~ Epílogo ~

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Pasaron diez años en los que el viento se llevó más de un recuerdo. Las urbes habían cambiado y las vidas también. Grandes y hermosos monumentos adornaban las plazas de las ciudades magnas de cada región, como recordatorio de un pasado doloroso, aunque corto. Aquel tiempo transcurrido les había servido a las personas para desechar lo inservible y comenzar desde cero, para perdonar y ser perdonados, consolar y ser consolados.

¿Pero olvidar? ¡Jamás!

Ash se encontraba concentrado, orando y preparando su mente y espíritu para su gran prueba final. Lucía una túnica, en colores blanco y amarillo, típica de Alola, que cubría su cuerpo hasta la mitad de este, contrastando con su corto cabello negro. En su mano izquierda descasaba un Ultra Aro Z al igual que un anillo de oro en su dedo anular. Sin lugar a dudas, los años habían pasado por él. Lo mismo había sucedido con Kiawe, sentado junto a él. Ahora era el Kahuna de la isla Akala, querido y respetado por todos. Su vestimenta era muy parecida a la de Ash, pero en colores rojo y negro. Su cabello no había cambiado en absoluto como lo había hecho su vida. El anillo de bodas seguía en el mismo lugar. Ambos hombres mantenían una actitud de completo respeto frente a lo que estaban haciendo. Después de todo, hacía mucho tiempo ya que habían dejado de ser esos adolescentes que paseaban por Alola en busca de aventuras antes de ingresar a clases.

De pronto, una presencia hizo que los hombres salieran de aquel trance en el que se encontraban inmersos. Se trataba de un jovencito de nueve años, dueño de unos ojos vivaces que parecían arbolitos en tormenta al igual que su alborotado cabello. No cabía la menor duda que la gran mayoría de rasgos que él poseía los había heredado de su hermosa madre. Su nombre era Kylan, hijo mayor de Kiawe y Mallow y primer miembro de la nueva generación de entrenadores Pokémon.

—Perdón por interrumpir —dijo Kylan con una actitud de completo respeto —, pero allá afuera dicen que todo está listo. La campeona, Luna, ya se encuentra aquí.

Aquella fue la señal que Ash necesitaba para ponerse de pie. Su gran momento de gloria, y por el que había luchado durante tantos años, había llegado. Kiawe también terminó con su meditación y posando sus manos en los hombros contrarios le dijo:

—Lo harás bien. Todos confiamos en ti.

El azabache sonrió y estrechó a su gran amigo en un abrazo que duró hasta el carraspeo de Kylan. Ya estaba acostumbrado a aquellas muestras de afecto entre su padre y tío, mas no terminaba de acostumbrarse del todo.

Kahuna y aspirante a campeón caminaron por el largo pasillo de aquella construcción hasta la salida en donde un millar de gente los esperaba. Era más un altar lleno de vegetación y flores que un estadio, pero para los ojos de Ash era perfecto. Todo allí seguía manteniendo ese estilo tan natural de Alola. Desde los asientos hasta la ornamentación llenaba a los presentes de una tranquilidad sin igual.

—El momento llegó —le susurró el moreno —. Estaré con los demás Kahuna. Suerte.

Ahí fue donde Ash quedó completamente solo.

Si analizaba lo que había hecho desde que despertó, podría llegar a la conclusión de que ese sería el día más solitario que le había tocado vivir. Por la mañana, había despertado en el más completo aislamiento. No hubo saludos o un rico desayuno esperándolo. Tampoco escuchó las típicas peleas de sus hijos y a su amada esposa separándolos. En su lugar, comió fruta y tuvo que conformarse con besar una fotografía de su familia. Más tarde, repasó su estrategia de combate junto a todos sus Pokémon, escogiendo al equipo que lo acompañaría. Y para rematar su media tarde, estuvo en meditación con un Kahuna a la vez. Kiawe había sido el último.

De nuevo tú [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now