Enya Everdeen trabaja como enfermera en el Raigmore Hospital en Inverness (Escocia) cuando una noche llega a urgencias un hombre inconsciente y malherido, con ropas del siglo XVIII y, según los técnicos de ambulancia, hablando en un lenguaje extraño...
N/A: La canción que está al inicio es con la que he escrito este capítulo. Si queréis entrar aún más en escena, os recomiendo que la escuchéis.
El aire se me queda pegado a la garganta. Sólo puedo temblar, sin creerme aún lo que he escuchado: la confirmación de mis deseos pero también de mis miedos. Ahora no es sólo algo mío, contra lo que luchar en mi interior, hay una confirmación externa, y esa otra parte está claro que no siente mi debate.
Jamie no ha dejado de mirarme, y espera pacientemente a que diga algo. Sólo acaricia mi mejilla y mi mano, provocándome corrientes y mariposas y aleteos.
-J-Jamie... yo...- Balbuceo.
Quiero decirle que yo también siento lo mismo, pero me aterra confirmarlo en voz alta por las connotaciones emocionales que pueda acarrear para mí en el futuro cuando él se vaya para siempre. Me calla con un dedo en los labios.
-¿Sientes lo mismo?- Ataja simplificando.
-Sí, pero...-No soy capaz de seguir, de ordenar mis pensamientos. Suspiro temblorosa cogiendo mi cabeza entre las manos. Él sonríe, y juro que ver esa sonrisa tan grande que le ilumina los ojos plata, ilumina la habitación como si no fueran las 10 de la noche. - Dios, Jamie... me haces sentir nerviosa...
-Me haces sentir calma.- Contesta mientras me abraza contra su pecho, como si quisiera borrar de un plumazo toda mi lucha interna.
Y sentir su calor, los latidos de su corazón y su esencia a madreselva casi lo consigue. Vuelve a coger mi mejilla y hacer que lo mire a los ojos. Separa con delicadeza unos mechones pelirrojos que se han soltado del moño y están sobre mi cara y los recoge tras mi oreja, dejando un rastro de calor por donde sus yemas rozan mi piel. Acerca un poco más nuestros rostros.
-Deseo besarte, ahora mismo, más que nada en este mundo terrenal. Lo deseo desde hace tantos meses, que no entiendo cómo he sido tan idiota de no habértelo pedido antes.- Susurra. Cierro los ojos, temerosa.
-Por favor, no hagas esto más difícil. - Ruego.
-¿Acaso hay alguna forma de hacerlo más fácil?
Y con esas palabras comprendo que no, que esto no será fácil de ninguna forma. Y me dejo ir, dejo que caigan mis resistencias porque yo también lo deseo, deseo besarlo desde hace tanto tiempo que cuando nuestros labios se rozan con suavidad, tengo miedo de despertar y que esto vuelva a ser un sueño.
Y es cuando nuestros labios danzan unidos que se siente como una gran bocanada de aire tras una inmersión profunda, un vaso de agua fresca en un día caluroso. El tiempo parece pararse y el beso se eterniza, pero a la vez ningún tiempo parece suficiente para detenernos. Sentir la suavidad de sus labios, de su piel, de sus manos fuertes sobre mis mejillas, sobre mi cintura, nuestros cuerpos pegados. No es mi primer beso, pero se siente como si lo fuera. Y es que este probablemente sea mi primer beso de verdad. Nunca he sentido algo así, y en el fondo de mi corazón creo que nunca volveré a sentir algo así con alguien que no sea Jamie Fraser, el highlander del siglo XVIII que ha puesto mi mundo patas arriba. Y es que todo se reducía a besar a Jamie, como si la vida nunca hubiera tenido otro propósito.
Es la necesidad de aire la que hace que nos separemos. Jadeando, nos quedamos mirándonos fijamente a los ojos, sonriendo tímidos, con labios hinchados. Su mirada ha adquirido un brillo distinto, y sé que la mía también lo ha hecho.
Nos acariciamos los labios, todavía ensimismados, queriendo palpar que esto ha sido real.
-Tantos siglos, tanto mundo, tanto espacio, y coincidir. - Susurro, sin poder ni querer romper la quietud del momento, rota solo minutos antes por el sonido de nuestros besos. - Dit, Jamie, vas a destrozarme cuando no estés. - La alegría y el éxtasis se entremezcla con el miedo y la melancolía anticipada. La culpabilidad se filtra en su mirada y me acaricia la mejilla.
-Será un privilegio que me destroces el corazón. - Contesta con emoción contenida, demostrando que él también tiene miedo, pero que prefiere amarme y después vivir con el recuerdo, que arrepentirse por no poder amarme nunca.
Al principio me preguntaba: Una vez que te encuentras en mi cabeza, ¿qué sigue? Ahora me pregunto: ¿Y ahora que estás en mi corazón?
