1 ~ La invitación ~

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Los viajes a través de las regiones se habían terminado para el joven Ash Ketchum del lejano pueblo Paleta, ubicado en la región Kanto. Hoy, con diecisiete años recién cumplidos, se disponía a asistir a un nuevo día de clases en la Escuela Pokémon, lugar donde compartía su amor por los Pokémon y pasaba grandes momentos con sus amigos. Alola le inspiraba eso. Jamás pensó que llegaría a amar un lugar tanto como a Alola. Aquel conjunto de islas tropicales invitaba día a día a bañarse en sus cristalinas aguas y broncearse bajo un sol esplendoroso. Ash lo hacía todo el tiempo. Era como estar de vacaciones por tiempo indefinido.

El azabache iba perdido en sus pensamientos. Siempre se quedaba observando el cielo azul y los Pokémon voladores, surcándolo. Entonces dejó de perder el tiempo y retomó su camino. Aquel día tendrían media jornada de clases por lo que su mochila iba bastante ligera. Su ropa consistía en una playera a rayas y shorts azules bastante cómodos para un día caluroso como ese. En una de sus manos llevaba una botella de agua helada, ya que en ese lugar, a toda hora, hacía un calor infernal.

Entonces sucedió lo inevitable. Por ir distraído, perdido hasta en el más mínimo detalle de su entorno, no vio cuando chocó con otra persona. Por la fuerza del impacto, ambos cayeron al suelo.

— ¡Lo siento mucho! —se disculpó Ash mientras se ponía de pie— ¡No me fije por donde iba!

El joven le estiró la mano a la otra persona para ayudarla a incorporarse, pero al percatarse de quien se trataba no pudo evitar sentirse nervioso, ansioso, confundido, pero por sobre todo cautivado. Frente a sus ojos se encontraba Serena, aquella hermosa chica de cabellos miel que fue su inseparable compañera durante su viaje por la región Kalos. Lucía completamente diferente a como la recordaba: su cabello le llegaba hasta la cintura y era adornado por un listón azul, uno que, extrañamente, le era muy familiar. Llevaba puesto un delicado vestido rosa pálido que se ceñía perfectamente a su curvilíneo cuerpo. Las sandalias iban a juego con todo lo demás. Los años, definitivamente, la habían cambiado para bien.

— ¿Serena? ¿Eres tú? —fingió incredulidad. No quería parecer tan obvio.

— ¿Ash? —Serena se congeló en su lugar. Ni siquiera se percató del momento en que sus manos comenzaron a temblar o cuando sus mejillas se tornaron rojas, y no de calor precisamente. Era Ash, su Ash, después de muchos años—. Soy yo, Serena, soy yo.

El abrazo del reencuentro no se hizo esperar. El azabache estrechó a la chica entre sus brazos. El olor a dulces inundó sus fosas nasales cuando su nariz tocó con delicadeza el desnudo cuello de Serena. Por su parte, la chica todavía no salía de su impresión. Ash estaba más alto y su espalda más ancha. Sin lugar a dudas, se había convertido en todo un hombre.

— ¿Qué haces acá en Alola? —preguntó Ash mientras rompía el abrazo para mirar a la chica con mayor detenimiento—, pensé que estabas en Hoenn.

—Claro que estuve por allá y vine aquí de vacaciones —sonrió de forma coqueta, mientras la brisa mecía su cabellera—. Es lo justo después de reunir cinco listones.

Ash no pudo evitar dirigir su mirada hacia ella. Le encantaba ver cuando sus cercanos cumplían sus sueños y Serena no era una excepción. Estaba orgulloso de ella y quería hacérselo saber de alguna forma. Entonces recordó que los sentimientos no se le daban muy bien y que su boca siempre soltaba lo primero que pasaba por su mente.

―Eres grandiosa, Serena ―dijo Ash sin reserva alguna, mientras la tomaba de la mano. Aquello produjo que el rostro de la peli miel conociera nuevas tonalidades de rosa o rojo, en este caso—. Vamos por un helado y me cuentas lo que has hecho todos estos años. Además, las clases de hoy no son tan importantes. Kiawe siempre puede pasarme los apuntes.

De nuevo tú [EN EDICIÓN]Where stories live. Discover now