Sobre mi cadáver (HDLO#1)

De PalomaCaballero

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(LGBT+) Archibald puede ver fantasmas. Darla es algo muy parecido a uno. Un espíritu no puede conservar su lu... Mais

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NOTAS FINALES
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De PalomaCaballero

No tuvo tiempo de reflexionarlo, en cuando escuchó aquellos gritos Archie se levantó de su sitio y corrió hacia los dormitorios de las chicas, tomando un atajo en uno de los pasillos abandonados. De inmediato la imagen de Irene había aparecido en su cabeza, un miedo atroz disparó una inyección de adrenalina en su sistema. La enfermera no había atendido su herida, quizás pensó que la sangre no era suya, tal vez fue porque él mismo no mencionó el asunto, pero daba igual, de todas formas, no le dolía, él sólo podía pensar en Irene.

Cuando estaba dando la vuelta en una esquina, chocó con una chica a la que casi lanzó al suelo. Él estuvo a punto de marcharse sin disculparse, cuando se encontró de frente con el rostro de Kim Chae Ri, cuyo semblante dejaba claro que no tenía idea del caos que se había desatado en la escuela, ella incluso estaba sosteniendo sus libros contra su pecho cómo si fueran lo más importante del mundo.

—¡Chae! —exclamó—. ¿Has visto a Irene? —preguntó, recordando que ambas eran vecinas de habitación.

Ella se quedó en silencio un segundo, como si no entendiese el punto de la pregunta, hasta que Archie la sacudió y la cuestionó una vez más, sólo entonces respondió.

—Hace cómo media hora la vi yendo hacia las habitaciones—dijo.

Archibald no habló más, sólo siguió corriendo ante la atenta mirada de la chica.

La desesperación le hizo esforzarse hasta que le dolieron los músculos de las piernas, estaba por llegar cuando tuvo que detenerse para vomitar. Un líquido negro, cómo petróleo salió de su estómago, parecía que estaba dispuesto a devolver los intestinos ahí mismo, sin embargo, su desesperación fue tal que no pensó en nada más, ni se molestó en prestar atención al leve crujido que sonó por los pasillos. En cuanto pudo enderezarse siguió corriendo.

Al llegar a los dormitorios de las chicas ya había un montón de alumnos ahí, probablemente eran los que ya estaban cerca del sitio cuando alguien encontró el cuerpo. Un par de profesores estaban conteniendo al grupo, entre ellos estaba el subdirector, que prácticamente lo echó del sitio cuando le preguntó lo que había pasado.

—¿Está Irene ahí adentro? —interrogó sin rendirse, pero el hombre no cedió, empujándolo hacia atrás, pareciendo los suficientemente nervioso cómo para no notar la sangre en la camisa de Archibald y su cara desprovista de color.

Un grupo de paramédicos entró al lugar con una camilla, pareciendo almas que llevaba el diablo. Algo malo había ocurrido y la presencia del personal médico agitó a la multitud de alumnos alrededor.

Durante minutos que parecieron horas, los paramédicos permanecieron dentro y cuando salieron llevaban a alguien en la camilla. Archibald sintió que se mareaba cuando vio la expresión del subdirector al recibir el diagnóstico en voz baja de parte del responsable de aquel grupo, sin embargo, lo que realmente le afectó fue cuando notó a la persona en la camilla, cubierta hasta la cabeza por una sábana blanca. Sólo había una razón para que hicieran eso, todos los alumnos se dieron cuenta, así que el lugar se llenó de un silencio mortal.

Archibald observó la camilla, había un par de dedos asomados bajo la sábana, las uñas estaban bien cortadas y pintadas de un rosa pálido con puntos blancos que reconoció perfectamente. Él dedo anular tenía una pequeña rosa roja que había visto apenas unas horas atrás sosteniendo la cola de una rata.

De repente tuvo ganas de vomitar una vez más, sin embargo, ya no había nada que pudiese devolver.

El director pareció ser consciente de su estado y caminó hacia él preguntándole si estaba bien, pero su voz sonaba lejana y él ya no podía enfocar la vista.

La inconsciencia llegó de manera suave, pero inevitable.






Archibald escuchó el eco de una voz en la lejanía, al principio pensó que lo estaba imaginando, pero después de un rato se dio cuenta que no era así. Sus ojos se abrieron un poco, tratando de aliviar las molestias de la luz que se colaba en sus pupilas, dándole la sensación se encontrarse ante un día extremadamente soleado, sin embargo, después de incorporarse y mirar a su alrededor, sólo encontró un paisaje tan oscuro que no distinguía el cielo del suelo.

Mirando el entorno notó que estaba completamente sólo, no había rastros de animales u objetos comunes, parecía que todo había sido engullido en la nada absoluta.

Cuando comenzaba a preguntarse qué estaba haciendo en esa clase de lugar, escuchó una risa cuyo eco golpeaba con fuerza en los alrededores.

Archibald se incorporó de inmediato, girándose para encontrar el origen del sonido, pero era cómo si viniera de todas partes.

—¿Quién es? —preguntó alzando la voz y sintiendo que sonaba pequeña y débil en comparación con aquella risa—. ¡Responde! —tomando valor, trató de sonar autoritario, pero no le salió del todo bien.

De repente el sonido del agua repiqueteando contra el suelo llegó, acompañado de una expresiva voz que cantaba "Singin in the rain".

Frunciendo el ceño, Archibald creyó ver de reojo la sombra de un hombre a sus espaldas, saltando y bailando con una sombrilla en mano, pero cuando se giró no vio nada. En su lugar, el fenómeno se repitió, pero nuevamente desde su punto ciego, donde apenas y pudo distinguir la figura antes de que esta desapareciera al tratar de girarse.

Consternado, la voz desapareció dejando solamente el sonido de unos zapatos de tap y el chapoteo del agua. El canto comenzó a volverse audible una vez más, afilando la mirada pudo notar que un punto de luz se veía a lo lejos, acercándose poco a poco, cómo una pantalla al hacer zoom.

El punto blanco de repente comenzó a tomar forma, era un hombre usando una bata blanca, un médico al que conocía, aunque hubiese preferido no hacerlo. El hombre en cuestión estaba cantando mientras bailaba con una sombrilla en la mano. No fue su imaginación. Sus pies salpicaban, lanzando gotas pequeñas de agua, sin embargo, no había ni un charco cerca. De vez en cuando se quedaba sin aire, desafinaba un poco y reía, parecía estarse divirtiendo.

—¡Canta Archibald! —gritó de repente, antes de seguir con su número artístico.

Archie frunció el ceño, mientras aquel doctor lunático al que Darla llamó Mr. Wonderful, bailaba a su alrededor.

—¿Quién diablos eres? —preguntó, harto de la presencia del hombre, sin embargo, este sólo comenzó a reírse cómo si hubiese dicho la cosa más graciosa del mundo.

—Eres demasiado rígido, tienes que aprender a soltarte —respondió, haciendo un divertido movimiento de manos mientras echaba la cabeza hacia atrás, luciendo cómo un baile borracho.

—¿De qué estás hablando? No evadas mis preguntas —espetó en tono rígido.

—Veamos —llevándose un dedo a la barbilla se quedó pensativo, su figura se movía hacia un lado cómo si estuviera en una caminadora, pero no había nada bajo sus pies—. ¿Qué tal si hacemos esto? Cuéntame una historia graciosa y hazme reír —pidió, apareciendo de manera repentina detrás de él, obligando a Archie a girarse de golpe. Ya no estaba bailando—. Si me haces reír a carcajadas voy a contarte un secreto —explicó, murmurando, aunque no había nadie aparte de él que pudiese escucharlo.

—No necesito que me cuentes un secreto —gruñó indignado—. Sólo quiero que respondas que mierda traes conmigo —exigió, señalándole con el dedo.

Mr. Wonderful le golpeó la mano.

—Que aburrido eres ¿Cómo consigues ligar con ese carácter? —preguntó haciendo una mueca. Archie parpadeó, cuando abrió los ojos, Mr Wonderful estaba en cuclillas a su lado, recargando las manos en las rodillas mientras miraba al horizonte—. No me respondas, ya sé que no tienes novia.

Archibald tenía ganas de golpear al maldito fantasma. Parecía que incluso los muertos podían tener diálogos banales incordiándolo por no tener pareja, pero él no quería por ningún motivo que aquel extraño fantasma juzgara su inexistente vida amorosa.

—¿En dónde estamos? —preguntó cambiando de tema, levantando la vista en busca de un techo, pero no encontró nada.

—¿Dónde piensas que podemos estar? —de nuevo un punto blanco se vio a lo lejos, llamando la atención de Archibard, quien frunció el ceño, tratando de distinguir la figura que se acercaba a toda velocidad—. Ya nos hemos visto aquí antes —el rostro de Mr. Wonderful se volvió nítido, quedándose alrededor de cincuenta centímetros de distancia sobre su cabeza. El fantasma parecía estar parado sobre aquel techo imaginario.

Por alguna razón aquello no le pareció extraño.

—¿De qué estás hablando? —cuestionó por enésima vez, mientras el hombre comenzaba a andar en círculos con una mueca pensativa.

—Reflexiona un poco —le incitó, sin preocuparse por esclarecer el asunto.

Archibald apretó los dientes, pensando en lo familiar que se veía aquel entorno.

—¿Estamos en algún lugar de la escuela? —trató de adivinar, aunque su yo coherente le habría dicho que su respuesta era una estupidez.

El fantasma negó con la cabeza.

—Piensa más —inquirió, entornando la mirada.

Frunciendo el ceño, Archibald tuvo la sensación de que estaba siendo menospreciado, así que se esforzó un poco, hasta darse cuenta de lo obvia que era la respuesta.

—Es un sueño.

Mr. Wonderful asintió.

Claro, esa parecía una respuesta correcta. Aquel extraño sueño que tuvo cuando volvió a casa se desarrollaba en un lugar parecido, oscuro, frío, cuyo espacio parecía modificarse dependiendo de lo que su mente tratase de decirle.

—Buena respuesta, ahora ¿Por qué no te ríes? ¡Te contaré un chiste si tu no quieres hacerlo! —le amenazó, apareciendo frente él una vez más.

—¿Cuál es tu obsesión con hacerme reír? —preguntó, frunciendo el ceño—. Espera, no trates de cambiarme el tema —espetó, retrocediendo un paso.

—La risa es el alimento del alma, la necesitas más de lo que crees —aseguró, mientras sus ojos adquirían un brillo extraño.

Archie se puso de inmediato en guardia.

—¿Qué es lo que quieres? Hasta ahora no habías hablado conmigo —sin querer soltó un resoplido molesto—. ¿Estás intentando matarme? —preguntó, sintiendo que su voz temblaba un poco al decir la última frase.

—Bueno, yo sólo cuidaba mi privacidad, tu escuela esta llena de mirones—aseguró, al tiempo que se sentaba en el suelo en posición de lotto. Archibald arrugó la nariz ante la respuesta, pues, aunque esta sonaba acertada, había un pequeño error en su razonamiento: Mr. Wonderful estaba muerto, nadie podía verlo.

Entonces un recuerdo le golpeo en la cabeza, iluminando de manera parcial sus ideas.

—¿Es en serio? —le interrogó—. Me parece que alguna vez te vi huyendo de Dickens de manera descarada ¿Le tienes miedo? —preguntó con cierta burla en su voz. Parecía que todos temían ser devorados por aquel monstruo con voz de caja musical.

—¿Miedo? —Mr. Wonderful negó con la cabeza—. No, pero solo apareceré frente a los ojos adecuados —dijo, comenzando a flotar sin encorvar la espalda ni un poco.

Archibald dejó caer los hombros en tono de resignación. Parecía que su entorno era un rompecabezas cuyas piezas estaban perdidas.

—No vas a responder directamente ninguna de mis preguntas ¿Cierto? —La decepción comenzó a extenderse, como siempre, ahora se encontraba a merced del juego de un fantasma extraño, cuyos labios estaban sellados con una descarada manera de cambiar sus temas de conversación.

Mr. Wonderful le miró sin que su expresión jovial cambiase ni un poco. Sus ojos estaban clavados en Archie y parecían burlarse de él todo el tiempo.

—Te daré un consejo —dijo, mientras su cuerpo se movía lentamente de lugar, pareciendo un globo de helio que no puede controlar su trayectoria—. Los sueños son importantes, recuérdalos.

Mientras la voz del hombre se desvanecía en la oscuridad, un punto de luz iluminó sus ojos, transformando poco a poco su entorno. En algún momento los sonidos dejaron de escucharse, sin embargo, dejando solo un pitido agudo y constante.

Al principio las imágenes eran borrosas, por lo que tuvo que esforzarse en distinguir lo que había frente a él. Un rostro apareció en su línea de visión, era una mujer, movía los labios mirándolo con una mueca preocupada, aunque él no entendía lo que le estaban diciendo.

Archibald parpadeó cuando logró estabilizar su mente, era su madre quien se encontraba a su lado, preguntándole cómo estaba. De golpe todo lo que había pasado antes de desmayarse llegó a su mente y trató de incorporarse de manera brusca.

Mala idea.

A su alrededor todo pareció dar vueltas, se sentía mareado, enfermo, cansado. Había un dolor punzante en su cabeza, así que se sostuvo la frente con las manos.

—¡Bebé! —exclamó Clarissa con preocupación—. ¿Estás bien? Acuéstate por favor —los ojos claros de la mujer estaban empañados de tristeza y ansiedad. Archibald le hubiese prestado más atención, pero su cabeza estaba en otra cosa.

—¿Dónde está Irene? —preguntó. Sentía la garganta rasposa.

El rostro de su madre se congeló, mirándolo confundida, sin palabras.

—¿Irene? —preguntó frunciendo el ceño—. Ella está bien, no te preocupes, acuéstate —dijo, tratando de empujarlo hacia atrás para que descansará, pero él no lo permitió.

—Quiero verla —dijo, mientras las náuseas comenzaban a revolverle el estómago. Aunque no estaba de pie, su cuerpo amenazaba con caerse.

—No está aquí, la verás después —aseguró la mujer, sin embargo, Archibald no le creyó.

—¡Quiero verla! —exclamó, levantando la voz. Clarissa retrocedió, sorprendida por la reacción de su hijo.

Archibald también lo estaba, así que se quedó muy quieto, sin saber qué hacer.

—¿Archie? —desde la puerta una voz de mujer llamó su atención. Él se giró, sorprendido, reconociendo de inmediato el timbre de voz.

Era Irene, quien lo miraba con los ojos rojos y el cabello despeinado, pero intacta. Lo labios de la chica dejaron ver un ligero temblor cuando sus miradas chocaron. Ella comenzó a llorar y Archibald se asustó de muerte, porque no podía determinar si aquella figura frente a él era Irene o su espíritu.

Sin embargo, mientras trataba de llegar a una conclusión, ella corrió hacia él, sosteniéndolo en un abrazo que lo obligó a soltar un quejido de dolor. Archibald vio las uñas de la chica, pintadas de rosa pálido, con puntos y la pequeña flor naranja en el dedo anular, que de lejos podría confundirse con un tono de rojo.

—¡Archie! —exclamó la chica—. ¡Es Chae! ¡Chae esta...!

Ella no pudo terminar la frase, pero el entendió de inmediato lo que estaba pasando.

No era Irene a quien habían encontrado en las habitaciones, sino a Kim Chae Ri, cuyo espíritu ya vagaba por los pasillos de la escuela. 

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