La Flecha Roja

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Leticia era una verdadera veterana en eso del baile, y un tanto tirana. Maia era muy buena, y él, un imbécil que terminó por aceptar que ni siquiera contaba con dos pies izquierdos. Sin embargo, ensayaron dos horas seguidas, tomándose un pequeño descanso.

Aidan caminó a uno de los rincones de la habitación, estaba convencido de que no tendría energía para entrenar al día siguiente. Admiraba la vitalidad de su amiga, la cual continuaba moviéndose al ritmo de la música.

Dándose cuenta de que estaba sola, lo llamó.

 —Estoy aquí —le dijo.

—Pensé que te habías ido —contestó caminando hacia él—. Mi mamá puede ser un poco... —Hizo un pequeño gesto con el rostro—. ¿Perfeccionista?

—Estoy bien —comentó, ayudándola a sentarse a su lado, hombro a hombro—. Temo que no soy un buen compañero de baile.

—No te subestimes. Si fueras malo te lo hubiera dicho —contestó inclinando su hombro hacia el de él, haciendo que se moviera—. Ella es muy sincera con esto.

Aidan inclinó su rostro hacia ella. Amina pudo sentir que la frente húmeda del chico se encontraba muy cerca de su cabello. El joven cerró sus ojos. Era el mismo olor a manzanas del cabello de Evengeline, su misma fragancia, el mismo dulce tono de voz. Aquello le estaba haciendo daño. Se levantó bruscamente, haciendo que Maia se asustara.

—Tranquila —la calmó, arrodillándose frente a ella—. Necesitaba ponerme en pie —respondió volviéndose a levantar.

Maia no dijo nada. Era evidente que él la estaba rechazando. Bajó su rostro para ocultar el rubor de sus mejillas, las sentía calientes, muy calientes. Ese era uno de los motivos por los que Gonzalo siempre se reía de ella. «Tu rostro es todo un poema, aun cuando tu mirada esté perdida... ¡Eres tan leíble!». Pero esta vez no quería que nadie leyera nada en ella.

Mas, Aidan no pudo estar mucho tiempo de pie, contemplándola. Ella era como un imán que lo atraía fuertemente, y sin embargo, algo en su interior le exigía que se alejara. Dio un paso al frente. Era imposible huir. No quería hacerlo.

—¡Prima! —gritó un joven desde la puerta, deteniendo el impulso de Aidan.

Este se volvió, mientras Maia se levantaba con una visible sonrisa.

—¡Gonzalo!

En la puerta del salón estaba un joven de piel dorada muy clara, rostro alargado, de cabello castaño oscuro, corto, peinado hacia atrás. Sus ojos varoniles eran de un marrón intenso. Una fina barba recorría el borde de su mentón, nariz definida y labios firmes. 

Iba con pantalones de mezclilla, una camisa de líneas horizontales finas en tonos rosados y zapatos deportivos blancos, exhibiendo un reloj azul enorme en su gruesa muñeca. Su espalda era ancha y aun cuando la camisa, arremangada hasta los codos, ocultaba sus brazos, se podía percibir sus bíceps.

Maia corrió a sus brazos. Aidan vio como ambos se fundieron en un fuerte abrazo. El joven cerró sus ojos, haciéndole sentir que estaba estorbando.

—Amina, ¡mi Amina! —susurró solo para ella—. Pero, ¡déjame verte! —le pidió observándola desde los pies hasta la cabeza, tomó su rostro entre sus manos—. ¡Qué hermoso rostro tienes! Nacho no va a querer irse.

—¡Gonzalo! —se quejó.

—¿Y quién es tu amigo? —le preguntó, abrazándola una vez más.

—¡Oh sí! Él es Aidan y me está ayudando. Quiero entrar al Club de Danza pero, por mi condición, no me dejan participar sin un compañero y él se ofreció.

La Maldición de ArdereTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang