X - A casa, Jamie Fraser

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Cuando la colina coronada por el círculo de piedras de Craigh Na Dun se dibuja en el horizonte, mi estómago se encoje.

La loca idea de dar la vuelta y pedirle que no se vaya cruza por mi mente, pero me contengo. Es mejor así.

No sé qué me ha pasado con él, debo estar muy sola... después de despedirme de él me iré a casa, me pondré mi pijama gordo de felpa (el de las gripes y los bajones) y me comeré mi bote de helado de cookies and cream mientras lloro cantando Total Eclipse of the Heart y mi páncreas sufre.

Me diré a mí misma que cada uno estamos donde tenemos que estar, que pertenecemos a una época distinta y que hemos vivido un sueño que terminaremos olvidando en el fondo de nuestra memoria mientras seguimos con nuestras vidas.


-Enya, ¿estás bien?- Pregunta Jamie al ver que no salgo. Pestañeo varias veces al notar como mis ojos empiezan a picar (Jesus Eleanor Roosevelt Christ, que sensiblona me he vuelto) y lo miro obligándome a sonreír.

-Sí, no te preocupes. Dame un minuto, mas e do thoil e.- En contra de mi raciocinio, me encuentro observando su rostro para recordar lo máximo posible sus facciones. Él tampoco aparta la mirada de mí. Sus ojos grises han perdido brillo y ahora parecen acero.

-¿Vamos?- Pregunto, intentando convencerme más a mí.

-¿Cómo te puedo dejar sola aquí? Después de todo lo que me has contado sobre ese bastardo de Ashworth...


Intentando no pensar, había empezado a hablar durante el trayecto en coche y le conté todo lo de Sebastian. No sé si porque necesitaba soltarlo, y Jamie era perfecto para eso pues nunca lo volvería a ver, o qué. Pero que salgan más de dos frases seguidas de mí siempre ha sido un récord. Intento tranquilizarlo y de paso intentarlo conmigo también.


-Ya te he contado lo que hará la policía, además, está lejos y yo estoy alerta

-¿Sabes manejar un puñal, tan siquiera?

-Podré defenderme, Jamie. No te preocupes. –Cojo su brazo- Sobrevive tú.- Le ruego. No sé por qué. Traga saliva.

-Lucharé hasta mi último aliento.- Declara solemne.


Salimos al exterior. El círculo está sólo a unos metros. Abro el maletero y le entrego a Jamie el envoltorio de manta térmica.


-Tus armas. Las he guardado en mi casa mientras te recuperabas.

-Taing, pensé que las había perdido.


Comienza a colgarlo todo de su cinturón, pero la espada la desenfunda y la contempla antes. El filo del acero brilla con los reflejos del sol. Apoya la empuñadura en su frente y murmura unas palabras antes de guardarla de nuevo. Me mira otra vez y parezco notar un deje de tristeza.

Sonrío tristemente y señalo con mi mano el stonehenge.


-A casa, Jamie Fraser.

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