Capitulo 4

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Yendo hacia la cafetería, les dije a las chicas que me iba a subir un segundo a nuestra habitación. Quería dejar el libro allí. Subiendo las escaleras para llegar a esta, un chico se estampó contra mí, tirando el libro al suelo.
-¡Lo siento, lo siento! – dijo recogiendo rápidamente el libro. Me miró. Lo miré. Era el chico moreno de ojos verdes. ¿Gino? ¿A sí se llamaba?
-No lo siento yo, soy una torpe. – cogí el libro. – Muchas gracias. – asentí y le regalé una pequeña sonrisa. Me sorprendió nuevamente no recibir un ‘De nada, fea’ o un ‘OH Dios mío, se me acaban de caer los ojos’. Algún insulto de esos que me regalan diariamente.
-El torpe fui yo, que salí corriendo. – rió. Volvió a ponerse serio. - ¿Cómo te llamas?
¿Qué? ¿Cómo me llamo? ¿Qué cómo me llamo? ¿Me estás preguntando que como me llamo? ¿Acabas de dirigirme la palabra? ¿Me estás haciendo una pregunta? ¿A mí? ¿Estás mirándome sin reírte de mí o no huyes de mí por si te pego la sarna? ¿En serio, acaban de pasar 10 segundos y aún no te has echado a correr?
-Me llamo Angie. – asentí.
-Yo Gino. – sonrió.
-Te conozco.
-¿Sí? – frunció el seño.
-Si. Bueno, me salvaste la vida. Agarraste a la Barbie estúpida cuando iba a tirarme de los pelos. – el carcajeó y volvió a mirarme a los ojos. Los suyos eran preciosos. Eran verdes, verde esmeralda. Tenían un brillo muy bonito, pero a pesar de este, también se le veía triste. No sé cómo puede ser amigo del estúpido y compañía. Se le ve tan distinto.
-Adiós Angie. – sonrió. – Y por cierto…-miró mis manos.- ese libro es precioso.
Y luego se marchó. ‘Y ese libro es precioso’. ¿Se había leído el libro? Desde luego, este chico era totalmente distinto. Pestañeé unas cuantas veces. Era la primera conversación formal que tenía con un chico lindo en años. Me costó asimilarlo. Subí las escaleras y llegué a la zona de chicas. Pasé la llave y entré en mi habitación. La cerré y me acerqué a mi cama, guardé el libro debajo de mi almohada. Di dos pasos y antes de salir, volvía retroceder. Me observé en el espejo. Me acerqué a él y comencé a mirarme. Miré la cama de las chicas. Habían dejado ropa, sus faldas, sus vestidos. Observé la mía. Un chándal, un abrigo grande. Me miré en el espejo. Quité mis lentes y observé mis ojos. Mis pestañas eran grandes y rizadas. Observé mis ojos. No eran oscuros, tampoco eran claros. Eran de un color entre miel y marrón. Abrí la boca y simulé una sonrisa. Observé mis dientes. Ya estaban en su lugar. Me separé del espejo. Y recordé. ‘¿No te has planteado un cambio?’. Fruncí el seño. Y no sabía si lo fruncía por la voz y la imagen de ese momento, me vino como flashback o por la persona y la voz que me vino a la mente. Esperaba que fuera por lo primero. Cogí la llave y cerré la habitación. Llegué a la cafetería.
-¿Qué desea? – preguntó ‘David’ según ponía en su plaquita. El cocinero.
-De esto. – señalé una pechuga. – Y de esto. – señalé la ensalada.
-Buena elección. – sonrió. – Todos eligen hamburguesas o pizzas. Yo reí por lo bajito y una voz fuerte me desconcertó.
-Vamos David, más energía. – dijo aquella voz odiosa. Miré a mi lado. Estaba Nicola esperando.
-Ya voy Nicola, ¿No ves que estoy sirviéndole a la señorita?
-¿Qué señorita? – frunció el seño. - ¿Yo no veo ninguna señorita cerca? – elevé una ceja.
-Quizás usted tiene un gran problema. – dijo David sirviéndome aún más lento.
-¡Ah! – me miró y carcajeó. – Esto. – me señaló.
-Esto tiene nombre. – sonreí. - ¿Quieres que te lo recuerde? – su cara cambió radicalmente.
-¿Tú sabes quién soy yo? – preguntó él esta vez. Aclaró su garganta.
-Claro. – sonreí. - El mimado, mujeriego, egocéntrico, impulsivo, irrespetuoso, ninfómano y estúpido de la universidad.
-¿Qué tanto me conoces? – sonrió.
-Nicola. – sonreí.
-Ensucias mi nombre.
-Nicola. – repetí.
-¿Qué quieres?
-¿Te gusta la pizza? – pregunté.
-¿Me vas a dar de comer?
-¿Te gustaría?
-Claro, que no.
-Pues a mí me encantaría. – Él elevó una ceja.
-¿Tienes hambre? – volví a preguntar.
-Mucha. – respondió. Miré a David y él asintió. Cogí un pedazo de pizza y la aplasté contra su cara.
-Pues come idiota, come. 
Carcajeé, permitiéndome una carcajada de desahogo que erróneamente es interpretada como felicidad. Y de pronto me convertí en el centro de atención de la cafetería. Observé el fondo, a la derecha, donde siempre. Las chicas me miraban boquiabierta mientras Nicola limpiaba su cara diciendo cosas sin sentido. Estoy segura que si hubiera sido un chico, me hubiese matado. David soltó una pequeña risotada y todos los demás murmuraban entre sí. De pronto, la directora entró en la cafetería.
-¡¿Qué está pasando aquí?! – dijo en un tono elevado la señora Macer, mientras se acercaba.
-Ella. – me señaló. - ¡Mire como me ha puesto!
-Sólo me defendí.
-¡Mentira! – gritó.
-¡Cierto! – grité esta vez yo.
-¿¡Me vas a decir que es mentira!?
-¡Te lo digo!
-Eres una….
-¡Basta! ¡Los dos a dirección! – gritó la señora Macer señalando la puerta de la cafetería.
Miré a Nicola con rabia mientras él me dirigía la misma mirada de odio. Llegamos a la dirección y la señora Macer nos dejó solos, sentados en una de sus banquetas. ¿Pretendía que nos matáramos?
-Eres una imbécil.
-Y tú un idiota. – me defendí observando el gran estante marrón que había en el despacho de la señora Macer. No me atrevía a mirarle, con tan solo mirarle me exasperaba.
-Qué asco te tengo. – dijo con repugnancia.
-Muchas gracias. Compartimos el mismo sentimiento.
-A parte de fea, eres insoportable.
-Que caballero Nicola, muchas gracias.
La señora Macer abrió la puerta de dirección interrumpiendo nuestra tan agradable conversación y se sentó en su enorme silla de cuero. Enfrente de nosotros. Nos dijo que explicáramos nuestras versiones. Nicola dio la suya. Yo la mía. Finalmente…nos ganamos un ¿merecido? castigo.
-Como sabéis, ahora comenzaremos con las pruebas musicales. – asintió la directora.
-¿Qué pruebas? – fruncí el seño.
-¿Tú sabes a donde viniste? – preguntó Nicola riendo. Lo miré con cara de pocos amigos y volví a mirar a Macer.
-Todos los años, hacemos unas pruebas musicales. En vuestra clase de música, tendréis que aprender a tocar un instrumento.
-¿Un instrumento? – abrí mucho los ojos.
-¿También eres sorda? – me preguntó Nicola carcajeando.
-¡Ya basta Nicola! – exclamó la directora. Yo me exalté por el fuerte grito.
-Todos tenéis que tocar un instrumento, y dentro de un mes tenéis que mostrar vuestra evolución.
-¿Y cuál se supone que es el castigo? –pregunté.
-El castigo será….- miró unas hojas y nos miró sonriente. – Tendréis que tocar el mismo instrumento.
-¿¡Cómo!? – dijo Nicola levantándose de su asiento.
-Sí, tendréis que tocar el piano. Los dos. Se me desencajó la mandíbula.
- ¡¿Yo?! ¡¿T.o.c.a.r .e.l P.i.a.n.o!? ¡¿C.o.n.J.u.s.t.i.n!? - dije pausadamente, señalándole.
-Así es. – sonrió la directora.
-¿CÓMO? ¡NO, ME NIEGO! – dijo él sacando un cigarro de su bolsillo. - ¿Con ella? – lo prendió - ¡La gente no me puede ver con ella! – gritó aspirando fuertemente.
-¡Nicola Emilio! – se puso en pié Macer. - ¡Apague eso!
-¡No! – negó en un grito.
-¡Apaga el cigarro o tendrá problemas con sus padres! – Nicola frunció el seño y la miró con odio. ¿Qué pasaba con sus padres? Me pregunté. Cogió el cigarro y aspiró fuertemente, cerrando los ojos. Luego lo escachó en un pequeño cenicero que la directora tenía allí. Me quedé anonadada. Es como Danny Zuko en Grase. Se tira a todas las tías, fuma y no se corta ni un pelo.
-Muy bien. – asintió la directora. Me senté.
-¡Siéntese! - señaló. Nicola tiró de la silla fuertemente, haciendo un ruido escandaloso y luego, se sentó. Apreté los dientes.
-Empezaréis el lunes. A las 5:00 de la tarde hasta las 6:30. ¡Puntuales! – nos miró. – Y practicaréis durante todo este mes. Ayer llegasteis de ese mes de ‘vacaciones’ y ahora hasta el otro no vais a salir de aquí. Este castigo, no es un simple castigo. En él se ven involucradas vuestra cooperación como ‘equipo’ y también veremos las ganas que tenéis de estar en esta universidad.
-¿Pero no hay otro castigo? – dije esta vez yo. - ¡Prefiero limpiar suelos, recoger todas las flores del jardín, cocinar, barrer toda la universidad! ¡Pero con esté idiota no! – La incomodidad aumenta y hablo con más fuerza.
-No, ese es vuestro castigo. – concluyó. – Y no insulte.
-¿Y si me niego? – elevé una ceja.
-Si se niega, se convertirán en tres meses.
-No, desde luego prefiero aguantarlo un mes. – suspiré.
-¿Ya me puedo ir? – Nicola, elevó una ceja suspirando pesadamente.
-Adiós. – dijo la directora. Me puse en pié y caminé hacia la puerta. Nicola me siguió.
-Lo siento Macer. – dije en un susurro. Nicola me miró con furia después de unos minutos.
-Nicola. – le llamó. Este se viró gruñendo por lo bajo. – No quiero volver a verte en mi despacho.
-No creo darle más ese gusto. – carcajea con descaro mientras vuelve a ponerse serio. – Adiós.
Este niño es insoportable. Salgo del despacho tomando una gran bocanada de aire. ¿1 mes entero aguantándole? Creo que esto será el fin del mundo. Bajo las mangas de mi pulóver y sigo caminando. Sin pararme ni un solo instante.
-¡Oye fea! – me gritó. Le ignoré.
-¡Fea! – volvió a gritar. Seguí mi rumbo. Subí los escalones para subir a mi habitación.
-¡Maslow! – gritó esta vez tirando esta vez de mi muñeca. ¿Maslow? Fruncí el ceño antes de sentir sus grandes manos haciendo fuerzas en mis muñecas, girándome rápidamente. Tan fuerte que sentí un gran dolor en estas. Me había hecho daño.
-¡Ah! – me quejé. - ¡Suéltame estúpido! – fruncí el ceño con dolor e hice una mueca con los labios. Miré a Nicola que me observaba con el seño fruncido.
-¿Qué haces? – dijo observándome mientras yo casi me retorcía del dolor.
-Nada. – subí los escalones. – Déjame en paz joder.
Masculló algo que no logré escuchar y corrí hacia mi habitación. Sin encender las luces di un gran portazo y me tiré en mi cama. Me retorcía del dolor. Tenía las muñecas frágiles y sensibles. Desde que me intenté cortar las venas hace 3 años. Un día, papá vino de la calle. Normalmente, salía con sus amigos a bares y tomaba cocaína. Se drogaba. Cuando venía a casa, maltrataba a mamá y a mí, pero muy pocas veces. Mamá siempre se interponía y decía ‘Pégame a mí, a ella no le hagas daño por favor’ recuerdo aquellos días horrorosos. Un día, papá estaba pegándole a mamá con un cinturón. Yo estaba detrás del sillón, observándole. Mamá se retorcía de dolor y sus lágrimas caían como cataratas. Corrí al baño y abrí el cajón de las hojillas y entonces……sucedió. Cerré los ojos y me corté. Luego no recuerdo más nada. Cuando desperté, estaba en un hospital y más tarde, tuve que ingresar en un centro de rehabilitación. ¿Ahora entendéis el por qué de mis casacas? ¿De mi dolor en mis muñecas cuando hacen presión sobre estas? Mordí la almohada. Lo último que recuerdo, fue soltar un pequeño grito ahogado.

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BUENO ESO ES TODO POR HOY PERO IGUAL VOY A SEGUIR SUBIEDO... GRACIAS POR LEER!! :3

¡Desafío al Corazón!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora