Michael asintió nuevamente, pero sin saber qué hacer.

Y Luke tampoco sabe qué hacer. Sentado en la oscuridad de su despacho, la cabeza entre sus manos y obligando a las lágrimas no abandonar sus ojos. Porque ha tomado una decisión difícil, de la que ya no puede arrepentirse, una decisión que va a dañar a muchas personas, entre ellas al hombre que ama y que se prometió no lastimar jamás.

Pero rompió su promesa. Lo está lastimando y pronto se irá para siempre de su lado. Se quedó sin opciones, pero se condenó a una vida infeliz, alejando a la única persona que lo supo querer a pesar de todo. Siente la necesidad de correr a sus brazos y llorar por todo lo que ha hecho, sintiéndose seguro en aquellos brazos que lo consuelan, pero no puede porque eso sería aún más doloroso cuando deba alejarse nuevamente.

—Luke.

Un golpe en la puerta y el llamado de su nombre lo hicieron abrir sus ojos de golpe, aunque no era la voz que esperaba, se levantó a abrir la puerta.

—¿Qué haces?

Volvió a sentarse en el pequeño sillón que tenía en su oficina al tiempo que Annie tomaba asiento en las sillas frente a su escritorio, volteando una para quedar frente a él.

—Tomo un descanso, Ann.

Ella negó.

—Dime qué está pasando contigo para buscar la forma de ayudarte ¿si?

—No pasa nada. —arrastró las palabras, conteniendo las ganas de gritar todo lo que estaba pasando. —Vuelve a tu lugar de trabajo, por favor.

—Tu no sabes cuánto me duele verte así, Luke, dime qué hacer para ayudarte y lo haré. —casi suplicó con sus ojos llenándose de lágrimas al ver como el labio inferior de Luke temblaba. —Por favor.

Pero fue como si de pronto se transformó en otra persona.

—Ve a tu lugar de trabajo, Annie. Lo que me pase no es de tu incumbencia y agradecería que dejes de preocuparte como si fuese un maldito niño pequeño. —Luke endureció su mirada y a pesar del temblor en sus manos, abrió la puerta.

Ella lo miró como si no lo reconociera mientras caminaba a paso lento hacia la salida, en realidad, no lo reconocía, los ojos de Luke estaban vacíos y oscuros, jamás lo había visto así, ni siquiera cuando David se fue, la calidez que lo caracteriza seguía iluminando esos ojos azules, pero en ese momento no reconocía nada de ellos y aunque se asustó, no le dijo nada a Liam cuando la vio salir pálida y con sus ojos inundados de lágrimas.

Así pasó otro día, las cosas estaban tensas, todo estaba cambiando y nadie sabía qué estaba pasando. Luke se encerró por el resto de la tarde en su oficina y Michael salió a trabajar con Joy. Pero la hora de volver a casa llegó.

Durante el camino recordó el escape a la playa, los días mágicos que vivieron en aquel lugar hermoso siguen reviviendo en su memoria para no olvidar la felicidad, el sentirse querido.

—Me quedaría aquí por siempre. —le había dicho Luke recostado en su pecho, Michael pasaba sus dedos perezosos por su espalda desnuda, las sábanas cayendo majestuosas por sus caderas y la luz de la mañana bañando su piel en oro. —¿Podemos quedarnos aquí y escondernos de todos?

—Desearía poder quedarnos aquí por siempre. —admitió en un susurro. —Pero disfrutemos de esto ahora, no pienses en lo que pasará en unos días.

Luke asintió, su cabello le hizo cosquillas en la barbilla.

Aún podía oler el shampoo de aquel baño que tomaron juntos, el sabor de sus besos y las fresas que comieron al desayuno, la sal del mar en su piel y la brisa en su cabello.

Toda esa sensación agradable que le hacía creer que todo iba a estar bien se esfumó junto a los recuerdos cuando cruzó la puerta y lo vio en la sala mirando sus maletas, las había dejado ahí porque pensó que estaría hasta tarde en la oficina. Se equivocó.

—¿Ya te vas?

Una punzada de dolor le recorrió el cuerpo completo.

—Si.

—Creo que es lo mejor. —sorbió su nariz y secó sus mejillas.

—¿Quieres que me vaya?

No. Pensó por un momento, ¿cómo podía dejar ir aquellos hermosos ojos verdes que lo miraban con tanto cariño? Pero no podía ser tan egoísta, lo estaba lastimando.

—Es lo mejor...—repitió, pero no para Michael, trataba de convencerse a sí mismo. —Recuerda cerrar cuando salgas.

Entonces se levantó y caminó sin mirarlo a su habitación. Su corazón terminó de romperse y sollozó contra la manga de su sudadera mientras rogaba con su mirada a que la puerta se volvería a abrir y su Luke estaría allí para sostenerlo, entonces lloraría en su pecho hasta juntar las piezas rotas de su corazón y volver a reconstruir lo que tenían, pero no fue así.

Cerró la puerta tal como lo ha hecho desde que comenzaron a vivir juntos, el conductor del taxi que lo esperaba no hizo preguntas al verlo en aquel estado miserable, lo cual agradeció porque si seguía recordando lo que había pasado haría llorar a un país entero.

Calum lo esperaba en la acera, estaba fumando y eso no era una buena señal. No dijo nada mientras bajaba su mochila y su maleta del taxi, tampoco cuando lo llevó a su habitación y le dio una taza de té de canela.

—Él simplemente me dejó ir. —susurró con sus manos aferradas a la cerámica caliente, el olor dulce impregnado en su nariz. —Ni siquiera volteó a verme.

—Deberías dormir, estás cansado.

Michael negó.

—¿Crees que debería hacer algo?

—No. —Se apresuró en responder. No quería ver como su mejo amigo seguía lastimandose por alguien que no lo merece. —No harás nada, Michael. Luke fue el que quiso esto, él se alejó y te dejó ir, no debes ser tú quien lo busque.

Quizás sus palabras fueron muy duras porque vio los ojos verdes inundarse de lágrimas y suaves sollozos sacudieron su cuerpo, agachó la cabeza y se aferró aún más a la taza entre sus manos. Con un suspiro de cansancio mezclado con una mirada de preocupación, pasó un brazo por sus hombros.

—Mañana veremos que hacer ¿si? Ahora debes descansar, tuviste un mal día y recuerda que hiciste lo correcto.

Michael asintió, solo por la parte en la que le decía que debía descansar, no sabe si realmente hizo lo correcto al huir de su lugar feliz, pero de todos modos se recostó en la cama y cerró los ojos hasta que los brazos de morfeo lo envolvieron.

Calum cerró la puerta de la habitación y caminó hasta la cocina, donde Ashton se encontraba preparando algo para comer, moría de hambre.

—¿Cómo está?

El rizado lo miró, la mirada preocupada en sus ojos le dijo que no estaba bien.

—No quiere que vaya. Dice que cuides de Michael y que no le des mucho café o tiene pesadillas. —rió y ahogó un sollozo contra la palma de su mano. Habló nuevamente cuando recuperó su voz, pero sus ojos seguían botando lágrimas silenciosas. —Y que va a estar bien.

—¿Por qué lo hizo? Pudo hablar con él y hacer esto menos doloroso. —habló con algo de enojo en su tono de voz. —Pero lo alejó hasta lastimarlo.

—No lo sé, Cal. —pasó una mano por su cabello con desesperación. —No sé qué está pasando con él y tampoco me permite acercarme. Estoy asustado.

Calum suavizó su mirada y tomó sus manos temblorosas a través de la barra del desayuno.

—Tranquilízate, Ash, estoy aquí y yo no te voy a dejar solo. Vamos a resolver esto.


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