El Proyecto de la Hermandad

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La mañana resultó más fresca de lo que Itzel había previsto. Ayudó a Susana a alistar a Gabriel, mientras Loren no dejaba de hablar sobre el rescate que Aidan les había hecho el día anterior. Susana tomó un sorbo de café, observando a su hija de catorce años soñar con su príncipe azul. Ni siquiera Itzel, a quien realmente le había ayudado se mostraba tan entusiasmada con el chico.

—¡Y me regaló un guante! —exclamó Tobías.

—Eso es lo que me preocupa —murmuró Susana.

—Mamá, no hay nada turbio en eso.

—¿Ah no? —contestó Susana. 

Itzel entendió que su madre no podía comprenderla, en especial porque Susana desconocía cuál era el lazo que la unía a Aidan.

—Él es el heredero del Clan Ardere.

—Pero, ¿la Primogénita no es Dafne?

—Sí, ella es la Primogénita, por nacimiento. Al parecer el padre de Evengeline tuvo otro hijo y el Don le fue transmitido al segundo, desde esa generación. Es una cosa muy extraña la verdad —comentó sin darle importancia—. El hecho es que sabemos quiénes son los miembros de los otros tres Clanes, pero no damos con Ignis Fatuus, y eso me preocupa.

—Quizá se estén protegiendo y por eso no los encuentran.

—Si se protegen es porque no nos consideran sus amigos, sus hermanos.

—Bueno, en todo caso, cuídate. No queremos que Aidan se enamore de ti, eso sería la destrucción de nuestro Clan —dijo su madre en tono de burla.

—¡Mamá! ¿Dónde quedó aquello de que Evengeline y Ackley tenían derecho a quererse?

Susana sonrió orgullosa.

—Esa era mi intención, que lo recordarás. Nunca olvides que ellos tenían derecho a amarse. Ahora, ¡tropa! —gritó a todos sus hijos—. A la camioneta, que llegaremos tarde.

Cuando Ibrahim llegó al instituto no pudo evitar reírse al ver a Dominick y a Aidan parados a cada lado de las escaleras, en aparente actitud relajada, mirándose de vez en vez, por lo que asumió que aquello era una clara competencia

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Cuando Ibrahim llegó al instituto no pudo evitar reírse al ver a Dominick y a Aidan parados a cada lado de las escaleras, en aparente actitud relajada, mirándose de vez en vez, por lo que asumió que aquello era una clara competencia. 

Irina pasó entre ellos, dándole un beso en la mejilla a cada uno, lo que sorprendió a Aidan, pues casi nunca lo saludaba y siendo sincero consigo mismo, lo menos que deseaba en aquel momento era tenerla cerca, si hubiera estado pendiente de ella, la hubiese esquivado.

Tal como lo hacía siempre, Ibrahim se detuvo al lado de su amigo.

—Creo que si hacen guardia juntos les irá mejor —comentó.

—Veo que estás de excelente humor. ¿Cómo te fue ayer?

—Todo bien, Capitán América. Bueno, la verdad es que —comentó, mirando fijamente a Dominick—, si tus intenciones son proteger a Maia, debes sentarte a dialogar con él.

La Maldición de ArdereDonde viven las historias. Descúbrelo ahora