Lo que se Calla

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Una hermosa Luna nueva reinaba en el cielo estrellado. Aidan salió de su casa, sentándose lo más cerca que pudo del mar. La playa estaba oscura al punto de que solo el pensar en bañarse le produjo un gran temor. Decidió contemplar el resplandor lunar que se dibujaba en la superficie.

Su vida había sido tranquila. Tenía unos padres amorosos, que todo lo discutían con él dejándole tomar sus propias decisiones, habían basado su educación en enseñarle a evaluar los pro y los contra. Su abuelo era el amigo que le regalaba sus consejos, quedándose junto a él, en silencio, para confortarlo en sus derrotas. Para Aidan, su hermana era quién le daba sentido a su familia: Nunca hubiera discutido, luchado, ni habría aprendido a ser vulnerable de no ser por Dafne. 

Protegido y amado, quizá por ello nunca había aprendió a ser un líder, tampoco quería serlo. Él tenía sus propias leyes morales, no se las imponía a nadie, pero tampoco dejaba que otros las impusieran. Tenía dudas como cualquiera, a veces le costaba comprender a sus amigos; otras, le costaba aceptarse. Siempre había pensado que eso de la confianza y la seguridad se aprendían con el tiempo.

Y en tan solo una semana su vida cambió: Nunca había sentido que quería tanto a Ibrahim como el día que el Indeseable lo atacó; nunca se tomó nada tan en serio hasta que el Sello apareció en su mano; nunca quiso ser tan útil como el día que corrió a ayudar a Itzel; nunca se decepcionó tanto consigo mismo, aceptando que se había equivocado al juzgar a Irina; jamás había pensado y querido estar junto a alguien cómo pensaba y quería estar al lado de Maia, y no tenía ni idea de cómo lidiar con eso.

Se acostó en la arena, con los brazos extendidos, lo más alejados posible de su cuerpo. En circunstancias normales aquel estado emocional le hubiese causado una leve preocupación, pero ahora no solo sentía ansiedad por verla, por escucharla, sino que tenía miedo, miedo a someterla a los peligros a los que él se exponía. Se llevó las manos a la cara.

—Luchando contra tus demonios, ¿eh?

Aidan dejó que sus manos descansaran en su pecho. Ibrahim se sentó a su lado. Al ver que su amigo no tenía intenciones de contestarle, se echó sobre la arena. Miró el cielo y sus constelaciones. Dejó que pasaran algunos minutos, dándole a Aidan la oportunidad de hablar, pero este no dijo nada.

—El cinturón de Orión —dijo levantando la mano hacia el cielo—. ¡Y una estrella fugaz! ¡Pidamos un deseo! 

Ambos cerraron sus ojos por un momento.

—Jamás le digas a nadie que le pedí un deseo a una estrella.

—No creo que vuelva a pronunciar palabra en las reuniones clandestinas de la Hermandad. —Aidan lo miró seriamente, frunció el ceño para reír con malicia—. Pero quizá lo comparta con Dafne.

—¡Nooooo! —le gritó Aidan—. Ni se te ocurra, mi pana.

—¿Lo dices por lo de hoy?

—Sí. Temo que Maia terminará diciéndome que bailará con Dominick.

—Dudo que te venga con una excusa así de chimba(1). Si quiere rechazarte, solo lo hará.

—¿Qué piensas sobre lo de Irina? —Se sentó, mientras Ibrahim lo imitaba.

—Tengo mis dudas, pero son solo mías. ¿Y tú?

—No sé ni qué pensar. Considero que, de cierta forma, tiene razón en eso de no involucrar a más personas, puede ser peligroso. En parte es un alivio porque sé que no me voy a enamorar de ella, así que la Hermandad puede estar tranquila.

—¿En serio? —lo cuestionó con incredulidad—. ¿De pana(2), no la quieres?

—Son sentimientos encontrados pero puedo asegurarte que no es amor. Te confieso que tampoco quiero tenerla cerca.

La Maldición de ArdereWhere stories live. Discover now