«Si quiero, puedo matarte»

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Cuando Maia salió al patio lo primero que escuchó fue el golpe seco de la goma contra una pared. Supuso que Gonzalo estaba practicando para el juego de la tarde. Se recogió el cabello. Acababa de llegar de la Iglesia, así que tenía que aguardar unos segundos a que su mamá calentara los pastelitos para ir a desayunar. 

Gonzalo se detuvo al verla. Ella sintió el aroma a óxido, lavanda y canela que se desprendía de su primo.

—Mamá no dejará que te sientes en la mesa oliendo a sudor.

—No exageres primita. —Le besó la mejilla, dejándola empapada.

—Es verdad. —Se limpió—. Veo que quieres darle una buena impresión a Aidan.

—Solo quiero darle una paliza y estoy estirando el brazo, tipo pelotica de goma(1) y eso —ironizó—. Aunque tienes razón. Quizá tenga un poco de suerte y me presente a su amigo.

—Por cierto, papá me preguntó esta mañana si no piensas usar nuestro Centro de Entrenamiento.

—Por los momentos, no estoy interesado en relacionarme con los Ignis Fatuus.

—Todos somos Ignis Fatuus.

—Pero las expectativas de todos no están puestas en mí, porque delante de Nacho soy un fracaso.

—No lo eres. ¡Oye, me molesta tu actitud!

—Estoy bromeando, hermosa. —Besó su frente—. Me voy a bañar. Pero antes quiero que me muestres lo que puedes hacer con tu poder.

—¿Estás seguro?

Gonzalo le afirmó. Maia cerró los ojos. Una suave brisa sopló dentro del jardín. Gonzalo vio las hojas del samán y los apamates moverse, inclusive el columpio se balanceó débilmente. Sin embargo, no había ningún signo externo en su prima, apenas su cabello se movía con la suave brisa.

De repente, Maia abrió sus ojos. El joven se sorprendió, sus labios se entreabrieron mientras su rostro se desencajaba. Por un instante, pensó que se derretiría del asombro. Las iris de los ojos de la chica eran pequeñas llamas anaranjadas, mientras que sus negras pupilas lo miraban fijo.

—Pu... pue... ¿Puedes verme? —tartamudeó.

—Puedo, pero no creo poder verte como tú me ves.

—¿Qué quieres decir?

—Solo percibo tu Sello y el poder que tienes. Si invocas tu arma podré verla; de resto, todo es extraño.

—¿No puedes ver mi rostro?

—No, ni tu rostro, ni tu cuerpo, ni nada de lo que tenemos alrededor. Solamente veo. —Subió su mano hasta su frente—. Nuestro Sello. —Luego, llevó su mano a su pecho—. Y tu corazón ardiendo. Invoca tu poder —le ordenó.

Gonzalo obedeció. Pensó en lava, y sintió como una onda de calor salía de su pecho, recorriendo todos su brazo izquierdo. Maia siguió la trayectoria del recorrido sobre el cuerpo de Gonzalo, sin tocarlo, hasta que un arco rojo de magma ardiente se formó en su mano. Le sonrió.

—Entonces, ¿por qué tengo la sensación de que puedes verme a los ojos?

—Porque si quiero —dijo secamente—, puedo matarte.

—Porque si quiero —dijo secamente—, puedo matarte

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La Maldición de ArdereWhere stories live. Discover now