—Lo harás cuando seas una doctora y me hagas sentir orgullosa. —Besa mi frente y me envía directo al comedor.

Desayunar siempre es una aventura, los niños se tiran la comida encima y a veces algunas sobras quedan incrustadas en mi cabello, seguro que si fuera otra clase de chica haría un escándalo. Las travesuras de mis hermanos solo me hacen reír. Ser la mayor no es sencillo, todo el tiempo sientes la presión de conseguir un maldito empleo y ayudar con los gastos. El problema es que no puedo tener un empleo de medio tiempo porque entonces nadie cuidaría a mis hermanos por la tarde y por la noche hasta que mamá llega del trabajo.

El sonido de una bocina interrumpe nuestro desayuno magistral y salgo corriendo a cepillar mis dientes, vuelvo a poner labial en mis labios y tomo mi bolso de la escuela. Apresuro a Virginia y me despido de mamá.

—Suerte en tu último año de escuela, Maya —dice mi madre—. Recuerda que los chicos solo quieren acostarse contigo y luego terminas como yo —me recuerda.

Es el mismo consejo de todos los años. Lo que mamá ignora es que, lo más cerca que he estado de un chico fue el año pasado cuando Martín Towson habló conmigo cinco días seguidos y yo me ilusioné como una completa tonta. Antes del baile de fin de año escuché a su grupo de amigos decir que todo era parte de una apuesta y así de rápido terminó mi historia de amor. Soy más puritana que una niña de tres años, jamás he salido con alguien, nunca he besado a nadie y mi lista de novios es más reducida que los deseos de mi madre por tener un hijo más.

Aunque en ocasiones quisiera enamorarme como las parejas de último año que se besan descontroladamente frente a los casilleros, pienso en que mamá ya tiene suficientes problemas como para que un corazón roto se convierta en uno más. Además, tengo demasiadas preocupaciones en mi mente como para querer agrandar la lista. Incluso Virginia, mi hermanita de catorce años ha tenido más novios que yo. Creo que mamá debería de comenzar a dar su consejo estrella a Virginia y olvidarse de mí.

Al salir, el auto color amarillo de mi mejor amiga Becca espera por nosotras. Sabe que odio tomar el autobús y me facilita el día viniendo por mí. Podría caminar a la escuela, no estoy tan lejos, aunque mi amiga no lo permitiría ni en un millón de años.

—¿Quieres apresurarte? —Virginia se contonea por la acera y siento ganas de arruinar su perfecto cabello.

No me responde y sigue caminando con lentitud. Entro al auto y me quejo. Becca siempre escucha mis quejas con atención. Nunca se cansa de escuchar la misma historia, tiene un consejo diferente para cada día y encuentra alguna forma de ayudarme. Somos amigas desde la primaria y desde entonces hemos sido inseparables.

—Oye, Virginia si no das pasos más rápidos tendrás que irte caminando —grita Becca y me suelto a reír.

—¡Estoy caminando! —responde mi hermana también gritando mientras se toma una foto con el teléfono que jamás podríamos costearnos y, sin embargo, mamá se lo ha comprado. De todos mis hermanos, Virginia es la más cegada. Nuestros problemas son como anuncios publicitarios en la televisión. Para ella todo es exageración de mamá.

Finalmente entra al auto y Becca baja las ventanillas cuando el auto está en marcha, logrando que el aire azote el perfecto cabello de mi hermana. Virginia hace pucheros y nos mira con reproche. No puede quejarse, lo que hace Becca por nosotros es un favor enorme, ya que cruza la mitad de la ciudad para llegar a mi casa. Durante el viaje me recuerda que es nuestro último año en Griffin y que, si no quiero un novio, al menos necesito besar a alguien. No sé cuál es el objetivo de tener novios en la secundaria. Cuando la escuela termina, las relaciones también lo hacen y te la pasas el primer semestre de la universidad llorando junto a una completa desconocida a la que llamarás tu compañera de habitación o lo intentarás hasta que te das cuenta de que el tipo con el que te acuestas en la universidad tiene más habilidades que tu novio... En fin, no quiero ni uno, ni lo otro.

¿Cómo estar sin ti? Where stories live. Discover now