Helado o Tartaleta

519 56 45
                                    

Aidan golpeó un par de veces la puerta del hogar de Itzel. Odiaba tocar el timbre. Escuchó los gritos provenientes de la casa. Una chica, dos palmos más baja que él, con el cabello recogido en una coleta, le abrió. No pudo evitar ver como las mejillas canelas de la joven tomaban un hermoso rubor. Aidan llevaba en una mano la vianda con la comida que le había prometido a Itzel y una mochila verde botella guindando en su espalda.

—¡Pasa Aidan! —gritó Itzel, dándose cuenta de que Loren estaba tan aturdida que le dejaría esperando un buen rato en la puerta.

—Permiso —dijo Aidan, tratando de hacer espacio entre la puerta y Loren. Itzel pudo ver como su hermana imitaba gritos, haciendo señas de que Aidan estaba allí—. Mi mamá me dio unas ocho empanizadas(1), no creo que Gabo pueda comer tanto... bueno, uno nunca sabe.

—En verdad, no sé cómo agradecerte el gesto —le dijo recibiendo la vianda, y volviendo sus ojos al joven. Itzel observó como un brillo fugaz le recorrió sus pupilas—. ¡No saldré contigo! —le advirtió.

—No te pediría tal sacrificio —contestó riendo—. Pero mentiría si te digo que no quiero algo a cambio. —Tobías entró en aquel momento a la cocina. Tenía el cabello mojado, la sudadera debajo de la camisa blanca del equipo "Los Delfines de Costa Azul".  Aidan sonrió.  Aquel era un nombre muy largo para una camiseta tan pequeña—. ¡Oh! —dijo recordando que tenía algo para él, se quitó la mochila, sacando un guante Wilson, que sorprendió al niño—. Creo que esto es para ti.

—¿Me lo regalas? —le dijo Tobías, cuya codicia por el guante podía leerse en el rostro.

—¡Tob! —gritó Itzel, un tanto escandalizada.

—Puedes quedártelo. —Itzel lo miró desaprobando su respuesta—. Tranquila, Itzel, nunca más tendré once años. Mira —dijo abriendo su amplia mano—, ¿crees que mi mano pueda entrar en ese guante otra vez? A lo sumo dos de mis dedos. Además, mi fiebre por el béisbol terminó cuando monté mi primera tabla.

—¿Me regalas tu tabla? —le preguntó Gabriel, metiéndose un puñado de pasta a la boca.

—¡Ni lo sueñes! —murmuró, ante la risa cómplice de Itzel.

—Debemos darnos prisa. El entrenador es muy puntual.

—El entrenador Scott nunca llega temprano.

—¿Entrenador Scott? —le preguntó Tobías.

—Sí, amiguito —dijo agitando su cabello, mientras el chico le esquivaba con mala cara—.  Así le llamo. Eso de entrenador Pérez, no es muy divertido.

—¿Tienes algo en contra los Pérez? —le preguntó Loren que acaba de acercarse. Venía vestida con unos shorts que hacían que sus piernas se vieran más largas de lo que eran.

—No. Mi apodo es producto de tantas películas norteamericanas. —Todos lo vieron extrañados—. Era un idealista, eso es todo. Cuando la realidad no satisfacía mis metas me inventaba un cuento y sobrevivía.

—Te podría catalogar de loco por eso.

—¿En serio? ¿Lo dice la mejor estudiante de Costa Azul o la chica del tatuaje en el brazo? —La mirada de Itzel se desorbitó hasta el punto de que el café de sus pupilas resplandeció. 

Aidan no agregó nada más, cortó un trozo de pollo para Gabriel, mientras los demás comían tranquilamente.

Ninguno había entendido la pregunta que Aidan había hecho.

Ninguno había entendido la pregunta que Aidan había hecho

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.
La Maldición de ArdereWhere stories live. Discover now