Sobre mi cadáver (HDLO#1)

By PalomaCaballero

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(LGBT+) Archibald puede ver fantasmas. Darla es algo muy parecido a uno. Un espíritu no puede conservar su lu... More

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NOTAS FINALES
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By PalomaCaballero


Sunshine Dickens, a diferencia de Archibald Noble, no siempre tuvo la capacidad de ver fantasmas, sus dones se manifestaron alrededor de los doce años, cuando un hombre que no conocía de nada la siguió a casa, se instaló en su habitación y la observo dormir durante varios días.

Nadie más podía ver a ese hombre, sin importar cuanto llorara, cuanto la asustara, ella no podía deshacerse de él. Aquel hombre parecía estar cada día más cerca de ella, hasta el punto en que en ocasiones despertaba con moretones en las manos o marcas evidentes sobre su piel. Sunshine no podía dormir, no comía, desmejoraba rápidamente hasta el punto en que su salud se encontró en riesgo. Entonces un chico apareció en su puerta, era un muchacho joven, asiático, con una risa contagiosa.

Él dijo que podía ayudarla y lo hizo.

En menos de una noche su problema había desaparecido, Sunshine no supo qué clase de magia utilizó, pero no volvió a ser acosada por ningún fantasma, estos pasaban a su lado cómo si no la vieran, mientras que ella dejó de verlos con claridad durante un tiempo.

Las criaturas aterradoras se volvieron sombras, escalofríos y presentimientos, mientras Sunshine desarrollaba otro tipo de dones. Dos años atrás se dio cuenta que podía ver en los rostros de la gente los colores de sus auras. No era algo que estuviese presente todo el tiempo, ocurría cómo un fogonazo de luz que aparecía cuando conocía a alguien y se marchaba tan repentinamente como había llegado.

Por lo general las auras de las personas eran tenues, todas del mismo color, cómo un velo que cubría sus rostros en una clara escala de grises. Entre más oscuro fuese el velo, más peligrosa era la persona, además, los colores podían cambiar, a veces ser más claros o muy brillantes, aunque esto último no era tan común.

Los velos del alma, como ella los llamaba, podían decirte mucho de la persona con la que estabas tratando, ella podía entender sus significados de manera parcial, aunque nadie se los explicara y actuar en consecuencia.

La vida de Sunshine Dickens era tranquila hasta que llegó a aquella ciudad, y especialmente al inscribirse en Saint Rudolph. Ahí las cosas eran diferentes, había mucha gente especial, los colores den los velos abarcaban diferentes espectros de luz, transparencias y los cambios, cuando ocurrían, eran más evidentes.

La primera persona que llamó su atención al llegar a la escuela, aunque ella no lo supiera, había sido Darla Fisher Montgomery, cuyo brillo dorado caía sobre su rostro iluminando sus ojos y su sonrisa. Ella era la estrella más hermosa del firmamento, podías decirlo con sólo verla, era el tipo de persona que estaba destinada a grandes cosas.

Entonces, cuando pudo alejar su vista de ella comenzó a notar al resto. Sunshine Dickens tenía muy presente a Peter O'Hara, cuyo pequeño velo era verde, lleno de suerte y éxito monetario asegurado en el futuro. Estaba destinado a ser una persona feliz, longeva. A su lado había visto a Irene Song, cubierta de brillo de colores, era una persona vibrante que amaba con intensidad. Su aura era parecida en cierta medida a la de Darla, pero también había diferencias abismales entre las dos.

Mientras Darla estaba destinada a la fama, la grandeza y la excelencia, Irene era más cálida, no viviría demasiado, un par de meses, quizás algunos más de los que se esperaba, pero era seguro que no pasaría del último año de preparatoria porque esa clase de velo era de los que iluminaban todo y desaparecían rápido, dejando profundas huellas a su paso.

Podías notarlo en los ojos de Peter, que ella se quedaría tatuada en él durante toda su vida.

Mientras tanto, había otros que tenían mejores destinos frente a ellos. Por ejemplo, estaba Maxine Reed, cuyo velo era de un amarillo opaco que cuando entraba en contacto con otros velos los hacía resplandecer en su máximo esplendor. Ella podía saber cuándo Maxine y Darla tonteaban cerca del lago porque sus auras se veían desde la ventana de su habitación. Maxine Reed era estable, segura y parecía ser vagamente consiente de sí misma, por lo que no socializaba demasiado. Sunshine aún pensaba que, aunque ella no lo supiera, cuidaba bien de si misma y procuraba no engrandecer a quien pensaba que no se lo merecía.

Era una chica inteligente.

Las auras se transformaban en arcoíris dentro de aquel lugar, Irina Grace era tan blanca como la pureza de su alma, era una buena mujer con un noble futuro. Darren Woolf estaba teñido de sangre y violencia, un rostro estricto e impenetrable ocultaban a una bestia salvaje que podía lastimar cualquiera que estuviera cerca de él. A Sunshine no le agradaba, no entendía cómo, pero el velo de Darren se agitaba de vez en cuando y era tan sólido que sólo podía ver sus pupilas ambarinas brillando a través de la tela.

Era aterrador y peligroso.

Cuando Sunshine Dickens decía que alguien le daba malas vibras era en serio y había muchos de esos en Saint Rudolph. Marshall Dallas, por ejemplo, pasó del tenue gris de un buen chico, teñido por una mala crianza, a un color tan oscuro que dejaba entrever un terrible odio.

Eran tan diferente al de Archibald Noble, ella no creía haber visto jamás un velo tan contradictorio como el de él, cuyos colores blancos y azules se transparentaban, cambiando constantemente. Le daba la sensación de estar contemplando su rostro a través de un cielo despejado. A Sunshine le agradaba Archibald a pesar de todo, porque la tranquilidad que lo rodeaba era muy contagiosa y cuando lo veías cruzarse con Darla Fisher, tenías al sol brillando en aquel todo azul.

A ella siempre le pareció graciosa la manera en que sus auras se buscaban. Donde Darla estaba, ahí iba Archibald, donde Archibald fuera, siempre podías contar con que Darla aparecería en algún momento. Por lo regular recorrían caminos separados, pero se encontraban cerca el uno del otro, cómo si no quisieran perderse de vista.

El día del incidente Sunshine presenció una tormenta, así que no fue difícil para ella saber que Archibald no podría haberle hecho daño a Darla ni, aunque hubiese querido.

Era imposible para él.

Sunshine aún no podía ver con claridad a los fantasmas, pero sus ojos habían mejorado desde que llegó a Saint Rudolph, sin embargo, a pesar de todo, ella aún no conseguía mirarse al espejo y contemplar su propio destino.

—Dickens ¿Que estás haciendo aquí? Deberías volver ahora a tu habitación.

Ella se volteó de golpe, sabiendo que se encontraba demasiado cerca de los dormitorios de los chicos, por lo que no era una sorpresa que Darren la hubiese atrapado. Ella estaba esperando encontrarlo parado en el pasillo, listo para regañarla, sin embargo, al girarse se encontró con un sitio vacío, iluminado por las intensas luces del alumbrado eléctrico. Fue entonces cuando recordó que Darren no estaba en la escuela, se había tomado la semana libre por enfermedad.

Una sonrisa nerviosa salió de sus labios antes de recuperar la calma y seguir explorando los alrededores mientras canturreaba la primera canción que se le cruzara en la mente.

El día fue cálido aunque se suponía que el estaban en medio del otoño, sin embargo, con el paso de la noche eso comenzó a cambiar, el clima no estaba siendo coherente esa semana.

Sunshine se paró frente a la tabla de posiciones semanal, con sólo desaparecer un par de días Darren terminaría bajando un par de puestos, así que estaría de mal humor cuando volviera. A Sunshine siempre le extrañó que alguien cómo él, cuyo presente era tan tenebroso y su futuro era aún peor, pudiese preocuparse tanto por una simple tabla escolar.

Mientras negaba con la cabeza, sintió cómo el viento le golpeaba en la cara, enfriando sus mejillas, invitándola a soltar un suspiro.

Ella se estaba relajando lo suficiente como para disfrutar del fresco que comenzaba a empujar el calor, cuando notó un extraño cambio en el ambiente.

Lo primero que llamó su atención fue el imperceptible parpadeo en el alumbrado, cuya intensidad aumentó gradualmente hasta volverse violento. Sunshine levantó el rostro hacia el techo, la piel se le erizó mientras una sensación de peligro la obligó a girarse hacia el fondo del pasillo. Las luces parecían querer ocultar algo, ella se retorció en su lugar sin saber que era lo que haría a continuación sabiéndose sola en horario nocturno.

Las luces se estabilizaron, Sunshine suspiró, sintiéndose un poco tonta por dejar que el latido de su corazón se acelerara, sin embargo, no había comenzado a relajarse cuando el parpadeo volvió.

Una lámpara se rompió al final del pasillo y el estruendo la hizo retroceder. Las piernas le temblaron mientras sus ojos buscaban el origen de aquella anomalía, entonces otra lámpara se reventó, el ambiente se volvió más denso, su respiración se agitó, su corazón comenzó a latir cómo un loco, pero aún no conseguía ver lo que estaba ahí.

Sunshine retrocedió otro paso, el suelo tembló cuando la tercera lámpara se rompió y pasó lo mismo con la cuarta. No tardó en darse cuenta de lo que pasaba y cuando los cabos se ataron, dejó de respirar por un instante. Aquel temblor no era al azar, sonaba cómo un paso, algo enorme estaba avanzando por el pasillo y se dirigía directo hacia ella.

Cuando la quinta y sexta lámpara se reventaron casi al mismo tiempo ella levantó el rostro, dándose cuenta de que sólo faltaban otras cinco para que aquella presencia la alcanzara. Sunshine tragó duro, tratando de obligar a sus piernas a moverse, pero estas no querían obedecerle así que por un segundo se sintió atrapada, sin embargo, cuando la siguiente lámpara explotó algo se disparó en su interior, obligándola a girarse y a correr mientras el temblor se volvía más fuerte, haciéndola tambalearse, chocando contra las paredes mientras escapaba.

Sunshine no sabía cómo, pero tenía que irse de ahí.

—Tienes esa cara extraña —dijo Peter, recargándose del marco de la puerta mientras se secaba el cuello con una toalla.

—¿Una cara extraña? —preguntó Archie desviando la mirada de la ventana para concentrarse en su compañero.

—Si, esa expresión que pones cuando tienes presentimientos —dijo sonriendo. Había una nota de tensión en su tono.

Peter lo conocía lo suficientemente bien cómo para darse cuenta de las pequeñas diferencias en su expresión con solo echarle un vistazo. Darla sonrió, sentándose a su lado mientras se recargaba en el hombro de Archie.

—Tienes la cara que pones siempre antes de meterte en problemas —agregó ella picándole el hombro con el dedo.

—Eso no es cierto —respondió, dirigiéndose a los dos. Él no pensaba que sus emociones fueran tan claras, aunque era cierto que tenía algún tipo de ansiedad golpeando su pecho desde hacía un par de horas y a cada segundo aquello se volvía peor.

—Claro —Peter negó con la cabeza—. Me imagino que lloverá hoy o algo así —comentó desestimando la afirmación de Archibald. Darla se río, burlándose por lo bajo, mientras Archie entornaba la mirada.

Como fue una tarde tranquila habían tenido tiempo para las charlas casuales y estaban aprovechando para descansar, cuando un grito agudo, teñido de miedo les puso alerta.

Archibald levantó el cuello, caminando hacia la salida para mirar al pasillo y Peter, quien estaba cerca de la puerta echó un vistazo intentando descubrir de dónde venía el grito. No tuvieron demasiado tiempo para reaccionar antes de que la pequeña figura de Sunshine Dickens apareciera corriendo en la habitación, saltando hacia los brazos de Archibald.

La presencia de la chica apareció acompañada por un fuerte viento que abrió las ventanas de la habitación y un trueno que apagó las luces del dormitorio de los chicos, sumiendo todo en una profunda oscuridad.

Una extraña algarabía de muchachos escandalosos se escuchó en las habitaciones, quienes fingían alaridos de terror y golpeaban las paredes. Archibald sostuvo a Sunshine en brazos sin dejar de mirar al pasillo, cuando otro trueno iluminó la habitación, animando aún más los gritos de los chicos, sin embargo, Archie no le prestaba atención a nada más aparte de la expresión que vio en el rostro de Peter, quién seguía asomado hacia el pasillo.

Había una combinación extraña entre ira y determinación, parecía dispuesto a luchar contra alguien, así que contempló con terror cómo el muchacho salía hacia el pasillo tan rápido que le fue imposible detenerlo.

—¡Ey tío! ¡Que le estabas haciendo a la chica! —exclamó sumergiéndose en las sombras.

Los gritos se transformaron en risas, que a su vez disminuyeron poco a poco mientras algunos listillos gritaban invocando a algún fantasma que no existía en aquella escuela. Se había ido la luz, pero los rayos no dejaban de caer, por lo que segundo a segundo un fogonazo de luz iluminaba el lugar.

De repente el sonido de un jarrón rompiéndose hizo que todos abrieran sus puertas y salieran al pasillo, incluido Archibald y Sunshine.

Cuando la mayoría de la gente estuvo afuera, las luces se encendieron, encontrándose de frente con Peter, que se sostenía de una pared, mientras la sangre escurría por su frente y él se sostenía la cabeza, conteniendo una expresión de dolor.

Los chicos del equipo se apresuraron a ayudarlo, mientras un par más corría hacia la enfermería. Archibald se quedó paralizado observando la escena, al tiempo que la atención de los alumnos restantes se movía poco a poco hacía donde él estaba, más concretamente a Sunshine Dickens, quien se sostenía de su brazo con una extraña expresión en el rostro.

Archie no les prestó atención, simplemente corrió para comprobar como estaba su amigo. Pronto tendría a una histérica Irene encima y entonces sí que habría problemas. 

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