Erika

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[Lauren]

Enrollé un billete, me agaché he inhalé el polvo blanco que tenía sobre la mesa de noche. Sentía su amargo sabor bajar por mi garganta, la sensación amarga y extraña era muy agradable para mi.

Mi nariz ardía un poco, inhalé la última línea que tenía hecha en la mesa de noche y volví a beber de la botella que tenía a mi lado.

Me levanté de la cama y tomé las llaves de mi moto, dinero y mi célular. Fui a la cochera.

Habían pasado tres semanas desde lo sucedido en casa de Camila. No había asistido a la universidad desde entonces, ni siquiera pensaba volver pero Oliver insistió. No sabía si me dejarían entrar a clase o si ya había perdido el semestre pero hoy iría a hablar con el director. Eran las 2 de la tarde

Busqué el casco de mi moto, pero no lo encontré, solo estaba el casco rosa que le había comprado a Camila días antes de que Alejandro y Shawn le dijeran todo.

Recuerdo que el día en que Christopher llegó a la universidad, fue la primera vez que Camila y yo salimos a comer. Yo le había dado mi casco y élla me preguntó si no tenía uno color rosa, yo le dije que no y élla me dijo –pues deberías– desde ese día mantuve la idea de comprar el casco rosa, solo para élla.

El casco tenía escrito Camzzi en un costado con letras pequeñas pero visibles y estaba ecrito en letra cursiva. También tenía una banana del otro costado del casco. Élla amaba las bananas.

Sonreí con tristeza y lo lancé. Me subí a mi moto y manejé a la universidad.

En el caminó me detuve en el semáforo, la niña seguía vendiendo rosas allí.

—Hola ojitos, ¿hoy me compraras una rosa? Llevas mucho sin venir a verme— dijo con tristeza. Antes de arruinar las cosas con Camila, yo le compraba una rosa diaria a la pequeña para darsela. La pequeña y yo nos agradabamos y solía venir a platicar con élla, o a traerle un helado y siempre me decía que mis ojos eran preciosos y que ya no lucían tristes, así que comenzó a llamarme ojitos. Élla se llamaba Erika, pero yo le decía Eri.

—No, hoy no, pero ten— saqué un billete y se lo entregué —perdón por no venir a verte estos días, prometo que volveré a hacerlo—

—Esta bien, yo te esperaré todos los días— sonrió —Ojitos, tus ojos estan rojos y tristes de nuevo— dijo con tristeza

—No estan tristes, es solo que no dormí bien por quedarme estudiando muy tarde— mentí

—No ojitos, no mientas, tus ojos se ven más tristes que antes— me abrazó. La luz se puso en verde pero nadie pitó, sólo cambiaban de carril. La envolví en mis brazos, su abrazo era sincero, cálido y reconfortante, justo lo que parecía necesitar, un abrazo. —no tienes porque estar triste, ojitos, todo va a estar bien, ya verás— inevitablemente derrame unas cuantas lágrimas. Nada estaba bien y nunca lo estaría, nada nunca estaba bien conmigo, ni en mi vida. Nos separamos

—¿Que te parece si vamos a comer pizza?— pregunté limpiado mis lágrimas

—¡Si!— dijo emocionada —pero solo un rato pequeño, ya sabes que papá me quiere temprano en casa, si no se enoja—

Ese hombre me desagradaba, yo le había preguntado a Eri como vivía y le costó un poco de trabajo contarme, pero lo hizo. Su padre no trabajaba, y la mandaba a élla a vender las rosas, para luego gastarse el dinero en alcohol. Élla tenía 10 años, se esforzaba mucho para vender todas las rosas, pero su padre a veces no le daba ni de comer.

Su madre había muerto cuando élla tenía siete años, desde entonces su papá bebe. Era hija única. 

—Okey, pero espérame aquí, tengo que ir por un casco para ti— le dije. No quería que le sucediera algo. Élla asintió y yo regresé a mi casa. Busqué el casco de Camila, lo levanté, no le había pasado nada.

Cold gazeWhere stories live. Discover now