sus labios rozan tu cuello, la sensación que te producen sus dedos deslizándose suavemente por tu espalda o cuando te susurra al oído un “te quiero”. Pero no de esos que se dicen por decir, no, de los que salen del corazón, solitos, sin que nadie les obligue. ¡PUM! Disparo hacia tu corazón. Beso lento su labio inferior durante casi un minuto, y luego comienzo abrirme paso dentro de ella un poco más profundo mientras la saboreo. Cuanto extrañaba esto. Se pone de puntillas por fin y me rodea el cuello besándome con más fuerza. Acaricio su espalda por encima de su blusa. Justo entonces se separa. La miro desconcertado, aturdido es la palabra exacta. Ella me mira y luego suspira, dejando salir toda la cantidad de emociones que supongo que llevaba dentro. Me he perdido.

- ¿Qué pasa?

- Nada. – dice negando colocándose la blusa. - ¿Me llevas a casa?

- ¿Qué? – frunzo el ceño. - ¿Cómo que no ha pasado nada? Hace unos segundos me estabas besando y ahora vuelves a actuar como antes. No lo entiendo.

- Es eso. No ha pasado nada.

- ¿A qué te refieres? – elevo una ceja. Ella mira el suelo sin decir nada. Luego levanta la mirada y me mira seria.

- No he sentido nada.

- Mentira. – se me escapa una pequeña risa nerviosa. – Eso es mentira.

- No he sentido lo mismo de antes.

- No te creo.

Comienzo a caminar hacia arriba mientras ella camina un poco más lento. ¿Cómo que no ha significado nada? ¿Cómo que no has sentido nada? ¿Cómo que no has sentido lo mismo que antes? Pateo una piedra y llego a la carretera.

- ¿¡Me quieres esperar!? – grita.

Me subo en la moto y la enciendo. Acelero una vez, dos. Y me voy. “Sé que quieres darme un beso, yo también me muero de ganas por dártelo” te dije, y aunque no quisieses admitírmelo los dos sabíamos todo lo cierta que era esa frase.

¡Desafío al Corazón!Where stories live. Discover now