Calcomanía (Novela 1)

By Lily_delPilar

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En el año 1978, dos jóvenes se enamoran en tiempos de dictadura. Uno de ellos es orgullosamente gay y oposito... More

Sinopsis
Parte I
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By Lily_delPilar

19

Enero, 1979.

Los bolsos cayeron al suelo en el instante mismo que Xiao Zhen corrió calle abajo con las piernas tensas y un tirón en el tobillo que lo hizo tambalearse y casi caer. Un jadeo fuerte y entrecortado escapaba por su boca entreabierta, mientras a la distancia podía divisar a Liú Tian luchando sin fuerzas para no ser subido en la furgoneta oscura.

Apresúrate, apresúrate, apresúrate.

Su rodilla izquierda se dobló de manera involuntaria ante unos músculos fríos que fueron obligados a aumentar en potencia. Y al llegar a su lado, flexionó las piernas para el último impulso. Alcanzó a darle una patada directa en el pecho a uno de los militares, mandándolo contra el lateral de la camioneta. Su puño se clavó en el pómulo derecho del segundo de ellos. Alcanzó a darle un segundo golpe en el estómago antes de que el propio Xiao Zhen recibiese uno en el centro de la espalda que lo mandó al suelo.

De inmediato, una rodilla se clavó contra sus pulmones y otra sobre su cuello para cortarle el aire, su cabeza tan inclinada contra el cemento que casi podía besarlo. Luchó por respirar mientras sus brazos eran llevados tras su cintura en un ángulo doloroso. Un par de botas se acercaron hasta él. Recibió de inmediato un golpe en las costillas que le sacó todo el aire a sus pulmones, a lo lejos Liú Tian balbuceando su nombre una y otra vez:

—Xiao Zhen... Xiao Zhen... no... por favor, Xiao Zhen...

Otro golpe contra su cabeza que lo dejó desorientado por unos instantes. Los hombres habían aflojado la atadura de sus brazos cuando Xiao Zhen recuperó la conciencia. Logró mover las piernas para hacer palanca y soltar una de sus manos. Buscó con rapidez en su bolsillo. Un grito agudo escapó de su garganta cuando uno de ellos aplastó sus dedos contra el cemento. La placa metálica, que le había mostrado hace unas horas a la señora Flor, resonó contra el asfalto al caer.

Una risa y un bufido flotó sobre Xiao Zhen. Su brazo fue torcido tras su espalda al punto que resonó la articulación de su hombro.

—Miren qué tenemos aquí —dijo uno de ellos. Xiao Zhen sintió que le clavaba una rodilla en los riñones cuando el hombre recogió la placa—. Es de oro.

—Debe tener dinero. ¿Y si pedimos una recompensa por este? —propuso otro de ellos. Xiao Zhen lo vio recibir la placa y observarla con descuido—. ¿Nos dejarán?

En tanto, bajito y suplicante, la voz de Liú Tian colándose en la conversación.

—Xiao Zhen. —Y otra vez—. Zhen... Zhen...

Pero, entonces, silencio.

Y luego una voz apresurada y jadeante proveniente del militar.

—Suéltalo.

—¿Qué?

—¡Suéltalo!

La presión en sus riñones aumentó.

—No.

—¡Suéltalo ahora!

El agarre solo flaqueó unos segundos para después hacerse más ajustado. La cabeza de Xiao Zhen empezaba a girar por la falta de aire.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Nuestro General... es familia del General Gautier.

La placa hizo un ruido metálico al caer al suelo.

La presión desapareció.

Unos pasos apresurados fueron hacia la camioneta.

Liberado, Xiao Zhen soltó un jadeo largo y desesperado, áspero y ardiente. Dobló las rodillas intentando ponerse de pie. Estiró su brazo, derrotado e inútil, intentando alcanzar a Liú Tian cuando los militares lo lanzaron fuera del auto. Lo dejaron tirado en medio de la calle como un muñeco quebrado al que le habían cortado esos hilos que le daban vida.

El aire supo a hidrocarburo quemado cuando el tubo de escape humeó en negro antes de desaparecer por una esquina.

El silencio era abrumador cuando el ruido de llantas se esfumó, quedando solo la respiración apresurada de Xiao Zhen y el ruido de sus zapatos rasmillando el cemento en un intento por ponerse de pie. Tosió, y escupió un poco de sangre por su boca rota. Todavía mareado por la asfixia y la patada en las costillas, puso su cabeza entre los brazos.

Encontró la placa con los dedos temblorosos y volvió a guardarla en su bolsillo. Tomó asiento sobre sus piernas dobladas. Liú Tian se encontraba a unos metros de él. Su espalda apuntaba hacia ese cielo anaranjado ante un amanecer que despuntaba en las montañas.

—Tian —lo llamó.

Pero el chico no reaccionó.

Sacudió la cabeza. Se puso de pie con la mano presionando sus costillas. Su brazo izquierdo se sentía tenso y adolorido, pero todavía funcional. La suela de sus zapatillas se arrastró contra el cemento helado cuando finalmente logró ponerse de pie. Se tambaleó hacia Liú Tian mientras volvía a llamarlo.

—Tian.

Se arrodilló a su lado y lo volteó con un gruñido de esfuerzo. Tenía un corte en el cuero cabelludo que sangraba y le manchaba el rostro con hilitos rojos que morían en su barbilla y cuello.

—Tian —insistió.

Lo levantó, su cabeza moviéndose tal cual el muñeco de un titiritero sin cuerdas. Llevó la mano bajo su nariz: una respiración débil le hizo cosquillas en las yemas. Tomó uno de sus brazos y se lo colgó por el cuello. Intentó subir a Liú Tian a su espalda para poder llevarlo hasta la enfermería de la universidad. Jadeó por el esfuerzo de ponerse de pie, su cabeza todavía confusa.

A unos metros, dos chicas se paralizaron al verlos.

—Ayuda —suplicó Xiao Zhen.

Los ojos de una de las muchachas recorrieron la calle. Fue a moverse siendo detenida por su amiga, que la sostuvo por el brazo. Escuchó la suplica baja y angustiada de la chica pidiéndole que, por favor, por favor, por favor, por favor, se fuesen de ahí. La otra muchacha logró liberarse de su amiga y corrió hacia ellos, su mirada nerviosa yendo y viniendo por la avenida.

—Solo ayúdame a cargarlo a mi espalda —le pidió Xiao Zhen—. Solo eso y corre.

Xiao Zhen tiró de los brazos de Liú Tian una vez más mientras la chica se posicionaba a su espalda y afirmaba a Liú Tian por la cintura. Con dificultad y apretando los dientes por el dolor, Xiao Zhen se puso de pie arrastrando a Liú Tian consigo.

—Sujeta sus brazos —le pidió a la chica, quien se apresuró a moverse hacia delante de él y hacer aquello.

Llevando las manos hacia las piernas de Liú Tian, Xiao Zhen logró cargarlo. Sentía su respiración débil contra el oído.

—Gracias —le dijo a la muchacha, que partió corriendo hacia su amiga.

Xiao Zhen avanzó un par de pasos tambaleantes, que iban ganando fuerzas a medida que el dolor se iba aplacando ante el entumecimiento por la adrenalina. Desde la entrada a la enfermería era un recorrido corto que habría hecho en cinco minutos en un trote suave; con Liú Tian en su espalda y con un golpe en las costillas, se le hizo tres veces más largo.

Cuando llegó a las puertas cerradas del recinto, sudaba tanto que parecía haber tomado una ducha. Su respiración era tan desigual que sus jadeos salían forzados entre sus dientes apretados. Se estrelló contra la entrada al intentar golpear, la madera resonó por su peso.

—Por favor —pidió—. ¡Necesito ayuda!

La puerta se abrió y Xiao Zhen perdió el equilibrio dentro del recinto. Se tambaleó hasta llegar a una camilla ubicada a unos metros de la entrada. Quedó unos segundos sin aliento contra el colchón, mientras oía la voz alta de la enfermera pidiéndole cosas a otra persona.

Le quitaron a Liú Tian de la espalda y lo recostaron en la misma camilla que Xiao Zhen todavía sujetaba. De inmediato sus dedos se aferraron a la pierna del chico, justo en ese lugar donde se divisaba el vendaje que con tanto cuidado le puso en el tobillo la noche anterior.

—Tiene un golpe en la cabeza —balbuceó Xiao Zhen levantando la cabeza y pestañando confundido.

Una de las enfermeras limpiaba la herida de Liú Tian, la otra sujetaba a Xiao Zhen por la cintura para apartarlo.

—Necesitamos que lo sueltes para poder examinarlo —le pidió.

Y si bien sabía que debía hacerlo, ¿por qué su mano no lograba dejar ir a Liú Tian?

—Militares, ¿ciertos? —quiso sabe la mujer que intentaba todavía apartarlo con cuidado.

Xiao Zhen asintió y, de alguna forma, sus piernas se pusieron en movimiento y se alejó de la camilla. Sus ojos ansiosos fueron hacia Liú Tian otra vez.

—Unos salvajes —comentó la otra con malhumor, quien limpiaba la herida de Liú Tian.

—Ven, recuéstate —le pidió su enfermera.

—Pero...

—A tu amigo lo estamos atendiendo.

Xiao Zhen lo sabía, lo entendía, en serio lo hacía. Pero aun así...

—Tranquilo, él estará bien.

Tranquilidad, ¿realmente era un sentimiento que podría alcanzar en un momento así? Mientras la enfermera la pedía que se quitase la camiseta y se recostaba boca abajo para permitirle comprobar el golpe en su espalda, Xiao Zhen cerró los ojos con fuerza. Y a pesar de que la mujer comentaba con voz suave que sus costillas debían dolerle mucho, Xiao Zhen sabía que no sufría por el dolor físico.

Sufría por el pánico.

Un pánico tremendo y profundo, uno que le impidió alejarse de Liú Tian cuando finalmente llegó una ambulancia para trasladarlo al hospital. Ese mismo miedo que le hizo tomarle la mano al sentarse a su lado a pesar de que el paramédico los observaba.

Era el terror de perder a alguien.

Pero también era ese mismo miedo que se padecía al descubrir un secreto: era el pánico de una mentira. Porque solo existían dos razones para que los militares hubiesen ido por Liú Tian esa mañana.

Porque alguien sabía que era gay.

O porque Liú Tian era un opositor al gobierno que el padre de Xiao Zhen protegía.

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