Mientras Darla estaba destinada a la fama, la grandeza y la excelencia, Irene era más cálida, no viviría demasiado, un par de meses, quizás algunos más de los que se esperaba, pero era seguro que no pasaría del último año de preparatoria porque esa clase de velo era de los que iluminaban todo y desaparecían rápido, dejando profundas huellas a su paso.

Podías notarlo en los ojos de Peter, que ella se quedaría tatuada en él durante toda su vida.

Mientras tanto, había otros que tenían mejores destinos frente a ellos. Por ejemplo, estaba Maxine Reed, cuyo velo era de un amarillo opaco que cuando entraba en contacto con otros velos los hacía resplandecer en su máximo esplendor. Ella podía saber cuándo Maxine y Darla tonteaban cerca del lago porque sus auras se veían desde la ventana de su habitación. Maxine Reed era estable, segura y parecía ser vagamente consiente de sí misma, por lo que no socializaba demasiado. Sunshine aún pensaba que, aunque ella no lo supiera, cuidaba bien de si misma y procuraba no engrandecer a quien pensaba que no se lo merecía.

Era una chica inteligente.

Las auras se transformaban en arcoíris dentro de aquel lugar, Irina Grace era tan blanca como la pureza de su alma, era una buena mujer con un noble futuro. Darren Woolf estaba teñido de sangre y violencia, un rostro estricto e impenetrable ocultaban a una bestia salvaje que podía lastimar cualquiera que estuviera cerca de él. A Sunshine no le agradaba, no entendía cómo, pero el velo de Darren se agitaba de vez en cuando y era tan sólido que sólo podía ver sus pupilas ambarinas brillando a través de la tela.

Era aterrador y peligroso.

Cuando Sunshine Dickens decía que alguien le daba malas vibras era en serio y había muchos de esos en Saint Rudolph. Marshall Dallas, por ejemplo, pasó del tenue gris de un buen chico, teñido por una mala crianza, a un color tan oscuro que dejaba entrever un terrible odio.

Eran tan diferente al de Archibald Noble, ella no creía haber visto jamás un velo tan contradictorio como el de él, cuyos colores blancos y azules se transparentaban, cambiando constantemente. Le daba la sensación de estar contemplando su rostro a través de un cielo despejado. A Sunshine le agradaba Archibald a pesar de todo, porque la tranquilidad que lo rodeaba era muy contagiosa y cuando lo veías cruzarse con Darla Fisher, tenías al sol brillando en aquel todo azul.

A ella siempre le pareció graciosa la manera en que sus auras se buscaban. Donde Darla estaba, ahí iba Archibald, donde Archibald fuera, siempre podías contar con que Darla aparecería en algún momento. Por lo regular recorrían caminos separados, pero se encontraban cerca el uno del otro, cómo si no quisieran perderse de vista.

El día del incidente Sunshine presenció una tormenta, así que no fue difícil para ella saber que Archibald no podría haberle hecho daño a Darla ni, aunque hubiese querido.

Era imposible para él.

Sunshine aún no podía ver con claridad a los fantasmas, pero sus ojos habían mejorado desde que llegó a Saint Rudolph, sin embargo, a pesar de todo, ella aún no conseguía mirarse al espejo y contemplar su propio destino.

—Dickens ¿Que estás haciendo aquí? Deberías volver ahora a tu habitación.

Ella se volteó de golpe, sabiendo que se encontraba demasiado cerca de los dormitorios de los chicos, por lo que no era una sorpresa que Darren la hubiese atrapado. Ella estaba esperando encontrarlo parado en el pasillo, listo para regañarla, sin embargo, al girarse se encontró con un sitio vacío, iluminado por las intensas luces del alumbrado eléctrico. Fue entonces cuando recordó que Darren no estaba en la escuela, se había tomado la semana libre por enfermedad.

Una sonrisa nerviosa salió de sus labios antes de recuperar la calma y seguir explorando los alrededores mientras canturreaba la primera canción que se le cruzara en la mente.

Sobre mi cadáver (HDLO#1)Where stories live. Discover now