La decisión de Evengeline

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—Inicio del Prólogo—

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La brisa matinal soplaba suavemente en la pradera; el olor a leña y leche fresca inundaba la pequeña cabaña. La oscuridad del lugar iba retrocediendo ante el sutil rayo de luz que se colaba por las ventanas. Poco a poco, cada objeto, cada alimento recobraba la viveza de sus colores. 

El aroma de la canela que brotaba del oscuro cabello de Evengeline se mezcló con el aroma de la leche y el pan recién horneado.

Un golpe de luz iluminó toda la estancia, las toscas sillas hechas de troncos, la rústica mesa redonda de nogal donde reposaban un par de vasos de arcilla y unos cuencos para la comida, los tres banquitos de una madera blanquecina. Más allá, la estufa, en donde el crujido de la leña al quemarse llamaba a sus habitantes a despertar a la aurora. 

La sombra de la muchacha cruzó en medio de la claridad que, por breves instantes, invadió el lugar, para luego recuperar su penumbra nocturna.

Recostándose en la puerta que acababa de cerrar tras ella, Evengeline respiró profundamente. Sus pulmones se llenaron del rocío matinal y tierra fresca. Sintió el suave frío en sus pies descalzos al tocar la hierba, apretando sus dedos contra la misma, lo que la hizo sentirse viva. 

Tomando un suave impulso, dio un par de pasos al frente, su falda blanca cayó al ras con el suelo, sus crespos cabellos bailaron sobre sus hombros, cubriéndole el bordado del busto. Sobre su pecho, un corazón tallado en rubí, destellaba, iluminando el inmaculado vestido.

Se echó a correr, bañándose con la fresca brisa para internarse en el bosque. A lo lejos se escuchaban los gritos de su madre que le pedía no se alejara de la Aldea. 

Su casa era la más cercana al bosque, la primera, la más pobre, la principal. Su familia pertenecía al linaje más puro del Clan Ardere, ella era la Primogénita, la heredera del Don.

 Evengeline conocía la responsabilidad que estaba sobre sus hombros, al ser obsequiada con el Donum de la Clarividencia. Sin embargo, se le había negado poder para descifrar su propio futuro y el de las personas que amaba. 

Descubrió su Don a los doce años, por lo que fue enviada con los ancianos del Clan para recibir un entrenamiento adecuado, siendo tratada con respeto y consideración.

Sus mayores mostraban inquietud ante el Don concedido. Una profecía rezaba que Evengeline sería la más poderosa guerrera de los Ardere, pero su talento estaba limitado a la adivinanza casual de algún hecho aislado, aun así su opinión era tomada en cuenta.

Además de Ardere, existían otros cinco Clanes. 

Todos sus Primogénitos poseían un talento sobrenatural, por lo que no tenían permitido mezclarse entre ellos, de esa manera mantenían la pureza de su poder. 

Para Evengeline aquella regla fue fácil de cumplir hasta que conoció a Ackley, un joven de cabello lacio y castaño claro, de cálidos y pícaros ojos avellana y dulce sonrisa, Primogénito de otro Clan.

El primer encuentro que recordaba ocurrió en el Manantial de la Luna, mientras ella intentaba beber de sus cristalinas aguas.

Es muy valiente, señorita. —La saludó, asustándola. Lamento que mi presencia la haya inquietado.

Estoy bien respondió Evengeline, bajando el rostro—. No debe preocuparse —concluyó deshaciendo el camino que la había llevado allí.

¡Oh! Espere. ¿Puedo acompañarla? pidió Ackley.

Evengeline iba a responder cuando un haz fulminante cruzó su frente. Tambaleándose, se llevó las manos a la sien, cerrando sus ojos con fuerza. Tuvo la sensación de ser transportada a otro mundo, su cuerpo fue arrastrado por una ráfaga de fuego azul, como si estuviera hecho de pequeñas moléculas que no se dispersaban. 

La Maldición de ArdereWhere stories live. Discover now