Sorpresa de Mal Gusto

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Maia sentía los brazos adoloridos. Había perdido la cuenta de todas las veces que Aidan no la había sujetado con firmeza y se había caído. 

Eran las cinco, muy tarde para continuar. Sin pararse del suelo, extendió los brazos y subió sus piernas. Estaba agotada. Cerró sus ojos intentando serenar su mente para darle un poco de alivio a su cuerpo.

—Lo siento —le confesó Aidan, sentándose a su lado, con las rodillas abrazadas—. No soy muy bueno para esto.

—«Esto» es lo normal —le aclaró—. Tú eres nuevo y yo estoy oxidada. —Sonrió—. No pasa nada.

—Aun así debo pedirte disculpas por no sujetarte con firmeza.

—Aodh, ¿tienes una idea de lo que estás haciendo por mí? ¿De lo que todos ustedes han hecho por mí? —Se incorporó, recostando su cuerpo en sus codos—. Me han dado una vida. Una vida que no tenía. Siempre he estado encerrada en cuatro paredes... y sí, estoy muy agradecida, tengo unos padres maravillosos, y mi amado primo ha venido a vivir conmigo. Antes, mi vida era un hábito, cada día era igual al anterior. Soy yo quien está en deuda con todos ustedes y no tengo ni la menor idea de cómo pagarles todo lo que han hecho por mí.

—No lo hemos hecho para buscar un beneficio. En mi caso, solo lo hago porque... —Hizo silencio. No tenía muy claro el porqué lo estaba haciendo, superficialmente lo hacía porque la quería, pero si profundizaba más entonces, estaba perdido—. Considero que es lo correcto y me gusta hacerlo.

—¿Lo correcto? Ahora me siento como una asignación —ironizó.

—¡No! —se alarmó—. No era ese el sentido que quería darle.

—Lo sé. Y tú, ¿cómo has estado con todo lo de Irina? ¿Has hablado con ella?

—Ese siempre ha sido el problema entre Irina y yo: Nunca hemos podido hablar.

—Creo que deberías hacerlo. —Apartó el rostro. «¿Por qué rayos le surgieres eso?», se dijo. Ya era tarde para arrepentirse.

—Puedo acercarme. —Ella asintió, recogiendo sus brazos, mientras él ponía su hombro contra el de ella—. El deber es algo muy complicado, exige responsabilidad. Lo que quiero decir —titubeó, tomando la mano de Maia— es que no puedo hablar con Irina porque nunca he tenido nada de qué hablar con ella. Mi vida también ha sido un hábito. ¡Claro! De vez en cuando pasan cosas que cambian todo, pero por lo general puedo predecir lo que va a ocurrir. Y sé, solo sé que Irina no es para mí.

—¿Por qué lo dices? —susurró, sintiendo el suave roce de los dedos de Aidan en su mano. El cosquilleo que recorría su brazo no le permitía controlar su tono de voz. Su aroma, el sonido de su voz, su caricia, no la dejaban pensar. Debía controlarse o lo terminaría ahuyentando.

—Porque edifiqué mis sentimientos sobre mentiras. Nunca quise ver quién era ella y lo que he visto no es lo que quiero para mí. No puedo confiar en Irina.

—Creo que, en un futuro, te conseguirás una buena chica —dijo, recuperando la calma al colocar su otra mano sobre la de él—. Eres un gran chico, y terminarás encontrando a esa persona a la que mirarás a los ojos y reconocerás en ella tu esencia, en la que podrás confiar y nunca te decepcionará.

—¿Y tú? —preguntó, volviendo su rostro hacia ella. 

Su mirada era lánguida, estaba perdido en sus cabellos castaños, en su olor a jazmines y manzanas. Pero ella se levantó, rompiendo el encanto de la cercanía. La siguió hasta la ventana. Maia se recostó en ella, y él se acercó lo suficiente como para sentir el calor de su espalda en su pecho.

—Soy ciega, y no dudo que existan personas de noble corazón que vean más allá de todo esta fachada de los sentidos. —Aidan colocó una mano en su hombro—. Para mí no habrá un más allá del liceo. Tengo otro destino.

La Maldición de ArdereWhere stories live. Discover now