El Deseo del Corazón

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El cielo derramó con violencia las aguas que contenía. La arena se volvió compacta y la marea embravecida. Desde la ventana de su habitación, Aidan podía ver la furia de la tormenta y esta no mermaría. Estaba lloviendo desde las cuatro de la tarde, eran las ocho de la noche y no parecía que la naturaleza fuera a dar una tregua. 

—Demasiado calor —pensó en la causa, pasando el dedo ondulatoriamente por el empañado vidrio. Sonrió tristemente y salió de la habitación. 

Dio con su abuelo en el pasillo. Ambos habían acordado jugar un poco en la consola. Rafael sabía de antemano que su nieto le daría una paliza. Aidan se veía tan taciturno que el anciano creyó darle una alegría al chico, perdiendo una vez más. 

Rafael sentía curiosidad por aquello que perturbaba al joven, probablemente se debía a que extrañaba el mar, aun cuando Aidan no era de los que iban a surfear cuando tenía clases; quizás la Hermandad lo estaba agobiando.

—Todavía no has hablado con Dafne.

—Solo le doy su tiempo. Abuelo, ¿qué equipo escoge?

—El Real Madrid.

—Entonces le iré al Barca —dijo cediéndole uno de los controles—. ¿Preparado para una paliza?

El abuelo sonrió. No había transcurrido ni cinco segundos cuando Rafael anotó el primer gol. Y a ese le siguió el segundo, y un tercero, y un cuarto. El colorado rostro de Aidan se mostró completamente desencajado, golpeaba con tal fuerza las teclas del control que Rafael pensó que lo quebraría.

—¡Ey! ¡Ey! —lo calmó—. Es solo un juego, no siempre se gana. —Aidan se llevó las manos al rostro, cubriéndolo por completo—. Esto no es por el juego, ¿verdad?

—No, abuelo, no lo es.

—¿Y puedo saber cuál es el motivo por el que intentas dañar el control?

—¡Qué soy un estúpido! —Las gotas de lluvia se estrellaban con tanto ímpetu en el cristal, que casi tenían que gritar para escucharse—. Pensé... Me gusta una chica, pero resultó ser la villana de la historia. —El abuelo se acomodó, soltando el control.

—Nunca nos enamoramos de quién debemos.

—Ese es el problema, abuelo. Que hay otra chica. —El abuelo sonrió, agudizando su mirada—. Y la he puesto en peligro.

—¿Y también te gusta la otra chica?

—Sí, no —corrigió rápidamente.

—¿Sí o no?

—Es complicado. No lo entendería.

—¡Claro!

—¡Abuelo! Solo es... Si me acerco a la chica nueva, entonces la pongo en riesgo. Y he sido tan egoísta que le he pedido a alguien que se aleje de ella, pero yo no pienso hacerlo.

—Por un momento pensé que me hablarías de la Hermandad, de tus problemas con Dafne, pero no me esperaba esto. Aidan, solo tienes diecisiete años, quizás alguna de ellas sea la chica, como puede ser que no sea ninguna.

—Creemos que una es de Ignis Fatuus.

—¿Cuál?

—La que me gustaba antes. Y eso también me está martirizando.

Rafael, le acarició el cabello hasta la nuca, apretándole con fuerza el cuello, mientras Aidan apoyaba sus codos en sus rodillas y se refugiaba en sus manos. Se dio cuenta de que este necesitaba la aprobación de su Clan, en el fondo tenía miedo de cargar con las culpas de Evengeline, de cometer los mismos errores que ella cometió. Pero en la vida no siempre se obtiene lo que se quiere.

—Necesito descansar.

Dejó el control a un lado y se dirigió a su habitación. Una vez allí, se quitó el pantalón colocándose la pijama. Se metió debajo del cubrecamas, comenzaba a hacer frío. Fijó su mirada en el ventanal de su cuarto. Esa noche no habría estrellas, ni Luna, solo gotas como lágrimas, esas lágrimas que él no podía derramar. Inevitablemente, se estaba tragando su amargura.

Lo primero que notó fue su camisa beige recogida finamente en los puños por unos botones dorados, que caía sobre sus gregüescos

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Lo primero que notó fue su camisa beige recogida finamente en los puños por unos botones dorados, que caía sobre sus gregüescos. Llevaba medias tan blancas como la nieve. Sus mejillas le ardían, quizás había estado haciendo algún tipo de trabajo. Reconoció el riachuelo frente a él. Sabía dónde estaba. 

Al parecer en sus sueños, también el tiempo transcurría. Sin embargo, algo extraño le pasaba. Sentía un hueco en el estómago, reconocía aquella sensación, pues siempre se repetía cuando estaba nervioso. Las manos le temblaban. 

Una chica apareció entre los árboles. Era la misma que había visto el día anterior y lo llamaba. Su sola aparición hizo que su cuerpo se estremeciera de emoción. Sintió como vibraba su ser, mariposas revoloteaban en su interior. 

Esa joven no era una simple chica, era la chica que él quería. Ella lo saludó, haciéndole ir a su encuentro. No fue tan torpe como la última vez, tuvo cuidado al cruzar el riachuelo. Cada paso que daba lo llenaba de vida, de miedo, de alegría. Eran tantos los efectos que su presencia producía en él que pensó que perdería el control. La necesidad de estar a su lado solo crecía segundo a segundo. 

Ella le sonrió. Aidan sabía que le sonreía, no podía ver su cara, pero algo le decía que lo estaba esperando con la misma exaltación que él sentía.

Pensé que no vendrías —le dijo con dulce voz.

Él colocó con sutileza sus manos en sus mejillas, besando su frente. Aquel beso le devolvió la vida. Podía verla, olerla, sentirla más que cualquier cosa real en el mundo. Ella se estremeció. Él bajó su mano hacia su cintura.

Te amo tanto, Evengeline —dijo cerrando sus ojos para besarla.

Las alarmas de Aidan se activaron justo cuando sus labios se unieron, eran tan suaves que no pudo despertarse. Su sangre comenzó a hervir, sus mejillas se encendieron aún más, sintió su frente arder, y la besó con fuerza. Ella se acomodó a su cuerpo, colocando sus manos en su cuello, mientras las introducía por su cabello. 

Evengeline era tan delicada, tan sutil como el terciopelo. El corazón de Aidan latió con mayor fuerza. Aun cuando sus labios se despegaron, no podía abrir los ojos. Él había besado a otras chicas, pero jamás había sentido tanto como en aquel beso. ¿Tanto la amaba Ackley?

Y allí se dio cuenta, de que él no era él. Sin soltar su rostro, se separó ligeramente. Sus verdes pupilas destellaron al reconocer a la persona que tenía en sus brazos. Podía verse reflejado en sus ojos, sentir su fragancia.

¿Maia? —susurró.

Aidan saltó de la cama. Sus pies estaban humedecidos, su garganta reseca. Su corazón palpitaba con tal fuerza que pensó que le daría un infarto. Podía sentir en sus labios aquel beso y, en su corazón, aquel sentimiento que podía matarlo de dolor. Sonrió sonrojándose. 

Quizá su subconsciente lo había traicionado revelando un rostro que le era conocido, pero él sabía muy bien que esa chica no era ella, y ese joven no era él.

La Maldición de ArdereWhere stories live. Discover now