"La Porción que Llamamos Propio"

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Haciendo un esfuerzo, Maia se concentró en sus clases, logrando responder tres ejercicios que el profesor Suárez había planteado en Ciencias Biológicas. 

El profesor la felicitó, lo que la llenó de orgullo. Deseó que Aidan estuviera allí presenciando el cambio de comportamiento del profesor para con ella. Estaba segura de que él tenía algo que ver con eso.

Después del almuerzo se apartó de la multitud, internándose en los pasillos del colegio. Presentía que él podía estar muy cerca del salón de música. 

Su sospecha fue confirmada cuando escuchó el arpegio de una guitarra. Sonriendo, casi corrió hasta la puerta. Una vez allí tomó el pomo, recostó su frente y con una mano se apoyó en ella, tenía miedo de entrar y darse cuenta de que no era Aidan el que tocaba, y si era él, que le diera una mala noticia. 

Respiró profundo y abrió la puerta.

La música no dejó de escucharse. Lentamente fue acercándose. El lugar olía a rosas y a calone, lo que le indicó que Aidan estaba allí. 

Él dejó la guitarra, tomó su mano y la llevó hasta la silla que estaba colocada al lado de la que estaba ocupando. Había pasado la mañana intentando hacer un semicírculo de flores alrededor de las sillas y aprendiendo una nueva tonada con la cual darle la bienvenida.

—He estado preocupada por ti —dijo—. Creíamos que estabas enfermo.

—Nop. —Rio—. Estoy bien, solo quería comprarte algunas flores y hacer algo especial.

—¿Flores? —Sonrió—. ¡Qué lindo!

—Quería festejar tu triunfo. ¡Has revolucionado el colegio! —exclamó—. Maia —murmuró, bajando su rostro—, lamento mucho no haber asistido ayer, estaba...

—Sí, Irina nos acaba de decir que estuviste surfeando con su primo —lo interrumpió.

—¿Irina? —titubeó—. Sí, no, pero debes...

—No importa. —Lo detuvo—. No importa lo que estuviste haciendo.

—No estuve para ti —contestó tristemente. Su mirada languidecida buscaba nerviosa su clemencia.

—Aodh. —Su voz era tan tierna, que terminó por desarmarlo—. Estuviste para mí cuando quise entrar al Club, y has estado para mí todos los días, durante horas, en cada ensayo. No podías saber que adelantarían la prueba.

—Aun así. —Le tomó las manos—. Siento que te he fallado. —La miró, miró sus ojos marrones cobrizo, tan extraños, tan perdidos, tan hermosos y deseó poder verse en ellos—. Puedes pedirme lo que quieras, prometo que no te fallaré.

—¿Puedo tocar tu rostro? —susurró.

—¿Quieres verme? —Sonrió, sonrojándose.

—Nadie puede ver con las manos... pero si puedo tener una idea de tus facciones, no como si las vieras, sino en...

—Proporciones —concluyó.

Se acercó a aún más a ella, tanto que sus rostros quedaron a pocos centímetros de distancia. Tomó ambas manos de la chica, con tanta sutileza que Maia se sonrojó ante su suave contacto. Él puso cada mano a cada lado de su mentón, y ella subió con sutileza a través de su cabello, este que era una mezcla entre suavidad y aspereza. 

Su sola caricia hizo que las terminaciones nerviosas de Aidan se estremecieran, cerró sus ojos, apretó su mentón y tragó fuerte, mientras sentía su cuerpo vibrar por dentro.

Los dedos de Maia se posaron en su frente, recorriéndola como terciopelo hasta toparse con sus cejas. Aun con los ojos cerrados, Aidan apretó sus puños, pero no pudo evitar temblar, sentía su estómago hueco y a la vez miles de mariposas revolotear en él.

La Maldición de ArdereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora