La verdad según el Clan de Ackley

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—Necesitas a los otros para que tu Sello se manifieste —ironizó con suficiencia.

—¿Es en serio? —comentó Gonzalo, mientras Maia sonreía—. Te lo dije Amina, estos no son más que unos pobres neófitos —bufó, sentándose al lado de su prima—. ¡No puedo creer el grado de descuido de los demás Clanes!

—¿De qué estás hablando? —lo atacó Ibrahim.

Ya estaba un poco molesto por la actitud que Gonzalo estaba tomando para con él. El chico amable y competitivo que jugó fútbol el día anterior no estaba en aquella habitación.

Maia cerró sus ojos. Gonzalo señaló con la mano a su prima. En su frente se iba dibujando suavemente el contorno de una figura, primero la mitad de la cola, luego el ala derecha, el pico, la cabeza, la corona, el ala izquierda, la mitad faltante y en el centro del ave, donde estaba el corazón, apareció un reluciente Sol que destelló como piedra preciosa. 

El Sello de Maia era diferente al de ellos. No era de un amarillo tostado, ni un rojo borgoña, sino que la silueta de su Sello era de un dorado brillante, no parecía un esbozo, tenía un peculiar relieve, aun así no estaba incrustada, ni sobresaliente en su piel, lo que la hacía más genuina y extraña. El Sello de Gonzalo iba cambiando de un rojo a un rosa metalizado, muy refulgente.

—¡Te hemos sorprendido Sidus! —alardeó.

—¿Cómo...? ¿Cómo lo hacen? Nosotros no podemos hacer que nuestros Sellos aparezcan. Solo podemos ver el Sello de los miembros de nuestros Clanes y el de los demás Primogénitos.

—Esa es una habilidad que todos tenemos, ver el Sello de los miembros de nuestro Clan. Bueno, en mi caso puedo sentirlo. Ahora, en relación al porqué puedo ocultar o mostrar mi Sello sin necesidad de tener a los otros Primogénitos cerca, se debe a que puedo, podemos —rectificó— controlar nuestros Sellos —le respondió grácil—. Eso también deberían hacerlo todos ustedes. Mas creo que el resto de los Clanes se han alejado mucho de las costumbres de la Fraternitatem Solem, lo cual es muy triste.

—¡Todo este tiempo has sido tú! —dijo asombrado. No podía creer lo ciego que habían estado. Era Maia y no Irina la que hizo que los Sellos se revelaran la primera vez, cuando todos estaban juntos en el Salón de Oficio. Ella se encontraba detrás de la puerta cuando los Sellos aparecieron. También su presencia en todos los recreos era lo que hacía que sus Sellos se manifestaran—. Pensamos que Irina era la Primogénita que faltaba, pero eras tú y, ¡no lo vimos! ¡Espera a que los demás sepan!

—¡No! —le atajó Maia—. Nadie puede saber quién soy, mucho menos pueden saber que mi Clan sobrevivió. Es mejor que todo permanezca como está, por el bien y la paz de los demás Clanes.

—Pero, ¿por qué? No entiendo —confesó, sus ojos iban de Gonzalo a Maia, buscando una explicación—. Todos tenemos un enemigo en común, Maia. Debemos estar unidos o seremos presas fáciles.

—Ackley cometió un solo error y, prácticamente, acabó con nuestro Clan —comenzó Gonzalo—. Se confió demasiado en el amor de Evengeline. Le entregó todos los secretos de Ignis Fatuus, además de su corazón. Se doblegó a ella, y en ese momento, dejó de lado las Leyes de la Fraternitatem

»La hizo su esposa, la presentó a su madre, al Prima. —Ibrahim lo miró horrorizado, esa parte de la historia no la conocía—. Ella la recibió en su casa, la llamó «hija». Ackley estaba preparándolo todo para llevarla a vivir en nuestra Aldea. Esa noche los miembros de Ignis estaban de fiesta, recibirían a la esposa de su líder, vistieron sus calles de fiesta. 

»Ackley fue en su búsqueda, cuando regresaba a su hogar para supervisar los preparativos, el olor de la madera quemada llegó a él, apresuró el paso encontrándose con la más desgarradora escena: Los techos de los hogares de su amado Ignis ardían.

La Maldición de ArdereWhere stories live. Discover now