6- Conociendo a Derek

960 90 24
                                    

Rachel.

Aquel imbécil era un hijo de perra, yo no era su esclava, yo solamente estaba ahí para limpiar el chiquero de la casa, aunque esta está más reluciente que coche nuevo, pero era mi primer día y debía hacer todo lo posible para perdurar en esta casa, lo necesito durante todo un semestre para sobrevivir. Así que botando humos por todos lados me dirijo a la cocina en busca del vaso con agua que me solicito el señor Dalton Pierre.

- ¿Qué sucede Rachel? - pregunta Rosa cuando me ve entrar a la cocina encolerizada.

- El joven Dalton quiere un vaso con agua. – escupo con enojo.

- ¿Estas seguras que podrás aguantar el ritmo? - Rosa tomo un vaso de vidrio de la lava vajillas, para luego dirigirse al refrigerador y llenarlo.

- Debo hacerlo, a comparación de él, mis padres están a kilómetros de aquí, y debo sobrevivir durante seis meses.

- ¿De dónde eres? – Zoila deja lo que estaba haciendo para escucharme.

- Soy de Colombia- respondo.

- Aquí tienes. - Rosa me extiende el vaso con agua. - ve antes de que Dalton se enoje. - asiento y salgo de la cocina. Atravieso el comedor y la sala de estar. Justo bajando las escaleras viene bajando el rey de roma.

- Aquí tienes maldito imbécil. - estrello el vaso en su camisa negra, se había cambiado muy rápido para ser sincera, incluso lucía un poco sombrío, tal parece que el diablo lo poseyó por completo. Dalton frunce el ceño e inclina su rostro un poco. - ahora déjame en paz Dalton. - el chico sonríe, aquella maldita sonrisa era increíblemente seductora. Coloco los ojos en blanco y me giro para seguir haciendo mi trabajo.

Las horas pasaron y la noche cayo como solía hacer, la luna en lo alto y las estrellas a su alrededor adornando el cielo por completo, ahora me encuentro en la parada de autobús esperando por el mío, llevaba por lo menos 30 minutos esperando y aun no pasaba ni uno, estaba pensando realmente que ya había pasado la hora para poder tomarlo, la preocupación me invadió, no podía gastarme lo último que quedaba en dinero en un taxi, en esta enorme ciudad costaban un ojo de la cara.

Un auto se detiene en frente de mí y enseguida el miedo me invade, en estos tiempos pasan muchas cosas atroces que son imperdonables, y que un auto negro se detenga en frente de mi es una señal para correr. El vidrio de la ventana del copiloto se baja poco a poco, sentía como mi corazón se quería salir del pecho y como una gota de sudor bajaba de mi frente.

- Hola. - cierro mis ojos para rezar tres padres nuestros y siete ave María, recitar el credo y terminarlo con una gloria. Como lo solía hacer mi difunta abuela antes de irse a dormir. - Rachel. – a mí me enseñaron a nunca contestar cuando me llaman por mi nombre a menos que sea alguien conocido, ya que en los tiempos del cartel de Medellín y de la viuda negra los sicarios llamaban a sus víctimas por su nombre para luego asesinarlos, aunque no tengo problema con nadie, es mejor que me cure en salud y no contestar. La puerta del piloto se abre, sigo rezando mis plegarias con los ojos cerrados. - ¿acaso eres sorda? - abro un ojo con cuidado de que no notara que lo estaba viendo. – tienes los ojos entrecerrados, te puedo ver claramente Rachel. - Dalton se encontraba cruzado de brazos y con una ceja enarcada.

- Me asustase baboso- escupo enojada. - no puedes llegar y detener tu maldito auto en frente de mí.

- ¿Por qué? - pregunto confundido.

- Nada, olvídalo. - acomodo mi abrigo, se me estaban congelando hasta los huesos. - pero dime que quieres Dalton. - el chico ríe. - ahora resulta que soy una payasa.

No me llamo FeaWhere stories live. Discover now