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¿Cuando piensas en amor, piensas en dolor?.
Las paredes que me rodearon gran parte de mi vida; jamás fueron cálidas, de hecho siempre se sintieron tan frías que parecía que estaba en un invierno que te congelaba el alma, que te lastimaba hasta los huesos.
Y ahora estoy aquí.
No sé dónde estoy.
Pero estoy con él.
Mi cuerpo está envuelto en una sábana, estoy totalmente tapada mientras veo a Toji en el suelo haciendo ejercicio; su herida había sanado, claro que sería así, ya habían pasado un par de días.
Veo mi celular en el mueble al costado de la cama, está apagado. Decidí alejarme de todo, y solamente me quedé aquí.
Queriendo encontrarme.
Las pesadillas no se iban, creo que jamás se irán por completo. Las cicatrices siempre me acompañarían y me harían recordar todo. Este cuerpo por sí sólo era un abismo de dolor y recuerdos, quisiera que fuese diferente.
Toji respira de forma agitada en cada flexión que hace, hay gotas de sudor resbalando por su cuerpo, por aquellos músculos. Solamente me giro en la cama y le doy la espalda.
— ¿Hoy sí te levantarás de la cama? Planeaba que fuésemos a salir a correr.— Pronuncia con su voz agitada.— Es un jodido buen lugar, hay muchos árboles y esa mierda.
Solamente suspiré pesadamente.
— quisiera descansar un poco más.— Conteste en susurro.
Siento la cama sumirse al instante en que Toji se sienta en el colchón, su mano toca mi hombro y hace que me ponga boca arriba. Abrí mis ojos con sorpresa cuando Toji con su mano me toma del mentón y aprieta mis mejillas.
Sus ojos son azules.
Como el cielo que nos recibe cada mañana.
— ¿Estás bien?.
— Sólo sigo cansada.— confesé.
Él solamente asiente con la cabeza para luego ponerse de pie y buscar en los cajones un poco de ropa limpia.
Nos habíamos mudado a un lugar a las afueras de Tokyo, no había relativamente nada. Estábamos en una residencia bastante lujosa de la que me preguntaba como él había pagado, aunque no quise preguntarle.
