Acción y consecuencias

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Advertencia: Capítulo un poco...intenso.

Disclaimer: Si leen algo y les parece familiar, no es mío (y).

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Frío…lo único que sentía era frío.

El hambre ya había quedado en el olvido después de lo que ella calculaba como cerca de una semana sin comer más que un trozo de pan que, oh que generosos, le permitíeron acompañar con un poco de agua.

Era difícil calcular los días en la oscuridad de su prisión de piedra, sin ventanas que le ayudaran a seguir el paso del sol. Tampoco ayudaba que pasara la mitad del tiempo inconsciente.

El dolor había quedado en el pasado también. Ya se había acostumbrado, si eso era posible, a la sensación de adormecimiento que acompañaba a las partes de su cuerpo que habían sido maltratadas…que era más o menos en todos lados.

Pero el frío…era una sensación que parecía llevar en el alma.

Su mismísima esencia parecía haberse congelado.

Estaba sola, dejada a su suerte, en manos de un montón de imbéciles con mucho tiempo libre.

Desde la primera vez que había despertado en ese calabozo, su calabozo personal, muchos mortífagos la habían visitado. Cada uno dispuesto a hacerle hablar.

¿Qué querían saber?

Lo mismo que querían saber el primer día, cuando los interrogatorios habían comenzado. El paradero de Harry Potter.

Paradero del que Cassandra no tenía ni la más mínima información. No que fuera importante que lo supiera, de todas formas no pensaba decir nada.

A Cassandra le costaba entender por qué no la habían matado ya. Llevaban un sinfín de horas haciendo exactamente lo mismo.

Ellos preguntando, ella negándose a hablar. Ellos insistiendo, ella mandándolos al infierno. Ellos enfadándose, ella riéndose para molestarlos. Ellos apuntando con sus varitas, ella gritando. Y maldiciéndose a sí misma y a su estúpida bocota. Ellos riéndose, ella desmayándose.

Con el paso de las horas y de los días, aunque de eso último no estaba completamente segura, las sesiones se habían vuelto más…cortas. Cassandra se limitaba a mirar el suelo e ignorarlos. Y a gritar cuando sentía como la maldición Cruciatus se abría paso por cada una de sus células o cuando alguno de los bastardos se sentía especialmente ingenioso y decidía agregar una cicatriz a la ya muy larga lista de cicatrices que tenía en la piel.

Ya no tenía fuerzas para seguir jugando a nada.

Aprovechaba los pocos minutos de soledad que tenía entre sus lapsus de inconsciencia y las nuevas sesiones de tortura, para recordarse a sí misma que todo iba a acabar. Eventualmente.

Ya se aburrirían y decidirían que no había utilidad en tenerla encerrada.

En un comienzo había dedicado sus momentos a solas para idear posibles planes de escape. Pero poco a poco, sus tristes planes se aguaron entre gritos y lágrimas. Lágrimas que sólo derramaba cuando no había nadie mirando.

Ya…no quería más. Sólo que se acabara todo.

Un estremecimiento la recorrió por completo, lo suficientemente fuerte como para hacer sonar las cadenas que la sujetaban por las muñecas.

El frío…el frío.

Los únicos momentos en que el frío la abandonaba un poco era cuando pensaba en ellos.

Ovejas NegrasOn viuen les histories. Descobreix ara