Se Desatan Los Cielos

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—Veo que tu plan de unir a Itzel con Maia ha funcionado —le comentó Ibrahim a Aidan mientras merendaban.

—Sí —contestó sonriendo, entretanto dirigía una mirada hacia donde estaban sentadas las chicas. Ni todo el cabello que cubría su frente fue capaz de impedirle a Ibrahim ver sus ojos verdes centellear de emoción—. También le he pedido a Dominick un espacio para hablar con él.

—Eso ha sido muy maduro de tu parte —respondió volviendo a su merienda—. Espero que puedas mantenerte controlado, y puedas llegar a un acuerdo con él —dijo, confirmando que Aidan seguía con la mirada colocada en un lugar en específico. Por curiosidad, volteó. Esta vez su amigo miraba a Irina; quizás aquello respondía al porqué sus pupilas estaban completamente oscuras de ira y el verde era menos intenso—. Terminarás matándola si la sigues viendo así.

—No puedo evitarlo. Lo peor de todo es que más allá de sentirme molesto con ella, me siento molesto conmigo mismo. ¿Cómo pude ser tan idiota?

—¡Por fin! ¡Aleluya! ¡Eureka! ¡Bravo! ¡Qué chévere! ¡Enhorabuena! Me alegra que te hayas dado cuenta.

—¿En serio? —le preguntó, deteniéndose para observar como Dafne se acercaba a Dominick.

Este estaba sentado en la mesa debajo del árbol de mango. De vez en cuando levantaba su mirada para saber cómo estaba Maia. Había acordado consigo mismo que si Aidan iba hasta donde ella estaba, él haría lo mismo. 

Aunque seguía dudando del motivo por el que debía de estar lejos de ella, pues nada se lo impedía. Sin embargo, en el fondo, él también deseaba que ella pudiera conocer a otras personas y relacionarse con las mismas, así que le estaba dando su espacio.

En ese momento, una joven de cabello rubio recogido en una trenza, se le acercó. Reconoció en ella a la chica que había visto sentada al lado de Ibrahim el lunes en la tarde. La miró sorprendido.

—No vengo a molestarte —le aseguró, al ver su impresión.

—Por el contrario, pensé que las chicas como tú no se acercaban a los chicos como yo.

—Bueno, realmente no sé cómo sean los chicos como tú, ni las chicas como yo. El hecho es que tú eres de un Clan y no tienes información de él. Creo que no deberías estar en desventaja con respecto a los otros.

—¿Crees que puedan considerarme menos?

—No lo sé. Mira, yo debí heredar el Don de mi hermano pero el error de Evengeline me pasó factura, así que estoy haciendo lo que una verdadera heredera del Clan Ardere haría, instruirte sobre tu Clan y la Hermandad. —Le tendió una bolsa de papel azul—. Este es un libro muy antiguo del Clan Aurum, sé que te será de utilidad.

—Ayer estuve investigando por Internet y fue poco lo que conseguí.

—Tuviste suerte. Los Clanes han mantenido por siglos, por milenios —se corrigió— en secreto su existencia. ¡Ahora, más que nunca! Bien, Dominick de Aurum, espero que no seas un flojo como mi hermano y te pongas a estudiar un poco sobre tu Clan —se despidió.

—Espera. —La detuvo—. ¿Cuándo debo entregarlo?

—Quédatelo, lo necesitas más que yo. —Dando media vuelta con cara de pocos amigos se alejó del lugar.

Dominick no podía creerlo. Por fin tenía un registro auténtico de su Clan. Lo guardó en el bolso, no sin antes sentir la pesada mirada de Irina sobre él.

También Aidan siguió el trayecto de Dafne. Sabía bien que Irina no se atrevería a meterse con su hermana, ni siquiera él lo haría. Su melliza había entrenado para ser una guerrera, y se tomaba muy a pecho eso de poner a todo el mundo en su lugar, así que ninguno de los que conocían su carácter se atreverían a fastidiarla.

La Maldición de ArdereWhere stories live. Discover now