Capítulo 51: El Regreso

506 20 3
                                    


Pensaba que Gale me llevaría a un punto especial de la pradera para nuestra primera cita nocturna fuera de mi casa, o bien, que me llevaría al bosque. Muero de ganas por ir, tengo una gran curiosidad por conocer el mundo al otro lado de la valla. Un atardecer en la pradera le propuse ir entonces, aprovechando que no estábamos tan lejos de la alambrada. Gale me miró como si estuviera loca y masculló algo como: "sí, claro, seguro". No quise insistir pero tengo ganas de estar ahí, de conocer su mundo.


Sin embargo, Gale me llevó a un lugar inesperado... hizo las cosas a su modo y, aun así, lo convirtió en algo muy especial. Sólo a Gale se le ocurriría sacarme de mi casa a escondidas durante el toque de queda para guiarme a una casa vacía de la Aldea de los Vencedores, decorada con velas y pétalos. Un detalle muy romántico de su parte. Cuando lo veía en la escuela o cuando traía las fresas, antes de conocerlo realmente, no me hubiera imaginado jamás a Gale teniendo esos detalles; siempre lucía tan serio, con esa bien ganada fama de ser hosco, taciturno y poco hablador. Creo que descubrí su lado B, su lado oculto. Detrás de esa máscara de chico rudo existe un chico romántico, sensible y soñador; un chico que caza, rompe la ley, juega fútbol... y escribe versos de amor, para luego dejármelos en el casillero del colegio. Gale es el poeta que me dejaba aquellos versos anónimos.

Cuando Gale se marchó al bosque, tras la noche más maravillosa de mi vida, le dije que tomaría una ducha antes de irme. También quería ordenar el descalabro que dejamos en el dormitorio, aunque Gale dijo que lo dejara tal cual, que nadie se daría cuenta. Encontré una barra de jabón para lavar ropa y restregué la sábana hasta quitar la mancha de mi virginidad perdida, luego la puse a estilar y secar en la ventana abierta. Tendí la cama como si nadie hubiera dormido en ella, arreglé los cojines, entonces mi pie descalzo sintió algo bajo la planta: una libreta encuadernada con tapas de cuero gastado. Imaginé que era para llevar las cuentas de las ventas y los canjes, estaba en el suelo, donde Gale había dejado su morral. La tomé pensando devolverla... pero la curiosidad pudo más. En aquellas hojas, garabateados de su puño y letra, mezclados con las cuentas y apuntes, había versos sueltos o poemas completos de varias estrofas. Todos sus sentimientos estaban ahí, plasmados en el papel algo amarillento. Los primeros poemas estaban llenos de tristeza, hablaban de dolor, desconsuelo, soledad, desesperanza y pérdida, de la chica que se fue para no volver, del amor perdido sin esperanza de retorno. Se me llenaron los ojos de lágrimas al leer sus sentimientos y su desgarrador lamento por Candance. Esperaba encontrar alguno dedicado a Katniss, pero los siguientes eran odas a la naturaleza. Después, en las últimas páginas, escribió los borradores de los poemas que me dejaba en el casillero de la escuela... los mismos versos, la misma letra. Cerré la libreta y la atesoré en mi pecho como algo muy valioso. Buscaré la forma de dejarla en su morral sin que se dé cuenta (espero que aun no la eche en falta), porque imagino que para Gale esto es algo muy personal y privado, por algo no firmaba los poemas. Hasta ahora, creía que Gale y yo no teníamos nada en común, que éramos polos opuestos, total y diametralmente distintos. Lo somos, pero acabo de encontrar una pequeña conexión: así como yo nací con un don para la música, él tiene talento para escribir versos; él escribe, yo toco el piano. Me enamoré de un cazador furtivo con corazón de poeta.



Me metí a la ducha, no sin antes mirar el estado de mi cuerpo tras una noche de pasión y amor mucho más intensa. ¡Dios, si antes tenía un par de moretones y chupones, ahora estaba hecha un desastre!. El pelo revuelto, marcas de mordidas de Gale y de sus dedos sobre varias partes de mi cuerpo. Y dolores musculares. Como si me hubieran dado una paliza. Ya había notado cansancio y dolor pero cuando levanté el pie para entrar a la ducha, ahogué un quejido lastimero... uf. Apenas puedo mover mis articulaciones sin sentirlas quejarse, por no hablar del doloroso hormigueo en mis piernas; recuerdo cuando me inscribí en el equipo de cheerleaders, tras la primera sesión de ejercicio intenso sentí el mismo dolor y agotamiento que ahora, la entrenadora me dio duro esa vez. Anoche Gale también. Espero que esto sea pasajero y si no, bueno, me acostumbraré, por estar con Gale, vale la pena. Sonrío y suspiro como estúpida cuando salgo de la ducha, envuelta en una gruesa toalla. Mojo el apósito improvisado con que Gale me alivió anoche y me lo pongo yo misma entre las piernas, aunque no puedo soplarme, sólo doy toques con la compresa humedecida. 

Gale y Madge: Fresas en el BosqueWhere stories live. Discover now