𝟣| 𝖫𝗅𝖾𝗀𝖺𝖽𝖺 𝖺 𝖮𝗎𝗍𝖾𝗋 𝖡𝖺𝗇𝗄𝗌

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Lᴇx Aᴍᴇʀʏ

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Lx Aᴍᴇʀʏ

Outer banks era un lugar complicado.

Así era como mi madre lo solía describir, y la verdad es que no le faltaba razón.

Había vivido allí hasta los trece años. Hacía dos que no pisaba Carolina del Norte, y estaba algo nerviosa por la vuelta a casa.

Explicándolo rápidamente, había dos clases sociales: Kooks y Poges, ricos y pobres.
Mi padre era el dueño de una gran empresa, y yo siempre había pertenecido al grupo privilegiado.

De hecho, no recuerdo haber hablado con ningún poge nunca.

No por propia elección, ya que a mi eso de separar a la gente por su "estatus" siempre me ha parecido algo absurdo, pero no se me presentó ninguna oportunidad.

—Alexia, ¿quieres hacer el favor de bajar del coche?—

Me quité los auriculares y vi que mi madre me miraba desde fuera del automóvil, con los brazos cruzados y mi ventanilla bajada.

—Llevo dos minutos llamándote—

—Lo siento, mamá, ya voy—dije sonriendo ligeramente y bajando del coche.

Miré al frente y vi la casa a la que no iba desde hacía tres años, en Figure Eight, la zona rica de Outer Banks.

—¿Quieres espabilar y ayudar con las maletas?—habló Jazzlyn, mi hermana pequeña desde detrás del coche.

—Ya voy, Jazz—dije y caminé hacia el maletero, ayudando con el equipaje.

Mis padres, mi hermana y yo entramos en la casa y nos dirigimos a nuestros respectivos cuartos.
El mío era el más grande de la casa, lo había elegido cuando tenía siete años y no había tardado nada en decidirme.

Tenía una gran ventanal con un cómodo asiento pegado a él, que yo usaba cuando dibujaba o simplemente miraba las vistas.
Las paredes eran blancas, pero tenían algunas fotografías de cuando era más joven.

Estaban colocadas en un corcho colgado en mitad de una de las paredes, y justo en el medio estaba mi foto favorita; una mía con Sarah Cameron, mi mejor amiga de siempre.

Vivía en la casa de al lado y habíamos seguido siendo amigas a pesar de la distancia.
Me moría de ganas de verla.

Dejé mis tres maletas en el cuarto y busqué a mi madre, que estaba en el porche esperando a que llegara el camión de mudanzas con nuestros muebles.

—¡Mamá!—le llamé desde las escaleras, mientras corría hacia ella—Tengo que irme, ¿puedo irme?—

—Ve—mi madre sonrió con la cabeza ladeada, y yo le de un rápido abrazo para después volver a correr, esta vez hacia la casa vecina.

Llamé al timbre y esperé impaciente hasta que Ward Cameron, el padre de Sarah, abrió la puerta.
Cuando me vio, sonrió y llamó a su hija desde la puerta, para después darme la bienvenida.

—¡Lex!—vi a la rubia bajar las escaleras y correr hacia mi.

—¡Sarah!—grité yo, y ambas nos abrazamos con fuerza—Madre mía, estás genial—

—Y tú estás guapísima—habló ella— Tres años, tía, te he echado tanto de menos...—

—No puedo creer que haya pasado tanto tiempo—dije yo, sonriendo.

—Papá, ¿podemos...?—Sarah empezó a hablar, pero Ward le interrumpió.

—Si, podéis dar una vuelta por el lugar, yo aviso a tus padres, Alexia—

—Genial, gracias—

La rubia y yo salimos de su casa y pasamos por delante de todas las de aquel barrio, hasta llegar a una heladería a la que solíamos ir cuando éramos pequeñas.
Fue el primer sitio al que nuestros padres nos dejaron ir solas.

Pedimos un helado de menta para ella, y uno de cookies para mi, y nos sentamos en la mesa de siempre.

—¿Quieres?—le di a probar del mío a la vez que ella me daba del suyo, como hacíamos de pequeñas.

—El de cookies me sigue pareciendo asqueroso—se burló.

—La menta sigue sabiendo a pasta de dientes—sonreí.
Siempre hacíamos el mismo comentario del sabor de la otra.

—No me puedo creer que estés aquí—dijo.

—No me puedo creer que esté aquí—

Y era verdad, había pasado demasiado tiempo, pero esto no había cambiado, y sinceramente fue un alivio enorme.

Me daba miedo que Sarah y yo nos hubiéramos separado en el tiempo que había pasado en Nueva York, pero no era así.

Me daba miedo que Sarah y yo nos hubiéramos separado en el tiempo que había pasado en Nueva York, pero no era así

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𝖥𝗂𝗋𝖾 [𝖩𝖩 𝖬𝖺𝗒𝖻𝖺𝗇𝗄]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora