Enya Everdeen trabaja como enfermera en el Raigmore Hospital en Inverness (Escocia) cuando una noche llega a urgencias un hombre inconsciente y malherido, con ropas del siglo XVIII y, según los técnicos de ambulancia, hablando en un lenguaje extraño...
-Te agradecería que quitaras las manos de encima de mi mujer.
Ambos miramos como un rayo hacia la derecha, donde Jamie se encontraba mirando fijamente a Rye apuntándolo con una pistola de época. Su camisa, brazos y parte de su rostro estaban manchados de sangre, aunque no parecía suya. Como un ángel de la muerte, pero salvador para mí.
Las lágrimas me saltaron cuando el alivio me inundó al ver que estaba bien.
-Aquí estás...- Siseó con tal deleite que, aunque no veía su rostro, podría imaginármelo a la perfección. Su puño agarró más mi pelo y me pegó más contra él.- ¿Así que mujer, eh? Interesante... - Los engranajes de su malévola cabeza casi podían escucharse.- Decisiones, decisiones... ¿A quién mato primero? ¿Me aseguro de que no vuelvas a escabullirte o la mato delante de tus ojos? La verdad es que la segunda opción es más que tentadora...
La ansiedad es más que evidente en los ojos de mi marido aunque intenta no mirarme para no desconcentrarse. Con lo poco que sé de pistolas de época, sé que no solían ser muy precisas y corre el riesgo de dispararme a mí por error. Tampoco puede lanzarse contra Rye con la espada puesto que yo estoy en el medio y más al alcance del enemigo que de él. Se encuentra en una encrucijada.
Lo que no sabe, es que mis intentos de distracción habían funcionado lo suficiente como para permitirme mover la mano hasta mi daga y además, encontré un mini spray de pimienta en el bolsillo de la sudadera.
Aprovechando el cambio de atención de Rye en Jamie, consigo moverme lo suficiente como para conseguir ángulo y clavarle el puñal en el muslo.
La sensación que corre por mi brazo es francamente repulsiva, la fuerza que imprimo al puñal duele hasta mi húmero, pero la supervivencia no me deja pararme en ello y en cuanto consigo que el sádico suelte lo mínimo el agarre sobre mí, ante la sorpresa del dolor, me escabullo por el hueco que ha dejado su extremidad.
Me volteo con rapidez adrenérgica y disparo el gas pimienta sobre sus ojos. A pesar de que, con la puñalada, acostumbrado supongo al dolor, no soltó más que un siseo, la nueva sensación ardiendo en sus ojos lo hace soltar un bramido ensordecedor mientras se lleva las palmas a sus cuencas.
Me preparo para escuchar el sonido del arma que terminará todo, pero la expresión de Jamie es de impotencia. Con un gruñido de rabia, estampa la culata en la sien de Rye, haciendo que caiga al suelo como plomo. Lanza la pistola al suelo con un gruñido de frustración.
-¡Ahí están!- Varios soldados corren hacia nosotros, alertados por el grito de su capitán. Alguno porta un fusil, así que no tentamos más a la suerte y corremos hacia el coche, huyendo.
Todavía no sé cómo conseguí conducir en el estado en el que me encontraba, tras haber mirado a la muerte a los ojos y haberme escapado de ella por una rendija minúscula. Ambos temblorosos, yo intentando mantener la mente concentrada en la carretera, poniendo los máximos kilómetros de distancia con ellos; él, murmurando por lo bajo. Sorprendida, me di cuenta de que estaba rezando por algunas palabras sueltas en latín que conseguí captar.
Sabía que Jamie era creyente y católico, pero nunca lo había visto practicar y menos rezar, por muy en peligro que hubiéramos estado. Esto me hizo darme cuenta, más si cabe, de que había pasado verdadero terror y de que habíamos escapado del peligro por muy poco. La garganta se me cerró por unos dolorosos instantes.
Entramos en casa rodeados de una bruma pesada de silencio. Me fui directa al baño a limpiarme la herida del cuello. Era un corte superficial, pero el lugar me hacía estremecerme mientras pasaba la gasa por ella.
Capté a través del espejo la mirada culpable y torturada de Jamie, centrada en mi cuello. Su mandíbula estaba apretada, y las fosas nasales abiertas, pero su barbilla temblaba, a punto de perder el control.
Temí por ambos. Por cuánto podríamos aguantar la situación, cuánto nos quebraría por el medio. Pero, sobre todo, temí por el final.
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N/A: No me matéis!!! Sé que es cortito, pero es un capítulo de transición. El siguiente lo subiré en muy pocos días, y al fin tendréis un respiro de tanto drama. Promesa de meñique.
