Capitulo 75

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El lugar era precioso. Debía admitirlo. Y estaba arreglado tal y como su padre había indicado. Lujosísimo. Todo con el mayor precio posible. Luces, pasteles, arreglos, flores. Las cámaras y prensa de todo tipo habían asistido a los preámbulos de la boda. Todo sería perfecto. Único. Único para cualquiera no fuera ella. Y en uno de los programas de televisión que Anastasia más odiaba, estaban transmitiéndolo todo. Observó a los invitados llegar…

Apagó la televisión.

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Christian observó la mansión. Dios… tantos recuerdos. Muchísimos. Se le venía a la mente la primera vez que la había visto. La vez en la que la había secuestrado. Observó su balcón. La luz estaba encendida. Ella estaba ahí…

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Su padre le había dicho que la limusina llegaría por ella en menos de quince minutos. Estaba lista. Completamente cambiada y maquillada. Tenía una trenza Espiga que le daba hasta la curva que había en su espalda. El vestido era pequeño y no tan elegante como todo lo demás, al menos eso lo había podido escoger ella. Alguien entró a su habitación.

Coordinador: - Todo está listo. – dijo el coordinador.
Coordinador: – la prensa está en el lugar desde las siete y media, la limusina vendrá por ti a los ocho y llegarás a las ocho y quince minutos. Haces la entrada, la que practicamos ¿vale? Y entras al…

No quería esto. Que pesadilla, joder.

Coordinador: - ¿Me has oído? – le preguntó.

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Y subió por el mismo árbol de hace más de un año. Llegando al mismo balcón por donde había entrado. El balcón del padre de Anastasia. Abrió las mamparas para poder entrar.

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Ana: - Sí. – contestó ella, y se volteó sin darle importancia. El coordinador apuntó un par de cosas más y salió de la habitación. Cerró la puerta.

Anastasia se quedó callada, mirándose al espejo. ¿Cuándo es que había pasado todo esto?

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Un hombre calvo y de más de cuarenta salió de la habitación de Anastasia. Christian se escondió en la oscuridad. Esperó a que bajara. Así lo hizo. Y él siguió avanzando. Buscándola. Recordando tal vez la primera que se había enamorado de ella, desde el primer segundo… cuando hoyó su voz por el teléfono, le había gustado… ella…toda ella…

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No se podía creer que de pronto estaba apunto de casarse. De ser otra. De compartir su vida con alguien que nunca quiso. De pasar el resto de su vida con él. De dejar de ser libre. De tener una vida formal y estúpida que acabaría por convertirla en una anciana de cincuenta años llena de joyas y sin nada que contar. Se vio al espejo de nuevo. ¿Por qué lo había permitido? Y sí… también se hizo otra pregunta… ¿Por qué había dejado a Christian? ¿por qué…? Si él era el único que la hacía feliz. Sin con él los defectos no importaban. Sin con él no le importaba ser ella misma, con errores, sin errores, con tonterías… solo ser ella. Entonces cerró los ojos. No podía llorar o el maquillaje se le correría. Tocó su cabello, envuelto en aquella trenza… y desesperada… se la quitó. Desenvolviéndola con dureza, su cabello quedó suelto y ondeado, se miró de nuevo al espejo… cogió un pequeño pañuelo que se encontraba tendido sobre su cama, lo cogió y se lo pasó por el rostro, quitándose el maquillaje, quedando natural. Se quitó la cadena de oro con fuerza, y los aretes de perla los dejó caer al suelo. Los tacones blancos desparecieron de sus pies. Y quiso llorar. Y esta vez ya podía. Y abrió las mamparas de su habitación. Que bonita noche. Pero no para ella… no… ella prefería morir. O estar en cualquier parte. Y siempre era así. Bueno, esta vez quería que en verdad el lugar en donde estuviera fuera para siempre. Se adentró a su pequeño balcón, cogiendo las barandas que lo encerraban, subió a una de ella, sintiéndose más grande, y observó a los autos bajo ella, a las personas comunes, pero que a diferencia de ella algunos si podían ser felices. Y subió otro escalón más. Y sentía el aire su rostro. Moviéndole el cabello. ¿Por qué no podía sentirse así siempre? Tal vez apartir de ahora lo haría… soltó sus manos de las barandas, sus pies eran lo único que sostenían las riendas de su vida ahora. Aquella que ella quería perder. Y se balanceó. Y no le importaba. No tenía razón para nada.

O tal vez sí… sí la tenía, y esa razón estaba justo detrás de ella.

Christian: - ¿Qué haces? – susurró él, cogiéndola de la cintura por detrás, con todas sus fuerzas.
Anastasia abrió los ojos. Los brazos de un hombre la abrazan desde atrás, sin permitirle caer. Reconocía esa voz. Respiró hondo y volteó su rostro hacia atrás.

Ana: - Christian....

Secuestrada Where stories live. Discover now