Nubes y malos modales

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Disclaimer: Si leen algo y les parece familiar, no es mío (y).

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Qué buena tarde hace, ¿no es así, Señor Humbletown? Es un día perfecto para un picnic. ¿Desea un poco de refresco, Señora Hursley? Se está bien a la sombra, pero aun así es un día caluroso.

La pequeña Cassandra estaba sentada sobre una manta de cuadros blanca y verde, a los pies de un gran árbol; su largo vestido amarillo arremolinándose alrededor de sus piernas. Llevaba un sombrero color crema con un lazo azul, sobre su larga y gruesa cabellera.

Aquel día, y con el sol brillando en lo alto del cielo, su cabello se veía de un color rojo brillante. Su padre solía decir que no sólo sus ojos cambiaban de color según su estado de ánimo, sino que también lo hacía su cabello. Mientras más liviano y alegre fuera su ánimo, más claro y brillante se veía éste.

Cassandra, el día anterior, había leído un libro que le había regalado su tía Sarah. En él, una familia de ositos iba al campo, a hacer un picnic. Un picnic, aparentemente, consistía en sentarse sobre una manta de cuadros a tomar refrescos y comer bocadillos al aire libre. Los ositos iban en familia, pero la pequeña Cassandra no se había atrevido a mencionárselos a sus hermanos. Menos a su madre.

En su lugar había llevado a sus dos ositos de peluche. En el libro a los ositos les gustaba ir al picnic, así que Cassandra pensó en llevar a los suyos. Uno de ellos, el Señor Humbletown, era de color anaranjado y tenía un corbatín negro en el cuello y una chaquetita corta, también negra.

Su otra compañía era la Señora Hursley, que era de color amarillo pálido y tenía una falda rosa y un moño azul en una de sus orejas de oso.

Cassandra miró hacia el cielo y no pudo evitar recordar a su padre. Su tía le había dicho que Padre se había ido al cielo y ella se preguntaba si estaría sentado en alguna de las nubes que estaban frente a sus ojos. A su padre le gustaban los insectos, así que si tenía que elegir una nube en la que sentarse, seguramente lo haría en una con forma de luciérnaga. O de mariposa.

No había ninguna nube con forma de insecto en el cielo, así que Cassandra asumió que su padre no estaba observándola desde lo alto en ese preciso momento. Quizás estaba durmiendo.

¿Qué les parece si observamos las nubes pasar y luego tomamos el té? les dijo la pequeña Cassandra a sus ositos, acostándolos en la manta antes de dejarse caer de espaldas ella misma.

Se quedó en esa posición sin importarle el paso del tiempo, viendo como el viento transformaba las nubes de redondas y regordetas a delgadas y alargadas.

Los ojos de Cassandra habían empezado a cerrarse, cuando una mano se enredó en su cabello, cerca de la nuca. El susto hizo que cerrara los ojos firmemente y que diera un gritito asustado.

Un segundo después, se encontró sobre sus pies, aún firmemente sujeta por el cabello. No tenía que abrir los ojos para saber de quién se trataba.

Aún así, lo hizo.

A su lado, sujetándola, estaba Rufus, su hermano. Y, frente a ella, con los brazos cruzados y mirándola con una mueca de desagrado, estaba Cézar, su otro hermano.

Tenían diez años, pero eran más altos y robustos que cualquier otro niño de su edad. Y mucho, mucho más altos y robustos que la pequeña Cassandra que, a diferencia de sus hermanos, era mucho más pequeña que cualquier otra niña de cinco años.

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