- Ya lo estás haciendo. – le observo y sonrío. Él me devuelve la sonrisa. Silencio.
- Creo que deberíamos intentar llevarnos bien. – volvió a su voz ronca. – Por lo menos estos dos días.
- Tienes razón. – asentí mirando a la arena.
Seguimos caminando casi sin rumbo, ya la noche calló. Está todo completamente oscuro. Ninguno cruza palabra. El sonido de una pardela me asusta y me paralizo. Nicola me mira y comienza a carcajear.
- Estúpido. – digo dándole una patada en el trasero. Él eleva una ceja y abre mucho la boca, de repente se le escapa una pequeña sonrisa e intenta coger mi pierna.
- ¿Qué hiciste? – me dice acercándose, mientras sonríe pero con una expresión malvada.
- Ya, déjame. – digo caminando hacia atrás.
- ¿Qué me hiciste? – vuelve a preguntar esta vez riendo. De repente se comienza a formar una sonrisa en mis labios.
- Nada, no te hice nada. – digo negando con la cabeza mientras río. – Además, no te quejes. Te reíste de mí. – crucé mis brazos. Él sonrió. Volvió a borrar su sonrisa.
- Corre.
- ¿Qué? – elevo una ceja.
- Que corras.
- ¿Por qué? – frunzo el ceño.
- Corre. – se acerca un poco más.
- Déjate de boberías. – medio metro.
- No. No quiero. – niego. Nuevamente la pardela, esta vez mira él hacia un lado y vuelvo a darle una suave patada. Me mira y entonces. Corro.
- ¡Vas a ver! – dice corriendo tras de mí.
No paro de reír, corro y corro por la playa. La arena me pesa. Soy buena en los deportes pero la arena se me hace pesada y me hace respirar muy rápido. Sigo riendo, le escucho detrás, cada vez más cerca.
- ¡Ya! – cojo aire. - ¡Déjame! – grito riendo mientras sigo corriendo.
- ¡Te dije que corrieras! – dice carcajeando. Ya está muy cerca.
Las olas me dan en los pies y subo un poco a la arena seca, lo esquivo, mi corazón va a mil por hora, no paro de carcajear y eso me dificulta aún más la respiración. Vuelvo a la arena mojada, sigo corriendo, pero entonces ya no puedo más. Y otra vez me rodea con sus brazos. Pero esta vez ya no es ni un sueño, ni un pensamiento. Es real.
Me rodea por la cintura, con sus fuertes manos y carcajea, su risa entra de lleno por mi oído y me regala un pequeño escalofrío.
- Suéltame. – digo sin parar de reír. – Suéltame Nicola. – vuelvo a carcajear.
- De eso nada. – ríe con fuerza esta vez él. Siento su corazón a mil por hora en mi espalda.
Me zafo de su agarre y vuelvo a correr, siendo de nuevo, perseguida por él. Corro un poco, no avanzo ni siete metros cuando de repente caigo al suelo. Y no tan solo eso. Él cae sobre mí. Y no paramos de reír. Mi pelo se cubre de arena, una pequeña ola nos moja casi enteros y entonces dejo de reír. Y también se borra su risa, quedándonos los dos, con una pequeña sonrisa casi nula. Puedo apreciar la pequeña franja de sus dientes, me mira a los ojos y yo miro sus ojos. Su mano está apoyada en la arena, para no dejar caer todo su peso sobre mí. Otra ola llega, pero esta es escasa y se queda a unos pocos centímetros de nosotros. Miro hacia a mi lado, observando cómo desaparece y vuelvo a mirar hacia él. Dirige su mirada esta vez a mis labios y retira un mechón de mi cabello hacia a un lado. Vuelve a mirarme a los ojos. Intento levantarme, pero me pone resistencia.