Calcomanía (Novela 1)

By Lily_delPilar

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En el año 1978, dos jóvenes se enamoran en tiempos de dictadura. Uno de ellos es orgullosamente gay y oposito... More

Sinopsis
Parte I
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By Lily_delPilar

29

Febrero, 1979.

La mayoría del tiempo aquello solo consistía en lanzar papeles de edificios altos, dejarlos en las tomas de aire del metro o arrojarlos en las calles mientras corría con una mascarilla. ¿Por qué entonces arriesgar su vida solo por algo así? Porque esos carteles, que en esencia eran un papel inofensivo, significaban para Liú Tian su libertad, sus deseos, su yo atrapado en esa sociedad ciega que nada de mal le veía a una dictadura ante la estabilidad económica que cursaba el país.

Sin embargo, no todo el tiempo era arrojar papelitos en las calles o pintar un mural rápido con sus pinceles y pinturas, algunas veces era mucho más complicado que eso. Y esas veces era cuando Liú Tian se sentaba en su diminuta habitación y se preguntaba hasta dónde llegaría con eso, cuál sería el límite, qué tendría que pasarle para que decidiera rendirse con algo que parecía no tener una solución.

Otra vez viernes, pero esta vez de febrero, y Liú Tian guardaba con cuidado un gorro y guantes dentro de su bolso. Eran las nueve de la noche y así se lo dejó saber la señora Flor al verlo aparecer por el pasillo.

—La puerta se cierra hoy a las once —le indicó.

Solo asintió y después se enfrentó a la fría noche. Se acurrucó dentro de su abrigo y comprobó una vez más que sus zapatillas se encontrasen correctamente atadas, ese día necesitaba llevar sus zapatos bien puestos.

Una misión de ejecutar y correr.

Se suponía no sería difícil, por lo menos para él. Solo debía recoger una de las cajas, que alguien había dejado estratégicamente escondida en uno de los arbustos de una plaza, llevarla hasta esa pared que colindaba con aquella casa, que había visualizado en una fotografía en blanco y negro y correr si es que lo descubrían, incluso se había estudiado las diez cuadras a la redonda para saber dónde debía huir si las cosas se ponían difíciles.

Era a Luan a quien le tocaba la parte más difícil. Siendo el más rápido de todos ellos, era quién encendería la mecha y escaparía antes de que todo saliese volando. Luego otros chicos, que Liú Tian solo conocía de vista, serían los que ingresarían.

Muchas cosas podían salir mal.

Pero no para Liú Tian.

Esta vez él tenía una parte sencilla.

¿Pero entonces por qué no dejaba de temblar? Tal vez porque era la primera vez que se metían en una misión que podía salir tan mal. No por primera vez, se preguntó si tenía sentido lo que estaba haciendo. Recordar a su padre comiendo con dificultad, lo hizo ir finalmente hacia el parque y agarrar esa cajita pequeña que cabía en su mano. La metió en el bolsillo de su chaqueta con cuidado, intentando no moverla mucho. Tenía un explosivo contra su pierna que tenía la potencia suficiente para mandar a volar una pared. Si por algún error explotaba, de Liú Tian solo quedaría una lluvia carmesí manchando la ciudad.

Se dirigió hacia la casa de las fotografías notando que era verde, la entrada estaba siendo custodiada por dos militares. Dio la vuelta a la cuadra y llevó hasta la pared posterior, donde se ubicaba una pila de contenedores. Notó que, entre la basura, había otras cuatro cajas escondidas. Fingió que estaba orinando contra la pared y dejó la suya.

Avanzó otro par de cuadras y se escondió esperando a que Luan pasase corriendo para saber que se encontraba bien.

Así fue.

Sonriendo para sus adentros, escuchó una explosión a la distancia. Avanzó con rapidez. Cinco minutos más tarde, ingresaba a ese antro clandestino escondido en ese sótano de una ex fábrica textil.

A las diez y media salía tambaleándose solo un poco para alcanzar a llegar a casa. Con sus zapatillas resonando al aplastar las piedrecillas, escuchó un par de pisadas por detrás suyo.

Se giró con el corazón en la boca.

Un chico le saludó.

Él lo conocía.

Era del club, lo había visto un montón de veces por ahí, solo que nunca se animaron a hablar. Se quedó observándolo con las cejas arriba, cuestionándole por qué lo seguía.

—Me gustas.

Oh, bueno, era directo.

Se quedó unos segundos desconcertados.

—Me ves siempre, ¿y te decides hablarme cuando ya me fui?

—Siempre estás con alguien allá abajo.

Una mentira total, no era.

Liú Tian se encogió de hombros y se giró para seguir caminando.

—A la próxima acércate antes de que otro lo haga.

Solo alcanzó a avanzar unos metros antes de sentir que lo tiraba del hombro para detenerlo.

—Son recién las diez y media, ¿por qué no regresamos al club? —le pidió el chico.

Qué penoso era admitir que su toque de queda se adelantaba una hora y media porque vivía en una habitación que se la arrendaba a alguien que sufría complejo de dictador.

—Mira, hoy no puedo —Ni mañana tampoco. Y es que Liú Tian no podía quitarse de la cabeza a Xiao Zhen— y me estás asustando.

El chico de inmediato lo soltó con las manos en el aire.

Liú Tian nunca fue un buen bebedor, sobre todo porque el alcohol liberaba a su décalcomanie. En ese momento, lo único que podía pensar era en lo mucho que quería ser besado, en lo mucho que quería sentir una erección contra la suya mientras le quitaban la ropa.

En lo mucho que quería que Charles lo tocase.

Pero Xiao Zhen no se encontraba ahí y tampoco quería tener con Tian algo más que amistad. Recordó su rostro expresivo cuando el día anterior le preguntó si lo quería. Se le hizo un nudo en el estómago y, de pronto, solo quería dejar de pensar en él.

La adrenalina estalló en sus venas y solo alcanzó a contemplar ambos lados de esa calle vacía antes de afirmar al chico por la chaqueta y tirar de él hacia un apartado oscuro de la calle. Buscó sus labios, sus manos yendo hacia la cintura del chico para apretarlo contra él y recordarse que seguía vivo, que alguien seguía queriéndolo, que no podía tener a Xiao Zhen pero podía fingir que era él a quien besaba.

El ruido de pasos fue la única advertencia que necesitó para separarse con brusquedad. Empujó al chico lejos y se acomodó la ropa, girándose para avanzar por el otro extremo de la calle al oír detrás suyo los pasos apresurados de quien los había descubierto. Ambos caminaban nerviosos.

—¡Ey!

Fingió no escuchar.

Entonces, otro llamado.

—Última advertencia, deténganse.

Liú Tian se giró todavía avanzando de espalda.

Solo era una persona.

Pero era un militar, un cigarro bailaba en sus labios burlescos. Tenía un arma en la mano.

El terror lo paralizó.

—¿Qué hacían? —los cuestionó.

—Orinar, oficial —respondió Liú Tian.

—Orinar —se burló—. Yo noté otra cosa.

El chico lo agarró del brazo y tiró de él para que comenzase a correr sin importar qué. No obstante, huir implicaba declararse culpable y eso, en esa dictadura, era peor.

—No hacíamos nada —insistió Liú Tian—. Nosotros tampoco queremos problemas, solo intentamos llegar a nuestras casas antes del toque de queda.

El militar le puso seguro al arma y la guardó en su cinto.

—Oh, entonces pueden irse —dijo moviendo su mano ahora vacía.

—Nos va a disparar —escuchó que el chico jadeaba.

—Solo váyanse —insistió otra vez.

Liú Tian le alcanzó a dar una mirada a su compañero.

—Vamos —siguió el militar sonriendo. Estiró los brazos vanagloriándose con lo que ocurría—, no los veo corriendo para mí.

Notó que sacaba algo de su cinturón, un tubo alargado semejante a una granada. Liú Tian sabía lo que era y logró llevarse las manos a los oídos antes de que el militar le sacase el pestillo y se lo lanzara.

Una granada antidisturbios.

Estalló con un brillante naranja y un ruido ensordecedor que entumeció sus oídos. Liú Tian tropezó y cayó al suelo con fuerza, sus codos contra el cemento, sus rodillas colisionando, sus tímpanos piteando y el mundo borroso a su alrededor.

No pudo moverse por varios segundos. Pestañeó desorientado para aclarar su vista negra hasta que pudo colocarse de rodillas y arrastrarse.

De pronto, el dolor estalló en un costado de su tórax.

¿Un balín?, pensó confundido. Era un balín porque el militar lo estaba cazando como si fuese un juego deportivo.

Logró colocarse de pie con su cabeza girando. Se estrelló contra una pared, luego avanzó a trompicones.

Sintió otro dolor en su pantorrilla.

El otro chico no estaba por ninguna parte.

Cojeó hasta un corredor estrecho y por otro, izquierda y derecha, una calle bien iluminada, su ropa manchada de sangre en su pantorrilla y costillas, todavía los oídos le pitaban. Estaba tan aturdido que solo podía jadear en busca de aire, mientras continuaba corriendo.

Cuando divisó los banderines en esas casas de murallas altas y portones imponentes, notó que ya no era perseguido. Se arrastró unos cuantos metros más hasta que colisionó en esa puerta que hace una semana atrás visitó por otras circunstancias.

Golpeó con los ojos cerrados, pidiendo por dentro que no hubiese empeorado la situación. Liú Tian sabía que Xiao Zhen siempre estaba solo, él mismo se lo había confesado ese día que almorzaron. ¿Pero y si esa noche no lo estaba? ¿Y si estaba el General Gautier y notaba que tenía una herida de balín en el cuerpo? ¿Qué mentira creíble podía inventar si lo descubría todo ensangrentado en la entrada de su casa?

De pronto, perdió el equilibro y un brazo rodeó su cintura, su vista aún borrosa, el pitido destrozando su cerebro.

Era Xiao Zhen.

—Por favor... no me eches, no sabía dónde más ir —balbuceó mientras comenzaba a llorar con las manos unidas en una súplica silenciosa.

La puerta abierta bailó en la mano de Xiao Zhen, entonces la cerró con suavidad alejándolo del caos que era allá afuera.


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