Triste Profecía

483 63 81
                                    

Ibrahim había acordado con Aidan en ir a por sus útiles después de su estadía en la casa de Maia. Sin embargo, la experiencia vivida le había dado mucho para pensar, y lo menos que quería era estar con su amigo. Sacó sus manos de los bolsillos de su pantalón de mezclilla, aflojándose los botones del cuello. En ese instante, poco le importaban las miradas curiosas que dirigían al cardenal de su cuello. 

Sentía pena por todo el Clan Ignis Fatuus, pena por la injusticia con la que habían sido tratados. Lo más triste de todo era que después de casi cuatro siglos, aún muchos seguían sin entender qué tan grave fue la ofensa que le hicieron a la Hermandad como para hacerlos pagar de aquella manera. 

Muchos afirmaban que la medida tomada fue justa porque rompieron con la regla, pero, ¿por qué fueron tan benévolos con Ardere?

Tenía miedo de lo que los Ignis Fatuus podían llegar a hacer, de sus planes de venganza, aun cuando confiaba en Maia y Gonzalo. Este último lo había salvado: Si su corazón hubiera estado lleno de resentimiento les hubiese dejado morir, sin embargo, bajo el abrigo del bosque, acabó con los non desiderabilias. Y eso era más que suficiente para confiar en él. 

Y si, todavía, albergaba alguna duda, entonces le bastaba con el ataque de ese día: Maia había protegido a Irina. ¿Por qué proteger a una persona que te ha hostigado hasta la tortura? Definitivamente, ella debía tener un gran corazón.

Una leve llovizna comenzó a caer, mas no tenía intenciones de echarse a correr. Miró al cielo observando una extensa nube gris sobre todo el camino. Las gotas caían en sus lentes. Cerró sus ojos por costumbre, abrió sus brazos y continuó su camino sonriendo.

El hecho de que Maia fuera la otra Primogénita explicaba muchas cosas. 

Cinco Dones fueron repartidos, y un sexto se perdió en el camino, ahora podía comprender que ese Don era el de ella. Un Don que manifestó desde su nacimiento, pese a que desconocía cómo ocurrió; un Don que se mantuvo oculto por dieciséis años.

Pero ella no solo daba cumplimiento a esta parte de la profecía de la Hermandad, también era la explicación más lógica al verso una vida compartida entre luchas y alegrías. Itzel, Saskia, Aidan y él siempre habían estado muy unidos, sin llegar a ser grandes amigos, podría decirse que se conocían de toda la vida, pero Dominick no encajaba en ese verso, a él nadie lo conocía, no, hasta que apareció una semana atrás en su salón revolucionando todo. 

Sin embargo, él y Maia eran muy íntimos, o por lo menos eso era lo que creía hasta hace poco; podía jurar que él no tiene ni la menor idea de que su amiga poseía Dones sobrenaturales.

Su camisa se pegó por completo a su cuerpo y los pantalones le comenzaban a pesar, pero no se dio prisa. La lluvia lo estaba purificando, aclarando tantas conjeturas que solo lo habían llenado de confusión. 

Al principio, cuando conoció a Maia había sentido lástima por ella, no se imaginaba cómo se podía vivir sin el don de la visión. Era un pensamiento irónico, considerando que desde niño tuvo que usar lentes, o quizás cultivó aquel sentimiento porque temía quedarse completamente ciego.

Recordó una vez que sus lentes se extraviaron y tuvo que buscar a tientas por todo su cuarto, el cual se convirtió en un lugar borroso y confuso, de imágenes distorsionadas, desde ese día se convenció de que quedar ciego era lo peor que le podía pasar a una persona, y como una jugarreta del destino, una invidente se cruzó en su camino, pero al final resultó que él era el ciego. 

Amina terminó siendo la luz tenue, una llama muy pequeña que es capaz de brillar con una intensidad tal que nubla los sentidos. Ellos la consideraron menos, indigna de su Don. Todos estaban ciegos.

La Maldición de ArdereDove le storie prendono vita. Scoprilo ora