Nuestro Origen

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A pesar de lo enfadado que Ibrahim se sentía, su subconsciente le jugó una mala pasada. Pronto se dio cuenta de que se dirigía a la casa de Aidan. Haber discutido por causa de Irina era una enorme estupidez, estaba perdiendo el tiempo en una persona que ni siquiera merecía la muerte de una sola de sus neuronas y a la cual no necesitaba destruir: Ella caería en desgracia con Aidan por sí sola.

—No se puede cavar una fosa debajo de nuestros pies y pretender que saldremos volando de ella —pensó. 

Aun así, la rabia se había apoderado de su ser, quemándole las venas y nublando su razón; ahora, cuando recién volvía a meditar sobre sus acciones, se daba cuenta de que no solo le debía una disculpa a su amigo, sino que tendría que pedirle perdón a Maia, pues olvidó su promesa de acompañarla a esperar a su madre, dejándola sola en el colegio.

Se vio tentado a volver, pero no lo hizo. La rubia melena lacia de Dafne le indicó que ya había llegado a su destino. 

Esta tomaba las cartas guardadas en el buzón del correo. Leía aburrida los recibos de luz, agua y de las tarjetas de crédito de sus padres cuando se percató de la presencia de Ibrahim. Le dedicó una sonrisa despectiva, volteando sus ojos con suma crueldad, lo que llevó al chico a pensar que si intentaba arreglar las cosas entre Aidan y ella, este lo perdonaría.

—¡Ey, tú! La rubia, ¡détente allí! —le ordenó, haciendo que los ojos de Dafne se desorbitaran.

—¿Cómo se te ocurre darme órdenes?

—Podías haberme ignorado y seguir —dijo sin darle importancia, lo que hizo que Dafne se enfureciera más—. ¡No, en serio! —Intentó nuevamente detenerla—. Necesito hablar contigo.

—No tenemos nada de qué hablar. Ni eres mi amigo, ni soy la heredera de mi Clan.

—Ese es el problema Dafne Sofía Aigner Fuentes.

—¿Cuál? ¿Qué no eres mi amigo o qué no tengo Don?

—Que te estás portando como una persona amargada después de que te enteraste de la noticia. ¿No se suponía que tenía que esperar a que fuéramos adultos para comprobar tu cambio de actitud?

—¡Uff! ¡Esto es el colmo! Sí has venido a burlarte de mí, no es gracioso.

—No, no lo es; así como tampoco lo es enfadarte con nosotros por los errores que Evengeline cometió.

—¿A qué viene todo esto? ¿Piensas que puedes convencerme de que perdone a mi hermano?

—¿Y de qué lo tienes que perdonar?

—Si no hubiera nacido, yo tendría el Don.

—Si no hubiera nacido, ningún miembro de la Hermandad tendría un Don. ¡Pensar así es de egoístas!

—¿Egoísta? Entonces, ¡hubiese preferido que ninguno tuviera nada!

—Dafne, no te has puesto a pensar que quizás, solo quizás, todos nosotros, tú, incluida, tenemos más de un Don.

—No me vengas con filosofías baratas.

—Tómalo como quieras, eso no te sacará del Clan Ardere, ni hará que Aidan deje de ser tu hermano. —Dafne lo miró inquisitivamente—. Pero, si te soy sincero, todo tu conocimiento sería de mucha ayuda para nosotros.

—¿Nosotros?

—Sí, nosotros. Los Clanes se han reunido, Dafne, y solo tú conoce los Dones como nadie. Además de toda la historia de la Hermandad. Sé que Itzel dijo...

—¿Itzel? —lo interrumpió—. ¿También tiene un Don?

—Todos tenemos el mismo Don. Los cinco Clanes.

La Maldición de ArdereWhere stories live. Discover now