𝟥𝟥| 𝖸𝖺 𝗇𝗈 𝗁𝖺𝗒 𝗈𝗋𝗈

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Lx Aᴍᴇʀʏ

Abrí la puerta de la casa con fuerza y suspiré pesadamente al ver la escena.

John B, Sarah, Kie, Pope y hasta Liam estaban sentados en el sofá, rodeados por dos hombres grandes y musculosos.
JJ estaba de pie al lado de mi padre, quién le tenía agarrado por el cuello.

—Oh, Dios, ¿tenemos que hacer esto hoy?—me quejé—¿No podemos dejarlo para mañana? Me viene mejor—

—Sé que Rafe ha cogido un avión—habló mi padre sin más—Y sé que lleva el oro, así que vamos a hacerlo rápido—

—Por favor—pedí—No sabes lo que me apetece darme una ducha fría ahora mismo—

Sonreí con sarcasmo y él me imitó.

—Las autoridades europeas están al tanto de la llegada de un avión con seiscientos lingotes de oro en su interior—dijo—Sólo tienes una opción; darme el oro. Si firmas un documento que me convierta en dueño legal del dinero, reportaré que era una denuncia falsa—

—¿Y si no acepto?—le reté.

—Iréis todos a la cárcel—

—No—negué—Porque el avión puede dar la vuelta—

—Bien, pues entonces...—sacó algo de su bolsillo—Lo solucionaremos de otro modo—

Era una navaja.
Por el amor de Dios, ¿cuándo se convirtió esto en una telenovela?

Por supuesto, mi padre acercó el el cuchillo al cuello de JJ.
John B y Kiara se levantaron, pero el rubio les hizo un gesto para que no se alterasen.

—Vale, Al Capone, baja el arma—hablé levantando las palmas de las manos.

—¿Es en serio, Dylan?—mi madre dio un paso hacia delante.

—Por Dios, son 400 millones de dólares, ¿no lo entiendes?—dijo, en un tono casi demencial—¡400 millones!—

—Papá, he dicho que bajes el arma—repetí—Él no tiene nada que ver—

—Quiero ese papel firmado—

Iba a decir algo, pero fruncí el ceño al ver algo raro en JJ.
Dirigía su mirada hacia una parte de la habitación sin mover la cabeza.

Busqué el sitio con la vista y vi que la mochila del rubio sobre una mesilla.
Estaba abierta, y pude distinguir la culata de la pistola dentro.

—¡Claro!—asentí con fuerza—Claro, vale, por supuesto. Cogeré papel y bolígrafo, ¿si?—

Me acerqué poco a poco a la mesa, dando pasos cortos y con las manos en alto.
Esto era ridículo, y aún así mi corazón latía a un ritmo antinatural.
Le eché una última mirada de aviso a JJ y él asintió con una ligereza asombrosa.

La rapidez con la que pasaron el resto de cosas fue extraordinaria.

Cogí la pistola y disparé.

Escuché gritos y cómo algo caía al suelo.

Le había dado a mi padre. En la pierna.
La navaja estaba en el suelo, y los poges habían corrido hasta colocarse detrás de mi.
Yo sujetaba la pistola con fuerza y decisión, aún apuntando hacia el herido.

—En las Bahamas te dije que podías darnos el oro y yo fingiría que no eres un padre de mierda—hablé—Bueno, eso no es una opción ahora. No soy tan buena actriz—

—Acabas de cometer el error más grande de tu vida—dijo mi padre desde el suelo—Disparar a tu padre por unos cientos de lingotes de oro—

—No lo hice por eso—negué—Lo hice por mis amigos, porque ahora son mi familia—hice una corta pausa—Además, lamento decepcionarte pero ya no hay oro—

—¿Cómo dices?—

—Ya te enterarás, no te preocupes—sonreí ligeramente, con sarcasmo—Ahora levántate y vete de aquí—

Mi padre se levantó y los dos hombres que habían venido con él salieron de la casa.

—Te arrepentirás de esto—dijo mi padre, antes de desaparecer por la entrada.

Corrí hacia allí y cerré la puerta de golpe.

Al girarme me di cuenta de que no todos habían salido sanos y salvos.
JJ tenía un corte en su mejilla izquierda, bastante largo, pero no parecía muy profundo.

Fui hacia él y limpié una gota de la sangre que corría por su pómulo.

—Ven, te curaré eso—hablé.

—No, espera—negó él—¿A qué te referías con lo de que ya no hay oro?—

Miré a los demás y vi que me observaban expectantes, casi molestos.

—No debéis preocuparos—dije—Probablemente estarán a punto de llegar—

—¿Quiénes?—preguntó Kiara.

—La policía—respondí—Ahora no tengo tiempo para explicarlo todo, calculo que faltan unos...—miré la hora en mi móvil—Diez minutos, tal vez veinte, hasta que lleguen—

—¿De qué demonios hablas?—

—Os explicaré lo que pueda, pero no ahora—dije—JJ, ve a mi habitación y espérame allí—le indiqué—Cogeré el botiquín y te curaré la herida. Después os diré lo que debéis decir. Hay tiempo—

El rubio hizo lo que le había indicado, y yo suspiré pesadamente antes de entrar en mi cuarto.

Íbamos a necesitar mucha coordinación.

𝖥𝗂𝗋𝖾 [𝖩𝖩 𝖬𝖺𝗒𝖻𝖺𝗇𝗄]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora