Los Otros

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La habitación de Gonzalo estaba hecha un caos. Sobre su cama estaban tirados pantalones, camisas, franelas y camisetas del Manchester, el Borussia, elTorino, el Atlético y equipos de fútbol nacional. 

Abrió su bolso deportivo metiendo en este sus tacos, las medias, las canilleras, un aerosol para los golpes, algunas vendas, una toalla, una franela de marca Adidas, desodorante y toallitas para el sudor. Hizo un recuento mental en su cuarto de paredes blancas, observando a través de su ventanal los apamates que limitaban la casa. 

—Amina está loca. Tiene un poder que es de temer —pensó, volviendo a su bolso.

Después de verificar que todo estaba bien, tomó un pantalón de mezclilla con algunos agujeros, se los colocó, rematando su look con unos converse rojos. Metió las manos entre el rebullicio de ropa, desenterrando el control de la T.V., lo dirigió hacia su izquierda, apagándola. Hizo lo mismo con el aire acondicionado y salió.

En el pasillo se tropezó con Maia, la cual llevaba el cabello recogido en un chongo y un bolsito cruzado en su pecho.

—Debiste dejarte el cabello suelto, conozco a un tipo que ama oler tu cabello.

—¡Búrlate!

—No, es verdad. Lo digo en serio. Creo que debería pedirte la marca del champú o algo por el estilo.

—Creo que estás celoso.

—Un poco, lo confieso, pero como el ser en cuestión me cae bien, entonces yo mismo le daré la marca. —Maia sonrió—. Deberás deshacerte de eso que tienes en la cabeza, porque no pienso montarte en mi moto sin casco.

—Tranquilo —contestó recogiéndose una cola en la nuca—. Estaba preparada para que me sugirieras eso. —Sacó unos lentes de sol—. Creo que con esto me veré genial.

Gonzalo colocó su mano en su hombro para llevarla hasta la moto. 

—Amina, creo que prefiero el moño —le confesó, mientras la chica se colocaba el casco. Sujetó el bolso en la parrilla, se montó en la moto, ayudando a Maia a abordar.

Maia iba fuertemente aferrada a su primo. Podía sentir los carros pasar a gran velocidad a su lado. Suponía que Gonzalo era de aquellos conductores que sentían poco respeto por las leyes, pero por ella se tomó el tráfico con tranquilidad. 

Iban a buen tiempo, además, era un simple juego y no iba a arriesgar a todos los ciudadanos. 

Él amaba la velocidad solamente cuando podía mortificar a sus padres. Sin embargo, ahora tenía a los non desiderabilias y esa era una forma más efectiva de ponerse en peligro sin exponer a otros.

La cancha de fútbol estaba en el fondo de una pequeña precipitación en el terrero. Su grama lucía un hermoso verde. Gonzalo contempló las marcas de cal sobre el engramado, mientras esperaba que Maia se recogiera su moño. Desde donde estaba pudo contemplar que las condiciones de las redes eran óptimas. En el campo estaba Aidan trotando con dos chicos, uno de lentes y otro más fornido.

—¿Estás lista?

—Sip —respondió Maia tomándole el brazo para bajar por la suave colina.

Dominick los vio, salió del campo para ir a por ellos, acción que llamó la atención de Aidan e Ibrahim, quienes no dudaron en unirse. 

En la colina estaba sentada una chica de cabellos castaño oscuro, con otra de cabello rubio. Gonzalo se detuvo al estar cerca de Dominick. Las chicas se levantaron para juntarse al grupo.

—¡Maia! —gritó Dominick.

—¡Nick! —Lo abrazó—. ¿Recuerdas a Dominick?

—¡Claro! —dijo Gonzalo, saludándolo con un golpe de manos—. Por lo visto tomaste algo de carne.

La Maldición de ArdereWhere stories live. Discover now