Promesas Rotas

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En su vida Aidan había cabalgado tantas olas. Al parecer los trucos de surf se los estaba dando él a José. Le resultaba divertido robarle las mejores olas a quién consideraba su maestro, incluyendo un par de tubos perfectos. José estaba sorprendido de la técnica que estaba empleando Aidan.

—Deberías acompañarme. Puedes conseguir patrocinador y practicar el surf profesionalmente —le confesó sentado en su tabla.

—Es una maravillosa invitación, pero en estos momentos no me interesa —mintió. 

En otra ocasión no hubiera rechazado su invitación, mas ahora tenía una responsabilidad con la Hermandad, responsabilidad que no había deseado, aunque tampoco renunciaría a ella.

—Es una lastima, Aidan, porque tu talento puede terminar perdiéndose.

—Esto es un hobbie. Nunca he pensado en llevarlo más allá —contestó, observando las señales que desde la arena le hacía Irina.

Esta se había sentado a leer un poco retirado de los bolsos de ambos chicos. Sin embargo, en el mismo instante en que se acercó a estos, comenzó a llamarlos, lo que hizo que el corazón de Aidan diera un salto. Aquello solo significaba que algo había ocurrido.

Se acostó sobre la tabla, nadando de regreso a la orilla, José iba detrás de él. Cuando estuvo cerca de la orilla, cargó su tabla corriendo hasta Irina. 

Tiró la tabla, abrió el bolso, se secó rápidamente las manos y tomó el celular. Habían veinte y tres llamadas perdidas de Maia, catorce mensajes de voz, y cincuenta mensajes entre whatsapp y de texto, dos snapchat. Le repicó a Maia, mientras José le preguntaba qué ocurría, mas no tenía ganas de responderle. 

Llevándose una mano a la cintura se alejó un poco de ellos. El teléfono de Maia solo repicaba. Palideció, poniéndose frío. Algo no andaba bien. Marcó al correo de voz y la escuchó.

—¡Ey, Aodh! —Sonrió—. Martina nos convocó para hoy. Es la prueba, nos toca a las once. Te espero en el Auditorio.

Aquello bastó para que este volviera su rostro hacia Irina, quien esperaba con su primo por una respuesta. Vio el reloj del teléfono el cual marcaba un cuarto para las once.

—¡Por fa! Lleven mis cosas a casa —les dijo, tomando sus sandalias para echarse a correr.

Los gritos de José no lo detuvieron. Irina sonreía: Su plan había funcionado.

Aidan sabía que le llevaría unos veinte minutos en llegar al colegio, y eso era tarde. Intento usar su Don de Neutrinidad, pero al parecer este solo funcionaba con la presencia de Indeseados.

—¡Mierda! —gritó—. ¡Qué Don de porquería!

Media hora atrás, Maia había abandonado su sueño de bailar con Aidan

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Media hora atrás, Maia había abandonado su sueño de bailar con Aidan. Se colocó su vestido, las zapatillas con un ligero tacón, y con ayuda de su bastón estuvo de vuelta en el escenario con Dominick. Este le dio un beso en la frente, tomando con fuerza su mano. 

La Maldición de ArdereWo Geschichten leben. Entdecke jetzt