En busca de un Sello

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Aidan salió de la habitación, cruzó con la tabla a la derecha dirigiéndose al patio, caminando a través de un pequeño espacio cubierto de grama, bordeó la piscina intentando reducir el trayecto que le llevaba a un quiosco de madera de cuatro metros de altura, estilo granero. Abrió las puertas y arregló su tabla en la mesa.

Fijándose en ella tuvo el deseo de colocar su mano sobre la misma. Deslizándola, percibió la suavidad que aún quedaba de la cera y su aroma a piña, así como el amarillo intenso de la tabla. Detuvo su mano, respiró profundo, dando media vuelta para retornar a casa. 

 Captó el aroma a pescado frito, lo que le indicó que el almuerzo estaba listo, por lo que debía darse prisa.

Entró de nuevo en la casa, y subió las escaleras de dos en dos, abriendo la puerta que estaba a mano derecha. 

Su habitación era blanca con matices azules. La cama seguía revuelta, tal como la había dejado en la mañana; al lado de esta había una mesita con dos gavetas, sobre la tabla, una lámpara que a sus pies tenía cuatro revistas de fútbol. Abrió el clóset, saco un pantalón, una franela(1) beige, cuello panadero.

Frente a la cama había un escritorio donde reinaba la computadora y los libros de la escuela apiñados unos sobre otros. Encima de esta se encontraba el televisor, la repisa con los cuadernos y el resto de sus libros. 

 La iluminación natural de la habitación entraba por un ventanal que daba paso a un pequeño balcón desde donde podía verse el mar. Al lado del ventanal descansaba una guitarra. La brisa cargada de playa, coco y piña se colaba por la pequeña abertura del ventanal, haciendo que las blancas cortinas se elevaran.

Se echó un rápido baño para deshacerse del salitre. Se colocó los pantalones, limpió el espejo, se puso sus tres cordones de cuero, cada uno con un dije diferente: un sol mayor, una tabla de surf y una espiral de madera barnizada.

No pudo evitar observar su enredado y mojado cabello. Iba a peinarlo, cuando recordó su experiencia en la playa. Abrió el grifo introduciendo sus dedos en el chorro. Lo intentó varias veces, buscando sentir su cuerpo y el líquido como uno solo, pero nada pasó. Volviendo en sí, cerró el grifo con rapidez.

—Debo tener una insolación o tragué mucha agua —resopló, mientras abría el espejo. Sacó el peine, una crema que aplicó a su cabello para desenredarlo y protegerlo de las inclemencias del mar y el clima. Colocó el peine y la crema en su lugar, cerró el espejo, se acomodó el cabello con las manos, se dedicó una media sonrisa, y salió del baño.

Tomó la franela, colocándosela con agilidad. Agarró la sábana, batiéndola una sola vez para que cayera cubriendo toda la cama.

—Con eso bastará —pensó, sacando unos converse del clóset, se los colocó y bajo acompasado por los escalones.

Desde allí se escuchaban las voces de Dafne e Ibrahim, quienes comentaban sobre los desaciertos de Evengeline y Ackley, la primera porque lo consideraba una imprudencia, el segundo porque defendía el amor entre ambos. 

Aidan apareció, chocando rítmicamente las manos.

Quién osó destruir los Clanes

La maldición extendió

Su corazón podrido,

tan inmisericorde

Separó lo que el Sol, en su amor había unido.

La Maldición de ArdereМесто, где живут истории. Откройте их для себя