7-La Batalla - Muerte a la Corona

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Vistas esas reacciones, Nawin había comenzado a temer una conspiración por parte de él y de su hermano. 

Irónicamente, la bofetada se la había dado finalmente su futuro marido.

Miró de nuevo a Hay-Kar.

Trató de calcular si lo daría alcanzado con un rayo de fuego pero supo que cualquiera de sus hechiceros lo interceptaría antes de que este lo golpease.

Se mordió el labio y se fijó en la posición de los hechiceros de la casa de las Brumas.

—Imposible —masculló, impotente.

Por otra parte, los hechiceros que no pertenecían a ninguna casa también luchaban entre sí. Incluso los que no eran nobles ni elfos. Todos habían escogido un bando en función de sus afinidades o de quien creían ganadores. Nawin no podía culparlos. Las personas que habían tratado de escapar yacían muertas junto a las puertas, atrancadas por fuera.

Nadie iba a entrar o salir de allí hasta que alguien ganase.

O hasta que estuvieran todos muertos.

La reina trató de distinguir a sus amigos de la torre al otro lado del salón, pero un impacto mágico dirigido a ella la sorprendió y se agachó para esquivarlo.

Éressar le tiró de las faldas con desesperación y cayó sobre él.

El impacto golpeó la mesa y saltaron cascotes de mármol pero estos quedaron suspendidos en el aire sin llegar a rozarlos.

Éressar se separó de ella sin quitarles ojo de encima.

Tocó uno con el dedo y este cayó al suelo abruptamente.

—¿El conjuro escudo que hiciste no reflecta también hechizos? —preguntó. Su tono de voz era histérico para una persona tan tranquila como él.

—No, solo objetos. Lo hice para poder contemplar la situación sin que me aniquilaran las flechas.

—Necesitas hacer un escudo mejor —afirmó. Su expresión molesta parecía haber sido sustituida por una de desvalido horror y preocupación.

Nawin se irritó:

—Necesito reservar mi magia para atacar, no solo para protegerme. Estamos perdiendo. Si logro matar a Hay-Kar o a...

—¿Qué? —saltó el elfo, espantado.

—Si logro matarlo a él o a uno de ellos lograré equilibrar la batalla a nuestro favor pero necesitaría salir de la muralla de escudos y acercarme... —continuó Nawin.

—¡Te has vuelto loca! —le chilló Éressar salvajemente. Nunca en su vida, lo había visto así. El elfo la agarró del brazo con tal fuerza que casi se lo retorció—. ¡Eres la reina! —le gritó—. ¡La maldita reina! ¡Todo esto es por ti! ¡Para matarte a ti! ¿No lo entiendes? ¡Esto solo se terminará cuando te asesinen!

—O cuando yo mate a Hay-Kar —replicó Nawin con aplomo.

—¿Solo a Hay-Kar? —le chilló totalmente fuera de sus casillas— ¡Abre los ojos! Tenemos a el Duque del Río, a otras casas menores y ahora, tras la oportuna reaparición de Shi-Mae, a todos sus aliados del consejo de magos y a los que querrían verla como reina, junto a Hay-Kar, también en contra!

Shi-Mae.

Claro, Shi-Mae tenía que estar detrás de todo aquello.

Siempre esa traidora conspiradora de Shi-Mae.

Nawin tragó bilis y se libró bruscamente del agarre de Éressar para volver a incorporarse.

Miró alrededor, buscándola.

La archimaga elfa estaba sola en medio del salón, en la mitad norte, a unos quince metros de las puertas.

Shi-Mae no se había movido apenas desde que Hay-Kar diera la orden de ataque. Parecía haberse limitado a matar a los soldados o anular los conjuros que iban dirigidos hacia ella pero no había entrado en la contienda. Como la reina, en esos mismo instantes, parecía estarse limitando a analizar la situación con una extraña expresión en el rostro. Aunque, si Nawin no hubiera sabido de las traiciones de Shi-Mae en el pasado, habría jurado que parecía tan desubicada y tan sorprendida por los acontecimientos como ella.

Los ojos de zafiro de la archimaga estaban puestos en algo que sucedía en el fondo del salón, donde combatían varios hechiceros y soldados, entre ellos, los de la Torre y un enorme lobo cobrizo.

Aquello había hecho que descuidara un poco su entorno inmediato. Y aunque se mantenía apartada de la contienda, no tenía tampoco a ningún soldado de su casa o hechicero cerca para protegerla.

Un detalle que podía ser letal sobre todo en un instante de distracción como aquel.

Nawin vio la oportunidad.

Y Éressar adivinó sus intenciones:

—¡No! —le gritó el elfo entre el miedo y la súplica, tratando de sujetarla.

Pero Nawin estaba dispuesta a aprovechar el momento.

Sin piedad, soltó una descarga eléctrica al elfo para librarse de su agarre, lo dejó caer inconsciente sobre el suelo de mármol y, a continuación, realizó el pase de teletransportación.

Normalmente la teletransportación era un conjuro difícil de realizar en situaciones complicadas porque implicaba tener unos nervios de acero para visualizar correctamente el lugar en el que se quería acabar, pero Nawin no tenía que visualizarlo ya que lo estaba viendo con sus propios ojos, así que lo consiguió.

En un instante estaba cobijada tras la muralla de escudos y hechiceros de su bando y al siguiente, tras la espalda de Shi-Mae.

La archimaga no se percató de su llegada.

Tenía la mirada fijada a los lejos, en dos figuras que peleaban. Sus ojos color zafiro estaban muy abiertos y, aunque estaba pálida, su expresión era difícil de descifrar. Nawin vio, como, totalmente absorta en aquel combate, levantaba el brazo en el aire, dudando, para finalmente descargar un rayo sobre ellos. Al otro lado del salón, el conjuro impactó con prodigiosa puntería en medio de los dos combatientes, separándolos y enviándolos con la fuerza expansiva a lados opuestos.

Nawin no se detuvo a ver quiénes eran y aprovechó su momento de distracción para descargar un conjuro sobre su espalda.

El hechizo salió de las manos de Nawin hacia al cuerpo de Shi-Mae pero impactó contra un escudo. Aún así, parte lo atravesó y la elfa gritó ante la descarga de energía.

La archimaga se dio la vuelta con rapidez y con las manos en alto para conjurar un ataque pero se encontró con la mirada desafiante de la reina.

Shi-Mae parpadeó desconcertada y miró de soslayo hacia la posición junto a los escudos donde hace unos segundos estaba la elfa antes de volver a mirar en su dirección otra vez.

—Nawin —dijo únicamente, sorprendida.

La reina sintió una cruel satisfacción al pillar por primera vez por sorpresa a la que había sido su exigente Maestra años atrás. Pero no se dejó llevar por la emoción. Parte de que la archimaga no hubiese esperado su ataque, radicaba en que no creía que se expondría de semejante manera a un duelo mientras más de la mitad de los presentes intentaban matarla. Así que fue al grano:

—Sí, hace mucho que no nos vemos, Shi-Mae —la saludó fríamente alzando también sus brazos para el combate—. La verdad, te creía muerta —confesó— ,pero veo que estás viva otra vez... Vengo a solucionarlo.



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Aquí otro pequeño pedacito de historia. Espero que lo disfrutéis y que como siempre me deis vuestra opinión.

Muchas gracias a todos los que leéis  y aún más a los que votáis y comentáis.

Disfrutad mucho de lo que queda de verano! :)

El Juego De Las Almas - Crónicas De La Torre VOù les histoires vivent. Découvrez maintenant