Unidos

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El corazón le latía con fuerza, mientras las gotas de sudor comenzaban a recorrer su cuerpo, pegándole el cabello a la nuca. La emoción le hizo olvidar la horrible pesadilla vivida en la mañana.

Casi sin aliento, se detuvo a sonreír: Repantigado en la entrada de piedra caliza, con un pie sobre el muro y los brazos cruzados, estaba Ackley. Iba de jubón azul con puños bordados con amplios arabescos de hilos dorados, el gregüesco hacía juego con el chaleco, medias blancas y zapatos negros con hebillas bien pulidas.

Se enderezó en cuanto la vio, arreglándose el jubón, sin dejar caer el blanco velo de encajes de su madre. Levantó su mirada, luego de comprobar que no podía hacer nada más por su apariencia, encontrándose con los verdes ojos de Evengeline. La joven lo saludó, mostrando las llamas nacientes de la espiral que se dibujaba en su mano derecha. Esa era la marca de su primogenitura, mientras que la de él era un ave de fuego dorado que se esbozó brevemente en su frente.

Ackley salió a su encuentro, dándole un tierno beso en la mejilla. 

—¡Estás preciosa! ¡Sin duda alguna soy el novio más feliz que puede existir en esta tierra!  —Evengeline sonrió.

—¿Y eso? —preguntó, señalando el inmaculado velo que este llevaba.

—¡Ah! Mi madre te lo ha enviado. Mi familia no tiene anillos, ni joyas que puedan darte, pero este velo es muy importante para nosotros —confesó, ayudando a ponérselo—, y ella quiere que lo tengas como una muestra de su aprobación.

—¡Es bellísimo! —exclamó, mientras el velo caía libremente hasta su cintura. En el borde del mismo podía observarse unas minúsculas rosas blancas—. ¡Esto es demasiado!

—No Eve, no lo es. Sabes que todo lo que Ignis Fatuus tiene es para ti. Hoy no solo serás mi esposa sino que también te ganarás el respeto y el honor de todo mi Clan.

— ¡Oh, Ackley! No sabes cómo me gustaría que Ardere compartiera conmigo toda esta felicidad... Que te recibiera como ustedes me están recibiendo. —Ackley besó su mano y ella se acurrucó en su pecho.

—Tenemos toda una vida, cielo mío, para conseguir la aceptación de toda la Hermandad. ¿Estás lista?

Ella asintió y él tomó su brazo, apoyándolo en el suyo.

La pequeña capilla de piedra caliza muy pulida, contaba con una campana en cada torre, y en el centro una enorme cruz. Hicieron una genuflexión al entrar. El interior del edificio estaba iluminado por la luz de las velas, algunas bujías y los rayos solares que luchaban por penetrar a través de los altos vitrales. Había dentro dos hileras de bancos de caoba, tallados con arabescos en los extremos. Unas pocas beatas estaban dentro del lugar aguardando para ser testigos del amor de los jóvenes.

Ackley no cabía de felicidad.

La ceremonia terminó y él se unió a Evengeline «hasta que la muerte los separe». Ella también estaba feliz, aun cuando era más inclinada a ocultar sus sentimientos. 

Hicieron de nuevo la genuflexión y, en cuanto salieron de la iglesia, se abrazaron tiernamente. Unidos en ese abrazo caminaron por la vereda de piedra hasta llegar a la encrucijada. Él tomó con dulzura sus manos besándolas con devoción.

—¿Te veré esta tarde, esposa mía?

—Así será, amado mío. Te esperaré en el riachuelo, cerca del manantial. —Ella lo miró con tanta pasión, que él acercó su rostro hacia él y la besó. Evengeline se aferró con fuerza al jubón de Ackley, mientras su velo caía hasta sus hombros. Él se separó al sentir la tela sobre sus manos, mantuvo los ojos cerrados, saboreando las delicias de aquel beso marital.

La Maldición de ArdereKde žijí příběhy. Začni objevovat